Jack London. Editorial Libros del zorro rojo. 2012. 120 páginas
Dos siluetas humanas se abren paso a través de la espesura del bosque. La naturaleza les rodea, les engulle. La antigua floreciente y civilizada bahía de San Francisco la desaparecido, o al menos, no hay quién la reconozca. Los bosques reclamaron lo que era suyo, pasando por encima de campos de cultivo, carreteras, vías férreas y mucho más. Manadas de lobos descendieron hasta la costa. La naturaleza se ha vuelto a hacer fuerte. Han pasado 60 años desde que la civilización levantada por el ser humano hiciera aguas. Todo se vino abajo en pocas semanas, una extraña enfermedad se extendió como la pólvora dejando un reguero de muertos. California se desmoronó. El resto de EEUU también, y mucho más allá. O al menos eso se supone, pues las comunicaciones globales también cayeron, y nada más se supo del exterior. De la noche a la mañana, el mundo se redujo a los montes y valles cercanos. Pocos sobrevivieron, y el derrumbe fue global; 60 años después, en el 2073, el ser humano ha regresado a formas de vida prehistóricas. El último superviviente de nuestra civilización está ya en el ocaso de su existencia, y volverá a narrar el horror que vivió.
Pero echemos un poco el freno y regresemos a 1912, año en el que se publicó está novela, precursora de un nuevo género, la novela de anticipación o novela del desastre. Su autor, Jack London, prolífico escritor oriundo de la aún bulliciosa bahía de San Francisco, nos regaló está novela corta pero intensa. Un texto de aventuras, cómo casi todos los suyos, que nos narra la caída de un Imperio, el nuestro, entrevisto cien años antes. Los ojos del viejo protagonista nos enseñan una sociedad clasista hasta la médula, que se desmorona a pasos agigantados, cayendo en el abismo del sálvese quién pueda. La transición es traumática, y el resultado desolador. Volvemos a la casilla de salida, y comenzamos a caminar por el mismo sendero tortuoso. No aprendemos.
¿Nos servirá esta lectura para nuestro presente?