Autora: Houria Boudtelja. Editorial AKAL. 128 páginas. 2018
Houria Boudtelja es militante descolonial franco-argelina y portavoz del PIR (Partido de los Indígenas de la República). Su obra se ha caracterizado por mantener un ejercicio crítico contra la islamofobia, el racismo y el neocolonialismo. Houria es de esas autoras que en tiempos como los que corren supone una bocanada de aire fresco. No tiene pelos en la lengua y hay para todos. Si bien su tono es enfadado también mantiene con exuberante elegancia una llamada reconciliadora, pero no con todos, no con los blancos. No cualquiera tiene las agallas de traicionar a su raza, no todas están preparadas para abandonar sus privilegios de blancas.
La identidad blanca es ese proyecto civilizatorio y colonizador de dominación noroccidental. De ahí que Houria no comulgue con la democracia ni con el feminismo. Mucho antes de prestarse al feminismo blanco se ubica con los suyos, los indígenas, los de abajo: “No se puede pensar el género y los tipos de relación hombre/mujer sin poner en cuestión de forma radical la Modernidad (…) No es combatiendo los síntomas de la violencia masculina hacia nosotras como vamos a transformar la realidad, sino atacando las estructuras”. Pero Boudtelja no se engaña, no se ubica en el victimismo característico del feminismo decolonial. Término que ella misma cuestiona. Y asume con absoluta responsabilidad su crimen:
“Entre mi crimen y yo están, primeramente, la distancia geográfica y, luego, la distancia geopolítica. Pero están también las grandes instancias internacionales: la ONU, el Fondo Monetario Internacional (FMI), la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), las multinacionales, el sistema bancario. Entre mi crimen y yo están las instancias nacionales: la democracia, el Estado de derecho, la República, las elecciones. Entre mi crimen y yo están las ideas bellas: los derechos humanos, el universalismo, la libertad, el humanismo, la laicidad, la memoria de la Shoah, el feminismo, el marxismo, el tercermundismo. Y hasta los porta-valijas, que están en la cima del heroísmo blanco y a quienes aún respeto. Me encantaría respetarlos todavía más, pero son ya rehenes de la buena conciencia, títeres de la izquierda blanca. Entre mi crimen y yo están la renovación y la metamorfosis de las grandes ideas, en caso de que el “alma bella” caducara: el comercio justo, la ecología, el comercio orgánico. Entre mi crimen y yo están el sudor y el sueldo de mi padre, los subsidios familiares, los permisos con goce de sueldo, los derechos sindicales, las vacaciones escolares, los campamentos de verano, el agua caliente, la calefacción, el transporte, mi pasaporte…”.
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