Creo que no será necesario que entremos a explicar qué ha pasado este verano con la okupación en los medios de comunicación. Aun así, si queréis profundizar tenéis un artículo muy completo en la web de este periódico («Reflexiones sobre la nueva campaña de intoxicación mediática contra la okupación») y otro del año pasado, “Sobre okupación y la penúltima campaña de intoxicación mediática”, pero que se ajusta perfectamente al momento actual. Estos artículos son realmente necesarios para contraponer datos, realidades y focos, pero no queríamos girar sobre lo mismo en esta página, si no tratar de reflexionar sobre el efecto de este tipo de campañas, no a un nivel más general sino en entornos militantes, y cómo abordar el nuevo contexto creado tras un verano de napalm informativo.
En medio de la vorágine mediática, en nuestro entorno más próximo vimos cómo se generó una sensación compartida de derrota, la desazón de perder el partido en los últimos minutos, como si el trabajo realizado durante el último año en nuestros colectivos de vivienda hubiera caído en saco roto, incapaces de hacer frente a la enésima campaña en defensa de sus intereses de clase. Además, suele pasar que entramos en la dinámica de compartirnos todas y cada una de las noticias, tratamos de contrarrestar su visión en el vacío inmenso de las redes sociales, buscamos cada nuevo enfoque para ver por dónde van los tiros, etc., lo cual nos dificulta salir del bucle. Por otro lado, no sabemos cuantificar cómo nuestras intervenciones virtuales contribuyen a hinchar dicha burbuja, en este caso menos de lo habitual, pero en alguna otra ocasión deberíamos reflexionar sobre ello. Pero eso lo dejamos para otra ocasión.
Con este texto realmente queremos compartir un mensaje de confianza y seguridad en el trabajo realizado durante los últimos años por los colectivos vecinales en defensa del derecho a la vivienda: parando cientos de desahucios por todo el Estado, asesorando a miles de vecinas, compartiendo asambleas, alegrías y penas, yendo en grupo a juzgados, sucursales e instituciones públicas, etc. Todo ello deja un poso colectivo en nuestras calles que se necesitan muchas anarrosas y susanagrisos para arrasarlo.
Lo que tantas veces hemos dicho es algo que tenemos que grabarnos a fuego por pura salud mental, no podemos ganar estas peleas aquí y ahora, es decir, nuestro discurso no puede tener el mismo eco con los medios de los que disponemos, pero es que tal vez no sea necesario plantear esta batalla. Apostamos por la experiencia colectiva de la lucha social como el mejor aglutinante. Dando la brasa en nuestros curros y barrios, organizándonos con nuestros iguales, peleando por mejorar nuestras condiciones de vida y por recuperar espacios al Estado y al Capital, nos acercaremos en mayor medida a ese escenario que tanto pretenden pisotear que batiéndonos en batallas dialécticas. Y siempre con mucha y mucha paciencia y a pequeños pasos, la dinámica de la inmediatez de este mundo moderno acaba generándonos más frustraciones que otra cosa.
Por otro lado, creemos que dicha campaña ha sido tan tosca, precipitada y exagerada que se hace tan evidente la existencia de unos intereses particulares en juego, que sumado esto al contexto en el que se produce y a esta insistencia hasta la saciedad, ha llegado a tal punto que incluso algún medio importante reculó, ofreciendo datos que contraponían la supuesta alarma social, es decir, entre ellos mismos surgieron grietas de credibilidad. Tampoco debemos asumir que el espectador medio es una persona acrítica dispuesta a devorar todo lo que le planten. La mayoría de voceros de dicha campaña son personas que por su trayectoria ya han demostrado en qué lado están y sus consumidores no dejan de ser del mismo perfil. También conviene recordar que las redes sociales son una parcela muy concreta de la realidad donde el comentario más histriónico recibe el foco.
Pero sí que es verdad que se ha generado un contexto donde se han producido acciones de acoso contra viviendas okupadas por parte del vecindario de determinados lugares, acciones que han tenido lugar justo ahora por la cobertura mediática y el apoyo político creado. Aun así, en estos ataques contra okupas predomina el racismo, el antigitanismo principalmente, y el clasismo, pues muchos de ellos se han producido en zonas de urbanizaciones, por encima de una defensa de la propiedad. Es decir, no podemos quedarnos en una mera reivindicación del derecho a la vivienda cuando realmente se está utilizando el discurso antiokupación como pantalla para conseguir “limpiar” determinadas zonas. La elaboración de un discurso más transversal, donde la lucha por la vivienda converja con un discurso de clase y antirracista, es imprescindible para poder confrontar estos hechos.
Para terminar, hacer un llamamiento para transformar la indignación y desesperanza que generan este tipo de campañas en acción y refuerzo de nuestros colectivos de barrio. Fichar qué casas vacías tenemos cerca, acudir a parar desahucios, compartir las convocatorias, etc., son acciones que podemos realizar todas sin necesidad de militar de forma activa en los colectivos de vivienda. Venga peña, aún hay muchas casas vacías.