Ya son demasiadas las mañanas que, mientras nos dirigimos al trabajo escuchando la radio o leyendo la prensa, nos sacude el cuerpo la misma noticia, la mísera situación que viven miles de personas en las puertas de esta fortaleza conocida como Europa. Miles de migrantes, ya sea por cuestiones políticas o económicas, que se hacinan en campos de refugiados/as para luego ser expulsados/as de nuestro desarrollado continente. Ante esta coyuntura, la respuesta de los diversos gobiernos de los países miembros de la Unión Europea (sea cual sea su posición en el arco parlamentario) ha sido de lo más rastrera.
Pero nuestros amados gobiernos no son los únicos que se están cubriendo de gloria ante la situación actual. Hace unas semanas, mientras el ejecutivo “socialista” de Hollande se preparaba para el desalojo por la fuerza del macro-campamento de migrantes de Calais (al norte de Francia, en las cercanías del Eurotúnel que comunica el continente con Inglaterra), nos llegaban noticias1 sobre constantes agresiones y amenazas a sus habitantes. En este caso, las presiones no procedían únicamente de la policía francesa, sino que se han reportado numerosos ataques de grupos armados de extrema derecha.
Agresiones en grupo que han llegado a afectar a niños/as de 12 o 13 años. Estos ataques se recrudecieron a partir de la marcha racista que tuvo lugar en las cercanías del campamento el pasado enero, de la mano, también, de la agresiva campaña electoral que ha llevado a cabo el Frente Nacional de cara a las recientes elecciones locales francesas. Hablamos a las claras de grupos paramilitares armados que dan palizas a migrantes con total impunidad.
Siguiendo nuestro recorrido por el viejo continente, nos detenemos ahora en Alemania. El pasado mes de marzo observamos con disgusto cómo una marcha convocada contra la política de asilo del gobierno demócrata-cristiano de Merkel (y no, no era para criticar su desidia y sus tejemanejes con el ejecutivo turco para expulsar a cientos de miles de refugiados/as, sino para plantear la expulsión de todos/as los/as migrantes de Europa), reunía a miles de manifestantes en las calles de Berlín2. Una manifestación de la que se había llegado a desmarcar el partido ultra derechista Alternativa por Alemania. Y esto sucedía pocas semanas después de que saltara a los noticiarios un lamentable video grabado por un manifestante en la localidad de Clausnitz, donde un numeroso grupo de vecinos/as bloqueaba la llegada de un autobús de refugiados/as mientras los/as insultaba y amenazaba. Aunque no es necesario detenerse en casos concretos para hacerse una idea de la situación, basta el dato de los cientos de ataques a centros de refugiados/as que se registraron por todo el territorio federal el año pasado (y lo poco que llevamos de este). Pintadas, pedradas, lanzamiento de cócteles molotov e incluso algún caso de disparos con fuego real son el saldo del racismo de muchos/as alemanes/as3.
Pero el resto de Europa no se queda a la zaga. Manifestaciones en contra de la acogida de refugiados/as se han sucedido en Polonia, Eslovaquia o Inglaterra, mientras que en Grecia se han llegado a relatar casos de ataques en mar abierto contra las precarias embarcaciones en las que navegan hacia la isla Lesbos muchos/as sirios/as y afganos/as desde las costas turcas. Y no podemos dejar de remarcar lo sucedido estos últimos días, como el intento de marcha racista en Bruselas sobre uno de los barrios con mayores porcentajes de migración de la capital belga o el paripé montado aquí en Madrid por varios/as militantes del Hogar Social en las cercanías de la mezquita de la M-30.
Estamos ante un clima de tensión creciente, ante una situación en que la extrema derecha se vuelve cada día más expeditiva, generando un contexto donde cada día vemos, como si se tratara de una película, acciones que atentan contra la vida de otras personas. Hombres, mujeres y niños/as contra hombres, mujeres y niños/as nacidos/as en otro lugar o creyentes de otra religión. El capitalismo en su estado más crudo, civiles en guerra para defender su miseria frente “al invasor”. Los/as desposeídos/as divididos/as, marginándose unos a otros, obviando a los culpables de la situación de guerra y éxodo. Cómplices, también, de quienes lanzan las piedras, asistentes pasivos/as del sufrimiento.
Puede que este tema ya lo hayamos tratado en otras ocasiones, que parezca algo trillado o incluso que no vayamos a aportar nada nuevo. Pero la verdad es que se nos revuelven las tripas día a día con las acciones de estos/as personajes. Y, ante todo, creemos que es imprescindible plantarles cara cuanto antes, pues si no, acabaremos por arrepentirnos. Tiempo al tiempo.
Si bien es cierto que la extrema derecha gana presencia día a día en las calles de las ciudades europeas, no hay que obviar que este crecimiento también se ve representado en una expansión de parte de sus ideas entre el común de los mortales. Comentarios que se oyen en el trabajo, en los bares o en el metro, nos ponen los pelos de punta. Los ataques yihadistas son la punta de lanza para discursos que rápidamente pasan a un racismo chusco y casposo. La crisis económica, el paro y el terrorismo se entrelazan con una crítica al islam que acaba salpicando a todo el/la no nacido/a aquí. Aunque luego se termine la conversación con un “pobres niños/as refugiados/as”.
Como ya hemos mencionado de refilón anteriormente, este auge en las calles también se está representando en las urnas. Ante una izquierda política en retirada y una situación alargada de crisis económica, los partidos de extrema derecha (bastante más moderados, aunque sea en las formas, que hace años) siguen estirando la cabeza con sus políticas populistas: el Frente Nacional se consolida en Francia y vuelve a colocarse como segunda fuerza política por delante del Partido Socialista Francés; en Alemania, Alternativa por Alemania dio la sorpresa (o no tanto) hace escasas semanas entrando con fuerza en los parlamentos de Sajonia, Renania y Baden-Wutemberg. Y así, suma y sigue en varios estados más del UE. Pero mucho más importante que el crecimiento en votos, entendemos que es el hecho del trasvase de parte de sus propuestas políticas a los grandes partidos a nivel europeo.
El tan cacareado centro por el que luchan socialdemócratas y demo-cristianos vira cada vez más hacia la derecha, y con la excusa del terrorismo del ISIS o de la crisis de refugiados/as, sus políticas en materia de seguridad o de inmigración son cada vez más represivas, creando una normalidad (y no olvidemos, que para todos/as) cada vez más asfixiante.
La reestructuración que el capital necesita en estos tiempos se está realizando con el sonido de fondo de la derecha xenófoba e interclasista. Sus acciones están cada vez más presentes en los medios de comunicación, sus propuestas políticas son burdamente adaptadas por los grandes partidos euro- peos en su huida hacia delante y su mensaje miserable cala cada vez en más personas. Y no olvidemos que, donde cala su mensaje, no está calando el nuestro, algo no estamos haciendo bien. Si todo esto no es preocupante, apaga y vámonos.
1 www.independent.co.uk/news/world/europe/calais-jungle-refugees-targeted-by-armed-far-right-militia-in-brutal-campaign-of-violence-a6870816.html
2 www.eldiario.es/desalambre/Merkel-refugiados-manifestacion-extrema_derecha-neonazis-Berlin_0_493801049.html
3 www.diagonalperiodico.net/libertades/27463-alemania-tiene-problema-racismo.html
Unas notas al artículo “Jugársela por el amor de Alá” de John Carlin
Suelo intentar echarle un ojo todos los días (ante todo entre semana) a un par de periódicos, más concretamente al El País y a Eldiario.es. El primero de ellos lo miro ante todo por una cuestión de costumbre adquirida, es el que compraban mis padres hace años. El otro me parece ciertamente más interesante, y ante todo, suele ser mucho menos tendencioso. Sin más, le dedico un rato a bajar el cursor por los titulares de sus portadas web, deteniéndome cuando algo me llama la atención. En esta ocasión, mientras le daba vueltas a que tenía que escribir el anterior artículo, me topé con una nueva entrada en El País de John Carlin. El título, “Jugársela por el amor de Alá”, era llamativo, y atendiendo al último texto que leí suyo, un muy polémico artículo publicado también en este mismo diario a los pocos días de los atentados de París del pasado noviembre, decidí dedicarle unos minutos. Y sí, creo que se ha vuelto a superar. A mí por lo menos, me puso de mala hostia y todavía estaba por el tercer párrafo. Acabé de leerlo y me costó un rato dejar de soltar improperios contra este personaje. Aunque parezca raro por lo que acabo de decir, os recomiendo leerlo. No sólo porque le estoy dedicando estas líneas y si no lo leéis pierde parte de la gracia, sino ante todo porque me parece muy representativo de un discurso que está calando con fuerza en nuestras sociedades. Un discurso racista, extremadamente simplista en su categorización de buenos y malos, y en el que en nombre de una supuesta “seguridad” se golpea todo lo que haga falta.
Pero ante todo, un discurso que exhala por los cuatros costados eurocentrismo y clasismo. Si escribo sobre este texto es por la relación que existe (o que al menos yo encuentro) con el anterior artículo. No quiero con esto tildar a John Carlin de fascista, para nada, pero sí creo que la deriva de sus textos marcan claramente el recorrido seguido por muchos gobiernos europeos en estos últimos tiempos, asumiendo actos y discursos de la extrema derecha con total normalidad. La amenaza yihadista sirve como excusa para un determinado quehacer en el contexto de la actual crisis del capital.
Por ponernos en contexto, y hasta que tengáis tiempo (si es que os apetece) de echarle un ojo al susodicho artículo, os hago un rápido resumen del mismo (aviso de mi falta de objetividad): se acerca la Eurocopa de fútbol de Francia y los atentados de Bruselas han devuelto el miedo a que el torneo veraniego sea el escenario de nuevos ataques. Ante esta situación, nuestro amigo Carlin cree que es el momento de un buen redoble de tambores. De un golpe de efecto. Y para ello ha elegido a los futbolistas musulmanes que disputarán la Eurocopa con sus respectivas selecciones. Bueno, a quien él considera que son musulmanes, atendiendo, creemos, a sus orígenes familiares. ¿Y por qué ha elegido a estos jugadores en particular? Pues la cosa está clara, los musulmanes que viven en Europa no condenan con suficiente ahínco los atentados del ISIS. Suponemos que no le basta que se manifiesten con el resto de sus vecinos, deben hacerlo aparte, pues para eso son musulmanes antes que nada. Y deben hacerlo específicamente, pues los terroristas actúan en nombre de su mismo Dios. Aunque nos aclara que esto sólo se les aplica a ellos, pues cuando un cristiano fanático noruego asesinó a más de cincuenta jóvenes en nombre de nuestro Dios nativo, es cosa de un psicópata, y da igual a qué deidad rece. Entendemos que lo mismo pensará de los abusos sistemáticos a menores por parte de sacerdotes católicos, o de los cientos de ataques (muchos de ellos con muertes de por medio) que anualmente reciben las clínicas norteamericanas en las que se prácticas abortos, o de los numerosos linchamientos públicos a detenidos/as auspiciados por popes ortodoxos en el conflicto ucraniano. En esos casos, ¿todos/as los/as cristianos/as deben salir constantemente a condenar lo sucedido? Curioso, sin más.
Ante esta situación, que en parte achaca a la cobardía, les ha tocado el marrón a los futbolistas. Deben dar la cara y realizar alguna campaña publicitaria específica de cara al Europeo. Explicar qué es ser un buen musulmán y buen europeo (aunque por las distinciones que marca, parece que nunca llegarán a ser esto último del todo). Las propuestas son magníficas: un partido de musulmanes versus el resto, o su idea estrella, que “los jugadores musulmanes podrían salir al campo en los partidos de la Eurocopa llevando brazaletes o pulseras o cintas que simbolicen su rechazo al fanatismo asesino de los que dicen ser sus correligionarios”. Marcar a las personas con un distintivo determinado (y muy visible) según su religión, la hostia… Creo que alguien debería recordarle a Carlin que esta idea ya está algo trillada. Los europeos la hemos usado en numerosas ocasiones a lo largo de la historia, y no han sido de nuestras mejores actuaciones.
La intención es lo que cuenta, y esa es que un grupo de futbolistas millonarios den lecciones de cómo integrarse al resto de musulmanes. Y sobre todo, que se las den a todos/as esos/as jóvenes que viven en barrios de mierda, con un futuro de paro y miseria. A todos/as esos/as nietos/as de inmigrantes, a cuyos/as abuelos/as, padres y madres se explotó según las necesidades del capital (al igual que se colonizó y exprimió sus regiones de origen), pero a los/as que ni siquiera ahora consideramos europeos/as. Nunca lo serán, nunca serán blancos/as, nunca serán de raíces judeo-cristianas. Nunca entrarán en los cánones del buen europeo demócrata. Educación, ¿para qué? Posibilidades de futuro, ahora no es el momento. Ahora toca recortar, restructurar el sistema capitalista para superar el nuevo escollo en forma de crisis. Pero que no molesten. La verdad es que como solución al problema del terrorismo yihadista, lo veo algo cojo. Pero como soflama nacionalista (de la gran nación Europea) no está mal. Y así seguiremos profundizando en este camino, que transita de la mano del reforzamiento de la extrema derecha (tanto la europea como la representada por el ISIS), y que no nos conducirá a buen puerto.
cuantos imigrantes asesinados,cuantos atentados terrorisas contra refugiados???