Entrevista a Fiammetta Bonfigli: “La normalidad en Brasil ya no existe. La normalidad era cruel y no querría volver a ella, pero sí quiero dejar atrás el terror constante”

El pasado 8 de enero la extrema derecha bolsonarista tomó y vandalizó durante algunas horas los principales centros del poder en Brasil. Este intento de golpe de Estado, que pretendía devolver la presidencia a Jair Bolsonaro, tuvo lugar dos años y dos días después del asalto al Capitolio de Washington y un mes después de que los servicios de inteligencia alemanes frenaran a un conglomerado de aristócratas, militares, policías, jueces y otros funcionarios de extrema derecha que pretendían derrocar a la república y volver al Reich.

Todos estos asaltos obedecen a lógicas similares: la manipulación de sus seguidoras a través de fake news en las redes sociales, la inoculación de la sospecha de elecciones robadas y la deslegitimación de movimientos sociales y políticos de izquierda a través de medios de comunicación o su represión policial y judicial.

Pocos días después de los hechos de Brasilia, entrevistamos a Fiammetta Bonfigli sobre los mismos. Fiammetta es una activista y profesora de Derecho italiana que ha residido en Madrid – donde realizó un estudio sobre el control social en el barrio de Lavapiés – y en Euskal Herria, que actualmente lleva ocho años viviendo y trabajando en Brasil. Desde que le entrevistamos hasta este momento han ido surgiendo novedades en la investigación (e irán apareciendo más en el futuro) que no salen reflejadas en sus respuestas, pero su análisis no deja de ser plenamente vigente.

Todo por Hacer (TxH): Las personas que asaltaron las altas instituciones del Estado el pasado 8 de enero buscaban volver al bolsonarismo. Antes de entrar a valorar lo ocurrido hace unos días, cuéntanos cómo habéis vivido los cuatros años del Gobierno de Jair Bolsonaro.

El Gobierno de Bolsonaro (2019-2023) fueron cuatro años de terror en los que se aceleraron algunos elementos oscuros que ya se dejaban ver en la sociedad brasileña.

Estos elementos oscuros empezaron a brotar años antes. Yo llegué a Brasil en el año 2014, un año después de las grandes manifestaciones de 2013 contra la subida del precio del transporte público y el gasto del mundial de fútbol1, que una parte de la izquierda ve como el principio de la toma del poder por la extrema derecha. No creo que el 2013 fuera un intento de golpe de Estado de la derecha, como sugieren algunos autores, sino un proceso más complejo. Es cierto que las manifestaciones de ese año fueron en parte “hackeadas” o reapropiadas por la derecha y hubo mucha confrontación con la izquierda institucional por parte de diferentes sectores, pero creo que el bolsonarismo aún tardaría un par de años en llegar.

En 2015 y, muy particularmente en 2016, durante el proceso de impeachment a Dilma Rousseff, vimos a la extrema derecha empezar a ocupar el espacio de la derecha oligárquica tradicional. Y es durante el impeachment cuando arranca el discurso que lo inició todo: Jair Bolsonaro homenajeó al coronel Brilhante Ustra, conocido torturador del aparato represor de la dictadura militar, que había torturado personalmente a Rousseff. Al hacerlo, en vez de generar una reacción de indignación, fue aplaudido y en 2018 ganaría las elecciones, mostrando que los discursos fascistas nada moderados podían ganar.

En 2018, además, moría asesinada Marielle Franco. Un precedente importante para entender cómo vivimos el Gobierno de Bolsonaro: un estado de alerta constante en el que o povo brasileiro se acostumbró al miedo y al sufrimiento psíquico permanente. Es el país con mayor número de casos de crisis de salud mental en estos años. La investigadora Sonia Corrêa lo ha definido como un dolor físico, porque todos los días pensábamos que algo nos podía pasar. Por eso lo defino como un estado de terror o incluso de terrorismo de Estado: nos era imposible sentir “paz” o alegría a medio-largo plazo. Y esto en Brasil es muy traumático, porque al pueblo brasileño se le conoce antropológicamente por su capacidad de expresar alegría pese a la tragedia que lo rodea. Y nunca encontramos tiempo para sanarnos, porque siempre que pensamos que nos hemos recuperado y que estamos bien, vuelve a ocurrir algo. Por poner un ejemplo, cuando tras la segunda vuelta de las elecciones ganó Lula y pareció que tendríamos un momento de respiro (incluso en el anarquismo), un adolescente neonazi de 16 años entró en una escuela pública armado (gracias a la política de liberación de armas de fuego de Bolsonaro) y mató a cuatro profesoras. Creo que este trágico episodio resume perfectamente la sensación de vivir bajo el Gobierno de Bolsonaro.

En estos cuatro años, todo lo malo que le puede ocurrir a un país y a sus pueblos, sucedió. No hubo ningún aspecto de la vida y de la convivencia social que no fuera afectado, amenazado o destrozado por el bolsonarismo. Y digo “bolsonarismo” y no “Bolsonaro” porque el bolsonarismo ha sobrepasado hasta a la propia figura de Jair Bolsonaro.

TxH: ¿Cómo vivisteis las personas que más tenían que perder (activistas, mujeres, personas LGTBIQ, trans, personas racializadas, etc.) los sucesos del 8 de enero?

Se dieron varias reacciones. La más extendida, que me preocupa pero que en cierto modo, y muy a mi pesar, confieso que entiendo – lo cual es una reacción íntimamente relacionada con el proceso de destrucción que ha generado el bolsonarismo –, es la defensa de las instituciones públicas brasileñas. El pueblo ve el atentado como un ataque al Estado de Derecho de la República y al juez Alexandre de Moraes, que investiga el golpe, como una suerte de salvador de la patria.

Otra reacción que se ha dado es la de definir a los golpistas como “terroristas”. Parte de la izquierda se está viendo pidiendo que se aplique la ley antiterrorista sobre estos sujetos, ridículos y peligrosos por igual. Sin embargo, esto puede ser una acción boomerang, porque sabemos que este tipo de leyes no fueron diseñadas para golpistas de derechas, sino para activistas de izquierdas. Por tanto, podemos generar un precedente que se aplicará a nosotras en el futuro.

También se está extendiendo un discurso equidistante que dice “sí, esos golpistas se han equivocado, pero también el MST [Movimiento Sin Tierra] o los indígenas en 2013 ocuparon edificios oficiales y es la misma cosa”. Esto terminará por justificar que se apliquen las leyes más restrictivas a los movimientos sociales e indígenas. Algunos sectores de la izquierda confían en las instituciones públicas de una manera que no se compadece de un análisis objetivo de nuestra historia. Lo entiendo, pero reafirmo que es muy peligroso.

TxH: ¿Cómo se están organizando los movimientos sociales tras estos hechos?

El 9 de enero salieron a la calle de forma masiva en todas las ciudades importantes del país, condenando el intento de golpe y en defensa de la democracia. Participaron toda clase de movimientos variopintos, incluso colectivos enfrentados entre sí, en un esfuerzo colectivo por mostrar unidad.

La prioridad para los colectivos más críticos no es la defensa de una democracia liberal en sentido genérico, sino evitar un golpe de Estado o – como dice Vladimir Safatle – una insurrección fascista. En los movimientos predomina la idea de que la calle nos pertenece y que éste es el escenario en el que se debe pelear contra la derecha. A su vez, la derecha se ha apropiado de una serie de discursos y estrategias antisistema y afirma, igualmente, que las calles son suyas. En cualquier caso, debemos tener claro que la defensa de la democracia, de las instituciones y de la aplicación del Derecho Penal contra los golpistas no es nuestro territorio. Los movimientos están luchando por que se respete el resultado de las urnas y que los secuaces de Bolsonaro no vuelvan al poder, por la defensa de los territorios y por nuestro derecho, como diría Víctor Jara, a vivir en paz sin que el bolsonarismo nos eche el aliento en el cogote.

TxH: El asalto a los tres poderes brasileiros tuvo lugar dos años y dos días después del asalto al Capitolio de EEUU. En ese caso, por mucho que varios de los asaltantes con cuernos de bisonte pensaran que lograrían detener la investidura de Biden y que podrían mantener en el poder a Trump, nunca nos dio la sensación de que eso realmente podría llegar a suceder. ¿Crees que en el caso de Brasil se puede hablar de un verdadero intento de golpe de Estado, o nunca hubo un verdadero peligro de que cayera el Gobierno de Lula?

Ha pasado poco tiempo, así que es difícil valorar la verdadera gravedad del peligro. Pero no se puede ignorar que llevábamos años recibiendo alertas de procesos golpistas por parte de una extrema derecha bien entrenada y organizada y quienes lo advertían fueron ridiculizadas.

No sé si el 8 de enero estuvimos cerca de que se cambiara el gobierno por la fuerza, pero desde luego la intención de las asaltantes era esa. Se están encontrando documentos en las casas de dirigentes de ultraderecha (como el secretario de seguridad del Distrito Federal y ex-ministro de Justicia de Bolsonaro, Anderson Torres), cediendo el poder a Bolsonaro para revertir el resultado electoral, que parecen propios de un auténtico golpe. Y hay que tener en cuenta que el ejército brasileño es eminentemente golpista. Pero, por otro lado, no lo habrían tenido nada fácil, porque todos los países del mundo – incluso EEUU – reconocen a Lula como presidente.

TxH: Se ha hablado mucho del papel de la policía y el ejército durante el 8 de enero. Hemos visto imágenes de policías militares haciéndose selfies con la muchedumbre y a otros PM directamente guiándoles a la praça dos Três Poderes. El periodista Renato Rovai asegura que hubo incluso generales que participaron en el intento de golpe y que algún mando evitó que el Regimento de Cavalaria de Guarda y el Batalhão da Guarda Presidencial no estuvieran presentes para impedir el asalto. La periodista Patricia Campos Mello, por su parte, acusa a los servicios de inteligencia de no hacer nada. ¿Qué nos puedes contar de la relación de la policía y el ejército con el bolsonarismo?

Ha quedado en evidencia que la policía militar (PM) es una organización criminal que colabora con las decisiones políticas más nefastas del país. Tiene un pasado genocida y ha participado en multitud de acciones sangrientas contra la población periférica y racializada del país pero, a pesar de ello, no se hablaba tan abiertamente de esto como hasta ahora. La PM defiende a Bolsonaro y, como mínimo, permite las tentativas golpista y, posiblemente, incluso las ha organizado.

Safatle define a la PM como “un partido político armado al servicio de la desestabilización” y dice que hay que disolverla. También llama a destituir a los mandos militares de sus puestos civiles y mandar a la reserva a los comandantes, porque el ejército, junto a la PM, es el mayor peligro golpista. Si no se toman medidas drásticas, la amenaza siempre existirá.

Por cierto, la policía rodoviaria federal (PRF) también intentó su propio golpe durante las elecciones, bloqueando las autopistas para impedir que la gente pudiera votar en los feudos de Lula.

TxH: Para ti, ¿quiénes ostentan la principal responsabilidad en el asalto a las instituciones? ¿Y qué otras causas explican lo que ha ocurrido?

Es muy complicado determinar las causas y el grado de responsabilidad de los actores en lo ocurrido. Estamos ante un levantamiento fascista, motivado por una desconexión entre la realidad objetiva de las cosas y la visión que tiene el bolsonarismo de la vida en colectividad. Las fake news – sobre el satanismo de Lula, las vacunas, etc – fueron uno de los principales motores del bolsonarismo durante la campaña electoral; controlan muy bien las redes sociales. No se reaccionó a tiempo a la hora de detener la diseminación de determinados mensajes o bloquear algunas cuentas.

Por otro lado, el 8 de enero se estuvo preparando durante mucho tiempo por grupos de WhatsApp. Se organizaron autobuses para ir a Brasilia y fue gente de todo tipo, desde personas de tercera edad hasta neonazis [los datos muestran que durante el Gobierno de Bolsonaro se produjo un incremento de más del 250% de los movimientos neonazis]. Esto es el bolsonarismo: su base social ultraderechista, colaborando con la PM y responsables políticos como el secretario de seguridad del DF.

¿Y en cuanto a Bolsonaro? Se encontraba en Florida (EEUU) porque no quería participar en la investidura de Lula, pero todo apunta a que sabía lo que ocurriría y se estaba preparando para volver al país como presidente. Pero eso no sucedió y ahora se encuentra pidiendo prórrogas de su visado en EEUU. Con independencia de cuál fuera su participación concreta y cuál será su responsabilidad jurídica (y la de su familia), su responsabilidad política es evidente.

TxH: Las imágenes de más de un millar de bolsonaristas detenidos, con cara de estupefacción, revelan que se creían impunes, tal y como sucedió con muchos asaltantes del Capitolio hace dos años. ¿Qué crees que ocurrirá con los asaltantes?

Se está intentando investigar la participación de cada una, pero es importante tener en cuenta que el intento golpista no se reduce a esas 4.000 personas que participaron en los eventos del 8 de enero. Lo más importante es la responsabilidad política de varios dirigentes y de los aparatos institucionales, así como descubrir quién financió ese golpe de Estado.

La ironía es que los y las militantes bolsonaristas, que apoyaban a un presidente que llegó a tachar los derechos humanos de “estiércol” y que decía que el “bandido bueno es el bandido muerto”, acaban de descubrir ahora para qué sirven estos derechos. Tras su detención, empezaron a difundir en sus cuentas que la comida es muy mala, que tienen miedo de sufrir torturas, etc. Reivindican los derechos para ellos y demuestran que no tienen ningún conocimiento sobre la terrible realidad de las prisiones brasileñas que tanto banalizaban.

TxH: Por último, ¿crees existe un riesgo de que estos hechos se vuelvan a repetir? ¿Y de que se consuma un auténtico golpe de Estado?

No sé si existe un riesgo de que suceda de la misma forma, pero sí de que la extrema derecha siga creciendo e intente recuperar el poder. Hay que tener en cuenta que en esta ocasión lograron una gran movilización y demostraron estar bien organizados. Esto no ha terminado. Además, les apoyan sectores muy poderosos: las fuerzas de seguridad, poderes económicos, etc. Hay un peligro real de que de produzca otro golpe. El Gobierno de Lula lo intentará evitar con una purga de las instituciones y de las fuerzas armadas.

Como ya he dicho, me preocupa la vertiente punitivista de la izquierda, que usa términos que siempre se han usado para atacarnos a nosotras, como “terroristas”. Y espero que podamos volver a tener un mínimo de paz y tranquilidad, dejando atrás estos años terribles. Está claro que el Gobierno de Lula no solucionará muchísimos problemas, pero promete un mínimo de convivencia que antes no había. Y eso teniendo en cuenta que este país nunca volverá a ser el mismo; la “normalidad” ya no existe. No querría volver a la normalidad en cualquier caso, porque la normalidad es muy cruel el Brasil, pero sí quiero dejar atrás el “terror” constante.

Las activistas estamos exhaustas, pero estamos vivas. Tenemos que seguir defendiendo nuestro territorio, las personas vulnerables y todo por lo que lucharon quienes se enfrentaron a 21 años de dictadura. Y no queremos que esta vez se produzca otra “amnistía del silencio” como en el ‘79 – y como quieren los bolsonaristas –, en la que se perdonó a todos los militares sus abusos y el terrorismo de Estado de la dictadura.

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1Estas manifestaciones movilizaron a 2 millones de personas y terminaron con al menos 10 muertos, 250 heridos y 650 detenidos. En un primer momento fueron iniciadas por ciudadanos de a pie, grupos indígenas y de izquierdas, pero la derecha se apropió de ellas para atacar a la presidenta Dilma Rousseff.

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