El precio del alquiler en Madrid, en agosto de 2023, según la página web de Idealista, alcanzó su máximo histórico, con una subida respecto al año pasado del 10,9%. La cadena Ser titulaba una noticia reciente de la siguiente forma: “El alquiler sube en Madrid un 61,8% en diez años, mientras que el salario medio crece un 3,3%”. Esta situación se repite en prácticamente todo el país, en todas las provincias se han alcanzado picos históricos en el precio del alquiler, es decir, nunca antes habíamos pagado tanto por vivir en una vivienda.
Esta situación deriva de la política legislativa de unos gobiernos que, de uno u otro signo, no sólo han protegido los intereses de propietarios y rentistas sino que han generado el marco idóneo para la maximización de sus beneficios. El llamado Partido de los Propietarios ocupa prácticamente todos los sillones del arco parlamentario y, pese a sus posibles divergencias en momentos puntuales, en lo principal, actúa de forma conjunta.
Además, en este escenario realmente crítico, pues el precio del alquiler en la situación ya descrita converge con el hecho de que el número de personas arrendatarias frente al número de propietarios también se encuentra en máximos respecto a los últimos años, el crédito que aún podían mantener las fuerzas progresistas se ha esfumado recientemente con la aprobación de una ley de vivienda que ni altera el actual estado de las cosas ni se asemeja a lo prometido en todas sus campañas electorales.
Por ello, como una y otra vez repetimos en estas páginas, tan sólo la organización de las trabajadoras en nuestras propias estructuras puede ser garantía de la conquista y protección de nuestros intereses. Como ejemplo actual de la puesta en práctica de dicha idea, están los grupos locales en forma de sindicatos de vivienda o redes de apoyo mutuo que escalan territorialmente de forma federativa.
Pero, al menos en mi propia experiencia personal, como antiguo militante de un grupo de barrio en la ciudad de Madrid, la urgencia cotidiana de las personas que sufren las manifestaciones más violentas del negocio inmobiliario (desahucios, grupos parapoliciales, abusos de la judicatura, etc.) que concentra el esfuerzo de las escasas manos presentes sumado a la falta de conciencia como colectivo de todas aquellas personas arrendatarias, okupas, etc., es decir, de precarias en lo habitacional, dificultan el desarrollo de procesos de lucha más a largo plazo que involucren a amplios sectores de nuestra clase. Pero, en la actualidad, de forma positiva, hay que valorar que estos debates se encuentran presentes en los diferentes grupos, aunque a veces viciados por el uso malintencionado de determinados conceptos, como estrategia, para la delimitación de las respuestas a marcos concretos que esconden intereses ideológicos y partidistas.
Una herramienta potente, muchas veces referenciada como curiosidad histórica y no con materialidad presente, es la huelga de alquileres que, aunque es de justicia reconocer la existencia de experiencias actuales, como durante la reciente crisis sanitaria y social, también hay que añadir que su desarrollo no ha sido suficiente para desequilibrar el actual escenario.
Ante un enemigo diverso pero con un objetivo común, no sólo formado por grandes capitales agrupados en fondos, entidades bancarias y empresas del sector, sino también por un elevado número de “pequeños” propietarios que a título individual acumulan 3, 5, 7 ó 10 viviendas como fuente de ganancia, es necesario una acción colectiva dirigida contra el conjunto en su totalidad, siendo la huelga de alquileres una posible, como lo deben ser otras.
Señalar a enemigos concretos tiene su inestimable valor pero nos sirve en momentos puntuales, por ejemplo, para defender a una vecina ante el acoso de un fondo; o el presionar a la clase política, estrategia recurrente de la que no hemos sido conscientes de toda su limitación, en parte, al carecer de aliados en su interior, al actuar ésta, como se ha dicho ya, como una unidad en la defensa de cuestiones tan centrales como la libertad de empresa o la propiedad. Por todo ello, es necesario propuestas que puedan reunir diferentes objetivos como que afecten directamente a sus beneficios, que permitan ser parte activa a amplios sectores, que delimiten bien los intereses y facciones contrapuestas y que saquen la lucha de los pasillos de la política institucional para llevarla a nuestro propio escenario.
Siendo consciente de las múltiples limitaciones para desarrollar dicha propuesta a día de hoy, también es necesario remarcar experiencias recientes de lucha como ejemplo, luchas que nos muestran como el trabajo constante con una línea clara permite desbordar los límites de lo imaginable. La huelga de mujeres del 8-M de 2018 que contó con la participación activa de cientos de miles de ellas, con impacto en todos los rincones del país, es una clara muestra de ello.
Fijar en el imaginario colectivo las posibilidades de la acción del común así como una serie de objetivos políticos es una tarea a desarrollar por todos los grupos de vivienda y colectivos de trabajadoras para generar las condiciones que nos permitan escalar la lucha y salir del inmediatismo actual.
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