
A principios de siglo, tras los atentados del 11-S y el 11-M, pensábamos que la islamofobia en Occidente había tocado techo. La retórica de venganza, de sed de sangre y de deshumanización de lo musulmán y del mundo árabe dio pie a las invasiones de Irak y Afganistán, a la securitización del mundo, a los discursos antiinmigración, los bombardeos en Gaza, Siria, Yemen y Líbano y, en la última década, al auge de la extrema derecha. Pero, precisamente debido al avance de los partidos xenófobos y sus discursos de odio, como si de un perverso círculo vicioso se tratara, lejos de desinflarse, la islamofobia va in crescendo, alcanzando cotas de aceptación social nunca vistas.
Por citar algunos ejemplos, (1) Alícia Tomás, portavoz de Vox en Terrassa (Barcelona), recientemente se hizo unas fotos delante de una mezquita portando una camiseta que decía “Mohammed Not Welcome”, para luego concentrarse delante del ayuntamiento portando una pancarta con el lema “Stop Islamización”. (2) Sílvia Orriols, líder de Aliança Catalana, se define abiertamente como “islamófoba” y ha manifestado que cuando “los valores occidentales están amenazados, la islamofobia se convierte en un deber”. Un discurso muy parecido al de (3) Santiago Abascal, que asegura que “modos de vida incompatibles no pueden vivir en un barrio. El islam es incompatible con Occidente”. (4) Roberto Vaquero, líder del Frente Obrero, denuncia recurrentemente que estamos asistiendo a “la islamización de España” y en sus tertulias habituales con ultraderechistas aboga por la prohibición de que se construyan mezquitas. (5) En Molina de Segura (Murcia), el teniente de alcalde, Antonio Martínez, grabó a diferentes madres con hijab dejando a sus hijos en el colegio y publicó las imágenes en Tik Tok con el mensaje “Con las barrigas de nuestras mujeres os conquistaremos otra vez” y “Por eso #SoloQuedaVox”. (6) Y, por último, hablando del hijab, son muchos los institutos que, a lo largo y ancho del Estado, lo están prohibiendo entre el alumnado.
Si bien es cierto que algunos discursos considerados excesivos están encontrando respuesta penal –el ejemplo más claro es el de la neonazi y líder de Bastión Frontal, Isabel Peralta, recientemente condenada a un año de prisión por incitar al odio contra la comunidad marroquí en una concentración frente a su Embajada en el año 2021–, resulta evidente que los discursos islamófobos se encuentran cada vez más normalizados.

Y, mientras esto está ocurriendo, las operaciones policiales contra el supuesto terrorismo antiyihadista están en auge. ¿Casualidad o causalidad? Según datos del Observatorio Internacional de Estudios sobre Terrorismo, a fecha 3 de abril se han desarrollado en España, en lo que llevamos de 2025, 21 operaciones antiterroristas, que se han saldado con 41 detenciones. De seguir este ritmo, el año podría acabar con más de un centenar de arrestos, cifras no registradas desde 2004 (el año del 11-M) y fueron detenidos 131 presuntos yihadistas.

Relata Óscar López-Fonseca en El País que, tras los ataques de Hamás del 7 de octubre de 2023, la policía y el Ministerio del interior se vieron forzados “a acelerar muchas de las investigaciones que tenía abiertas sobre sospechosos de actividades islamistas radicales ante el temor de que el conflicto los empujase a atentar, según confirman fuentes policiales. De hecho, desde que estalló la guerra y el 31 de diciembre de aquel año, menos de tres meses, las fuerzas de seguridad arrestaron a 54 presuntos yihadistas, cuando en los nueve meses inmediatamente anteriores solo habían sido detenidas 24 personas por estos delitos, según las estadísticas oficiales. El año acabó con 78 arrestos frente a los 46 de todo el 2022. Desde entonces, el número de operaciones antiterroristas se ha mantenido en cifras muy altas. Así, en 2024 hubo 81 detenciones (el tercer año con más arrestos, solo superado por 2004 y 2005)”. En total, en el año y medio transcurrido desde el inicio del genocidio de Gaza, las fuerzas de seguridad han arrestado a 176 presuntos terroristas islamistas.
Por supuesto, las detenciones siempre vienen acompañadas de notas de prensa que alertan sobre el peligro que representan estos “fanáticos religiosos” tan “intolerantes” y “violentos”. Una descripción que rara vez encontramos asociada a ultracatólicos que difunden discursos de odio contra la comunidad trans o LGTBIQ, o contra organizaciones de extrema derecha. Por ejemplo, a principios de marzo se hizo público que la Policía Nacional, en una operación conjunta con Mossos d’Esquadra y la Polizia di Stato italiana había detenido a 11 personas que habían “realizado acciones previas orientadas a la selección de posibles objetivos”, además de enaltecer y financiar organizaciones terroristas. Según explicaron fuentes de los Mossos al periódico La Gaceta de la Iberosfera (propiedad de la Fundación Disenso y órgano de expresión de Vox), los detenidos “llamaban a cortar la cabeza a aquéllos que blasfemaran”. Sin embargo, finalmente 6 de los 11 detenidos habrían quedado en libertad provisional, lo cual a priori nos lleva a dudar de la solidez de los indicios contra los investigados. Quizás la falta de evidencias suficientes para enviarles a prisión preventiva guarde algo de relación con el hecho de que se “están acelerando muchas investigaciones”. Aunque la verdad es que no se trata de un fenómeno nuevo: en el año 2015, el periódico Diagonal realizó una profunda investigación de lo que llamó “las cloacas de la lucha antiyihadista”. En dicho artículo, tras un análisis de cifras oficiales, se reveló la desproporción entre el número de detenciones y las personas condenadas, evidenciando la cantidad de personas musulmanas detenidas que finalmente acaban absueltas por carecer de fundamento sus acusaciones.

El relato antiterrorista se ha utilizado para generar un clima de criminalización de las comunidades musulmanas, un discurso racista que contrapone un civilizado Occidente frente a un bloque religioso dispuesto a destruirlo por completo, un discurso que ampara la violencia institucional sobre las poblaciones árabes y musulmanes en Europa, pero, también, por ejemplo, el genocidio que está teniendo lugar sobre la población palestina.
Como siempre, la receta para combatir este fenómeno es romper el relato deshumanizador y generar lazos con otras comunidades que forman parte de nuestra clase social, desde el respeto y la escucha entre las diferentes realidades que la conforman.