Autor: William Morris. Edita: Pepitas de Calabaza. 198 páginas. 2013. 10 euros.
Las vidas de algunos hombres pueden leerse como prismas de su tiempo. Al modo de un cristal facetado, capturan la energía de la historia y la descomponen, desplegando los matices fundamentales de su época y creando con ellos una nueva forma de luz. William Morris, hijo inequívoco y rebelde de la revolución industrial, es un caso privilegiado de esta cualidad. Nacido en 1834 y muerto en 1896, su vida transcurrió paralela al victorianismo triunfante que convirtió a Inglaterra en la fábrica del mundo y consagró la hipocresía como sustento moral de la sociedad. Sensible a los movimientos que atravesaron el siglo diecinueve inglés, Morris decidió reformularlos y resistir a la miseria de su época desde valores opuestos a los que ella promovió: la nobleza del trabajo humano, la camaradería e igualdad entre los hombres y la consecución del socialismo por medio de la revolución. Una impugnación radical inspiró a William Morris su revuelta contra la época que le tocó vivir: la fealdad del mundo que el capitalismo estaba erigiendo a su alrededor. Así, descalificó el progreso civilizatorio en virtud del derecho a la belleza y propuso modos alternativos para la organización de los hombres y la producción industrial. En el ideal de Morris, la técnica sería además un modo de la ética y no un altar erigido al progreso donde sacrificar la propia humanidad.
[…] Además del deseo de producir cosas hermosas, la pasión rectora de mi vida ha sido y sigue siendo el odio hacia la civilización moderna. […]
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