La situación energética y la ofensiva de los combustibles fósiles no convencionales
El desarrollo de las sociedades industriales en los últimos 200 años ha estado basado en la explotación de los combustibles fósiles como forma de energía; primero el carbón y, posteriormente (a partir de 1859, con la apertura de los primeros pozos petrolíferos modernos) también el petróleo y el gas. Fue después de la Segunda Guerra Mundial cuando el petróleo se convirtió en la principal fuente de energía internacional, principalmente por sus usos en el transporte. A partir del desarrollo del motor de combustión, y de técnicas de refinamiento que permitían diversificar sus aplicaciones (desde la gasolina hasta el asfalto), el carbón utilizado hasta entonces para impulsar barcos y ferrocarriles se fue abandonando gradualmente en favor de combustibles líquidos, más fáciles de transportar y utilizar. El otro factor que impulsó el uso de derivados del petróleo en el transporte motorizado fue la extensión del automóvil privado, lo que además acabaría transformando radicalmente la configuración urbana: separación de las zonas residenciales de las comerciales, productivas, y de ocio, con la consiguiente dependencia del transporte motorizado (lo que ha ido unido a la consideración del vehículo privado como elemento de estatus).
Al mismo tiempo, el petróleo y sus derivados se fueron haciendo cada vez más necesarios tanto en el sector agropecuario como en el industrial. En el primero posibilitaron la comercialización de los productos a distancias cada vez mayores, el uso generalizado de fertilizantes químicos, la mecanización de las labores agrícolas… En el segundo, han alimentado toda clase de motores, generado energía eléctrica y servido como materia prima para elaborar productos de síntesis (todo tipo de plásticos y similares).
En cuanto al gas natural, si bien no se utiliza habitualmente para el transporte, sí que se emplea en los sistemas de calefacción y en la generación de electricidad a través de las llamadas Centrales de Ciclo Combinado, que aprovechan la combustión de gas mediante un proceso doble para impulsar turbinas (de manera directa quemando el gas, y de manera indirecta con el vapor de agua que genera el calor sobrante). También tiene usos industriales y agrícolas. Su uso agrícola más importante es para la producción de fertilizantes químicos nitrogenados, que requieren del amoniaco que se extrae del gas natural. Paradójicamente, una parte del aumento de su demanda está relacionado con la creciente producción de Biocombustibles y los cultivos industriales de los que se extraen, en teoría una alternativa a los combustibles fósiles, pero en la práctica igualmente dependientes de estos mismos.
Todas estas aplicaciones de los hidrocarburos han conducido a un crecimiento económico sin precedentes, de carácter exponencial (es decir, que en lugar de seguir una progresión aritmética se duplica cada poco tiempo), lo que ha implicado un aumento proporcional en el uso de materias primas y en la generación de residuos. Han contribuído además a una explosión demográfica, que en los dos siglos posteriores al inicio de la Revolución industrial ha multiplicado por cinco la población urbana del planeta. Sin embargo, esta expansión choca con el carácter limitado y finito de los combustibles fósiles, que, a fin de cuentas, son el resultado de la lenta descomposición de materia orgánica procedente de la vida marina, depositada en los fondos sedimentarios durante millones de años. Su tasa de reposición es por tanto infinitamente más lenta que la de su uso.
Aunque desde que dio comienzo la utilización industrial de los combustibles fósiles se ha tenido constancia de su carácter finito, no fue hasta los años sesenta del siglo XX cuando, gracias a los estudios del geólogo norteamericano M. K. Hubbert, se comenzaron a cuantificar los plazos probables de agotamiento. Hubbert demostró que la productividad de un pozo cualquiera seguía una pauta fija —con una primera fase de rápida extracción, en la que el petróleo fluía con facilidad, seguida de otra en la que se volvía cada vez más difícil y costoso sacar el petróleo restante— y que dicha pauta podía extrapolarse al conjunto de las reservas de un territorio. Estableció un modelo gráfico en forma de campana en el que en medio de esas dos fases se situaba una zona de transición, conocida como “pico de Hubbert” o “pico del petróleo”.
El concepto de pico del petróleo no implica un agotamiento brusco y repentino de los hidrocarburos, sino un punto de inflexión a partir del cual va disminuyendo progresivamente la facilidad de extracción y la rentabilidad de los yacimientos; o, lo que es lo mismo, va aumentando tanto el coste monetario como la Tasa de Retorno Energético (cantidad de energía invertida en relación con la energía extraída) de su explotación, debido a que cada vez la extracción se vuelve cada vez más compleja.
La validez de este modelo pudo comprobarse empíricamente en la evolución de las reservas estadounidenses, que alcanzaron su pico en los años setenta y que desde entonces han ido en declive; sin embargo, no fue aceptado de manera general hasta principios de la década del 2000[i] Las dificultades para encontrar nuevos yacimientos y para mantener el ritmo de extracción en los pozos ya en uso hicieron saltar las alarmas de la industria energética y los Estados, que intensificaron sus esfuerzos por controlar las reservas existentes. Esto ha supuesto un aumento en las tensiones geopolíticas, tanto en su vertiente comercial como militar, y una obsesión por buscar fuentes de abastecimiento nacionales que no dependan del mercado mundial.
Así pues, las economías industrializadas se encuentran en el atolladero de tener que hacer frente a una demanda energética creciente (propia de una economía basada en el crecimiento y multiplicada además por la rápida industrialización de los países emergentes) en un momento en el que se sospecha que el umbral del “pico del petróleo” puede haberse rebasado ya a nivel mundial y cuando se constatan dificultades en el suministro.
A pesar de la retórica sobre el cambio climático y de la propaganda oficial en torno al “desarrollo sostenible”, que quiere hacernos creer que las energías “renovables” son una alternativa real a los combustibles fósiles y que hay una apuesta clara por ellas, lo cierto es que la implantación de dicha alternativa energética (en su versión industrial y controlada por grandes empresas, en ocasiones vinculadas a las petroleras) no se está planteando más que como complemento al mix energético basado en los hidrocarburos, no como su sustituto[ii].
La verdadera apuesta en la que están concentrando sus esfuerzos e inversiones los Estados y grandes empresas parecen seguir siendo los combustibles fósiles, pero ahora en forma de combustibles no convencionales[iii], es decir, aquellos cuya explotación hasta hace poco no había resultado rentable por su inaccesibilidad o dificultad técnica, pero que se han vuelto apetecibles conforme los combustibles convencionales han empezado a escasear: arenas bituminosas, gas y petróleo de esquistos y lutitas, petróleo submarino (offshore), etcétera.
Estos combustibles no convencionales, cuya explotación está trastocando —al menos temporalmente— el mapa energético internacional y la tradicional división entre países importadores y exportadores, no solamente son mucho más costosos económica y energéticamente; son además muchísimo más agresivos para el medio, tanto en su obtención como en su combustión. Requieren mucha más energía para su extracción y procesamiento, mucha más agua (como en el caso del fracking), producen muchas más emisiones de dióxido de carbono por unidad de energía, suponen la devastación de amplios territorios (como en el caso de las arenas bituminosas de Alaska o las plataformas oceánicas), y tienen consecuencias imprevistas (como la liberación de compuestos radioactivos subterráneos o de gas metano).
España cuenta con una dependencia casi total de las importaciones de hidrocarburos, con el consiguiente desequilibrio que ello supone para la balanza comercial. Esto hace que desde los poderes económicos y políticos se sitúe como una prioridad estratégica el desarrollo de un abastecimiento propio, dado que no se contempla de manera realista un escenario a corto o medio plazo sin combustibles fósiles. En este contexto de búsqueda de fuentes energéticas propias que sigan alimentando un capitalismo en constante crecimiento cobran importancia no solo las energías renovables (que, no obstante, han encontrado mayores cortapisas en los últimos años), sino también la opción nuclear, aunque por ahora no haya ningún proyecto serio de construcción de nuevas centrales[iv].
Así pues la búsqueda de hidrocarburos en territorio español no es una mera decisión comercial, sino principalmente política[v], motivada por la situación de vulnerabilidad en los suministros de gas y petróleo que consume la economía española.
Hidrocarburos no convencionales en Andalucía oriental
Sobre el territorio oriental de Andalucía hay dos conjuntos de proyectos de extracción de combustibles no convencionales actualmente en marcha, que pueden tener graves consecuencias sobre los ecosistemas y las poblaciones: las prospecciones submarinas en el mar de Alborán y el fracking en Jaén.
Prospecciones submarinas en el Mar de Alborán
El mar de Alborán es la región sudoccidental del Mediterráneo, situada entre el Estrecho de Gibraltar y las costas de Almería y Argelia. Al ser una zona de comunicación entre las aguas del Mediterráneo y el Atlántico, y por tanto mezcla de ecosistemas marinos de diferente temperatura y salinidad, alberga una enorme biodiversidad (la mayor de los mares europeos).
Además de contar con praderas de posidonia, que son refugio de cientos de especies marinas, es un importante hábitat y zona de paso de cetáceos (en este área se encuentra la mayor población de delfines mulares del mediterráneo y la última de marsopas comunes), así como de túnidos y escualos. También es la principal zona de alimento de tortugas marinas de Europa. Cuenta con importantes recursos pesqueros, en su mayoría explotados con artes menores, aunque también por la flota de arrastre.
Es también una zona fuertemente degradada; soporta la presión de la construcción costera y los vertidos industriales, el tráfico marítimo (especialmente dañino con la práctica asociada del bunkering o respostaje de combustible en alta mar, que implica derrames continuos), el calentamiento de las aguas, la sobreexplotación pesquera, la militarización de sus aguas (con el paso de submarinos nucleares y las maniobras militares marítimas), e impactos más ocasionales en el conjunto del Mediterráneo, como el producido actualmente por la destrucción de parte del arsenal químico sirio frente a las costas de Chipre.
Los proyectos de prospección submarina en estas aguas vendrían a sumarse, por tanto, a las amenazas que devastan ya de forma cotidiana unas aguas tan ricas en vida como frágiles.
Hay dos conjuntos de permisos de investigación de hidrocarburos concedidos en esta zona; los de la empresa CNWL Oil España S.A., denominados Chinook A, Chinook C y Chinook D, (de búsqueda de gas) otorgados en diciembre de 2010, y los del conjunto asociado de Repsol Investigaciones Petrolíferas SA (RIPSA) y Gas Natural Exploración, los Sirocco A, B, C y D (que tienen como objetivo la búsqueda de petróleo, excepto el permiso “Siroco A” en el que se busca gas natural), concedidos en agosto de 2011 como renovación de antiguos permisos de 2004 y 2008. En conjunto cubren un área de alrededor de 550.000 hectáreas (5.550 km2) frente a las costas de Málaga, Granada y Almería. En ella se encuentran espacios marinos de especial valor ecológico, como el de Calahonda, los fondos de la bahía de Estepona, los acantilados de MaroCerro Gordo o el paraje natural del mar de Alborán.
La primera fase de investigación, previa a la extracción y con una duración de cuatro años, es el estudio de las zonas seleccionadas por medio de ondas acústicas. Es la llamada “prospección sísmica”, que consiste en el uso de cañones de aire comprimido remolcados desde el barco. Cada barco puede utilizar simultáneamente más de 20 cañones, que liberan en el agua aire comprimido a gran presión, expandiéndose hasta alcanzar el fondo marino. El sonido reflejado se registra y procesa en receptores desde los cuales es analizado. Estos dispositivos de prospección sísmica tienen un fuerte impacto en la fauna marina. Los cañones de sonido alteran la capacidad de orientación de peces y tortugas o revientan directamente sus órganos internos, reduciendo así sus poblaciones. Más aún afecta a los cetáceos, que utilizan frecuencias sonoras para comunicarse. Por otro lado, el impacto de las ondas provoca cambios geológicos en el subsuelo marino y puede llegar a liberar metales pesados en el agua.
La segunda fase consiste en la toma de muestras mediante un sondeo de perforación, en aquellas zonas señaladas como aptas por los sondeos sísmicos previos. En este tipo de perforaciones en fase de exploración son frecuentes los vertidos, como los ocurridos frente a la costa de Tarragona en 2009 en pozos de Repsol, y que dejaron más de 150.000 litros de petróleo. Generan además una destrucción directa de los ecosistemas de los fondos marinos, como las comunidades de posidonia, consideradas los criaderos del Mediterráneo y que se calcula que dan cobijo a unas 400 especies de plantas y un millar de especies de animales.
En esta actividad de perforación se emplean lodos de compactación (para presionar sobre la bolsa de hidrocarburos y evitar que exploten), y se inyectan materiales químicos (dispersantes y anticorrosivos) altamente contaminantes. Se van vertiendo además escombros, que quedan contaminados por los lodos de compactación[vi].
Así pues, la contaminación derivada de la explotación del petróleo no se limita a las catástrofes que cada cierto tiempo atraen la atención de los medios y que llenan los telediarios de aves embadurnadas de crudo y playas anegadas en chapapote, como las provocadas por el Prestige o el Exxon Valdez. Los vertidos y la contaminación forman parte de la actividad cotidiana del negocio petrolero desde la fase misma de prospección. Sólo hay que recordar los 18 vertidos de los que se tiene noticia en la década entre 2001 y 2011 frente a las costas de Tarragona, diez de los cuales están vinculados a la actividad de Repsol.
Fracturación hidráulica en Jaen
La fracturación hidráulica o fracking es una técnica consistente en inyectar agua con arena y productos químicos a altas presiones sobre cierto tipo de rocas (esquistos o lutitas) para fracturarlas y liberar los depósitos de gas o petróleo que se encuentran adheridos y dispersos. Es la técnica de extracción no convencional que ha despertado mayores esperanzas en la industria energética en los últimos años, y en países como Estados Unidos ha disparado (muy por encima de la realidad, como se ha comprobado) las expectativas sobre sus potencialidades para asegurar un suministro seguro y estable de hidrocarburos (especialmente de gas, del que se llegó incluso a pensar que EEUU podría empezar a ser exportador).
Aunque en España esta técnica aún no se está empleando, hay multitud de permisos concedidos para explorar potenciales yacimientos, algunos de ellos con sus correspondientes permisos de explotación para el caso de que sean viables.
En la provincia de Jaen hay dos conjuntos de permisos; los llamados Ulises 2 (en un área de 40.000 hectáreas) y Ulises 3 (27.000 hectáreas), concedidos a la empresa Oil & Gas Capital y que afectan a varios municipios de la zona de La Loma y las sierras de Mágina y Segura, y los conocidos con la denominación Himilce 1, 2 y 3, solicitados por la misma empresa, y que afectan a la zona de Sierra Morena, al norte de la provincia.
Para el sondeo de investigación previo a la fracturación hidráulica puede utilizarse un sistema de prospección sísmica similar al empleado en el mar, con camiones vibradores cumpliendo una función equivalente a la de los barcos equipados con cañones de sonido. Comparado con el impacto de las prospecciones submarinas, el de los sondeos de investigación del fracking es relativamente menor. No se puede decir de lo mismo del proceso de extracción, que, de manera resumida, consiste en la introducción de un tubo de perforación sellado vertical que se curva hasta hacerse horizontal, y que inyecta agua con aditivos químicos a alta presión para quebrar (fracturar) la roca en tramos cortos de unos 100 metros, sobre los que posteriormente se añade arena para evitar que las grietas de la roca se cierren. Tras completar la fracturación de todos los tramos de un pozo, el fluido inyectado se devuelve a la superficie para ser tratado y reutilizado, y comienza la producción del gas.
Las balsas de almacenamiento y tratamiento de estos fluidos se suman al resto de infraestructuras necesarias de cada campo de explotación, que pueden albergar 10 o 12 pozos: torres de perforación, balsas de lodos, tanques de separación del gas, pistas y desmontes para permitir el acceso de camiones con materiales…
La proporción de agua empleada que se recupera después de su uso varía en función de la permeabilidad del suelo. Las sustancias químicas añadidas representan una proporción muy baja en el total del fluido (el 0,49 %), pero teniendo en cuenta la enorme cantidad de agua empleada (puede alcanzar los 30.000 m3 por pozo), la cantidad total de sustancias químicas utilizadas acaba siendo considerable (unos 150.000 litros), y una parte de la misma se filtra al subsuelo y a los acuíferos. Aunque la industria ha mantenido un enorme secretismo con respecto de la composición química de estas sustancias, amparándose en el secreto comercial, algunas investigaciones han establecido la presencia de diversos tipos de ácidos, cloruro potásico, inhibidores de corrosión, amortiguadores de la modificación del pH, agentes gelificantes y sulfuctantes, etc. Además de la preocupación que genera esta contaminación de las aguas, el fracking suscita también una gran inquietud por la sismicidad asociada, es decir el riesgo de terremotos. De hecho, la sucesión de terremotos producidos en las cercanías de Torreperogil entre finales de 2012 y principios de 2013 ha sido uno de los factores que más han contribuir a movilizar a la población de la zona contra las prospecciones, a pesar de que en ese periodo los trabajos aún no habían comenzado.
La sismicidad que puede estar asociada con esta actividad puede ser o bien directa (por el desplazamiento de rocas que genere microsismicidad, poco apreciable), o inducida, en el caso de que la inyección del fluido a alta presión alcance fallas y libere su tensión mecánica.
También parece probado que puede amplificar el efecto de terremotos que se produzcan de forma natural en el entorno. Aunque los terremotos registrados en el entorno de Torreperogil y la comarca de Las Lomas no hayan sido causados por la fracturación hidráulica, el hecho de que sea una zona con actividad sísmica hace buenos los temores de la población de cara al futuro. A todo lo cual habría que añadir los riesgos relacionados con el transporte y la manipulación del gas, las posibles fugas, accidentes, etcétera. Por último, una consecuencia poco señalada de este tipo de explotaciones es la liberación de sustancias radioactivas presentes en las rocas de pizarra, especialmente radón (soluble en agua y por tanto susceptible de mezclarse en el fluido de retorno) pero también uranio, un riesgo que también está presente en el caso de las prospecciones submarinas.
Algunas reflexiones
Tanto los proyectos de fracturación hidráulica como las prospecciones submarinas han generado movilizaciones de oposición, bastante más significativas en el caso de Jaén; ha habido importantes manifestaciones (como la que tuvo lugar en Jódar en abril de este año, que reunió a 5.000 personas) y asambleas en los pueblos. Varios municipios se han declarado oficialmente “libres de fracking”. En el caso de las prospecciones submarinas, la oposición es por ahora menos visible, sobre todo si se compara con el grado de respuesta que han provocado otros proyectos similares, como los de Canarias o Baleares, donde el rechazo es unánime y ha aglutinado a todo el espectro político, social e incluso institucional.
Ambos proyectos son la plasmación, en distintos puntos de un territorio cercano, de la misma desesperada huida hacia delante de un sistema basado en el crecimiento (económico y técnico) como único valor de referencia, por encima de los ecosistemas y las poblaciones. Por tanto las distintas luchas surgidas contra estos proyectos y otros similares parecen destinadas a estrechar lazos y alianzas, tanto para ganar fuerza organizativa y práctica como para establecer un discurso común. Desde el máximo respeto a quienes participan en estas luchas de las más diversas formas, queremos aportar algunos elementos para el necesario debate y la elaboración de este discurso:
- Como se ha señalado anteriormente, la apuesta por los combustibles no convencionales no es una decisión arbitraria de ciertas empresas o ciertos partidos; en el contexto energético actual, se trata de una decisión politica, una cuestión de Estado. Sólo hay que recordar como los diversos permisos han sido concedidos tanto por administraciones del PP como del PSOE (gobiernos estatales del PSOE y del PP, Junta de Andalucía…).
- Estas decisiones se han tomado sin ningún proceso de consulta ni debate público; se han otorgado permisos de exploración a empresas cuyo interés obvio es la explotación de los posibles yacimientos, sin que se haya informado siquiera a las poblaciones cercanas de las consecuencias de estas actividades, y negándoles la posibilidad de pronunciarse sobre su conveniencia. La forma en que los megaproyectos que necesita el capitalismo para su desarrollo usurpan la capacidad de decisión de las gentes sobre los territorios que habitan debe señalarse como una consecuencia igual de grave que los impactos medioambientales. Por el contrario, gran parte de las declaraciones de municipios como zonas libres de fracking sí han estado precedidas de asambleas y procesos de información y debate popular y abierto.
- Es comprensible que dentro de los argumentos esgrimidos en estas movilizaciones destaque el de la amenaza que suponen contra los recursos económicos con que cuentan las poblaciones (olivar, turismo…). La pérdida de las fuentes de ingresos de las que dependen estas zonas es un problema real, capaz de movilizar a amplios sectores muy distintos y contradictorios. Sin embargo no se puede obviar que ni el olivar como monocultivo intensivo y dependiente del aporte de productos químicos, ni el turismo de masas, ni la pesca de arrastre son actividades inocuas para el medio. Habría que recordar que aparte de los daños que provocan estas actividades en el propio territorio, la exportación de aceite a grandes distancias, los fertilizantes químicos o el trasiego continuo de turistas contribuyen a generar precisamente la demanda de combustibles fósiles que crea la necesidad de estos mismos proyectos extractivos.Por supuesto, las soluciones a corto plazo no son fáciles para pueblos enteros que dependen de estas actividades económicas para su sustento, pero el vínculo entre éstas y el modelo energético y social que mantiene una necesidad creciente de energía hace ineludible que se planteen en el debate colectivo.
- A la crítica y el debate sobre el fracking y los demás proyectos extractivos debiera ir unida una crítica a la sociedad y la economía que los necesita; no se trata de proyectos aislados y accesorios, sino de elementos fundamentales para la continuidad del actual modo de producción y vida industrializada capitalista. Si hay una apuesta generalizada por los combustibles no convencionales es debido al conjunto de necesidades industriales de transporte, alimentación, consumo, etc… en el que estamos inmersos. Mas allá de plantear un cambio de fuentes energéticas fósiles por renovables para satisfacer la actual demanda energética, sería necesario cuestionarse esa demanda, hasta qué punto es necesaria y deseable; qué energía necesitamos realmente y para qué. Y referente a la dependencia a los combustibles fósiles, librarse de ella no implica sólo pensar en otro tipo de suministros (sabiendo que ningún otro proporcionará la fuente barata, accesible y abundante que han supuesto los hidrocarburos) sino en romper la subordinación a los mercados globalizados, recuperar cercanía y soberanía local, replantearse las formas de producción y consumo… Es decir, dar los pasos para salir del atolladero energético, climático y ecológico en el que nos ha colocado este sistema.
Helios E.M.
Granada, Agosto 2014
[i] Un ejemplo paradigmático en el cambio de visión sobre la inevitabilidad del agotamiento de los hidrocarburos lo encontramos en el cambio de nombre de la multinacional BP; de significar British Petroleum (Petróleo Británico), pasó a Beyond Petroleum (Más allá del Petróleo).
[ii] Como planteamos más adelante, la cuestión energética va más allá de la dicotomía combustibles fósiles / energías “renovables”, si es que por tales pueden entenderse los actuales megaproyectos solares y eólicos.
[iii] Las inversiones en combustibles fósiles no convencionales pueden multiplicar por tres a las de las renovables en los próximos años, según el analista energético Michael T. Klare. (La tercera era del carbono: www.rebelion.org/noticia.php?id=172804)
[iv] Dejamos para otro momento el análisis de la energía nuclear en España. Aunque por ahora no hay ningún proyecto serio de construcción de nuevas centrales, manteniéndose en la práctica la moratoria nuclear (impuesta más por motivos económicos que de otro tipo) de principios de los años 80. Al debate sobre el cierre de las centrales nucleares que han cumplido su ciclo de vida, como la de Garoña, se le une el de la búsqued de combustible nuclear, sin el cual no podría hablarse de verdadera dependencia energética, con los proyectos de reapertura de minas de uranio en Salamanca.
[v] Como se indica en la decisión del Consejo de Ministros de diciembre de 2010 en que se otorgan los permisos de prospección submarina aludiendo a la alta dependencia del petróleo internacional, o como reflejo de la Directiva 2006/67/CE del 24 de Julio de 2006 de la UE en la que se obliga a los Estados miembros a mantener un nivel mínimo de reservas de petróleo crudo y/o producción petrolífera.
[vi] Para una exposición más detallada de los proyectos de prospecciones submarinas actualmente en marcha en el Estado Español, y sus posibles impactos, recomendamos el dossier Prospecciones. Impactos en el medio marino de los sondeos y exploraciones de la industria de hidrocarburos, de Ecologistas en Acción.