Estamos viviendo una época de auge de la conflictividad laboral, huelgas en metro, basuras o la más reciente del alumbrado público madrileño. En toda esta maraña de conflictos laborales quisiéramos destacar uno por su idiosincrasia, los problemas a los que se está enfrentando la plantilla de Fagor, que forma parte del conglomerado cooperativista Mondragón. Desde las perspectivas libertarias siempre se hacen llamamientos a la autogestión, el control obrero o el cooperativismo en el ámbito laboral, quizás se haga muchas veces por inercia más que porque estos sean una realidad, e incluso siendo estas estrategias una posibilidad real, hay que preguntarse si realmente son deseables.
Mondragón, el sueño y la realidad
El movimiento cooperativo de Mondragón empieza a gestarse a finales de los años 50, iniciándose con Talleres Ulgor (hoy Fagor Electrodomésticos) y creando poco a poco un ecosistema de empresas cooperativas que se iban apoyando unas a otras. Este ecosistema crece y se nutre de las iniciativas asociativas de las localidades cercanas, por ejemplo, Eroski nace de la unión de 9 cooperativas de consumo locales. Además de ser un ecosistema integral con producción, distribución, consumo e incluso reproducción a través de sus escuelas politécnicas. Esto es lo que fue Mondragón, una realidad que nada tiene que ver con la situación actual de la cooperativa.
Poco a poco se ha ido olvidando de los principios cooperativos de cercanía al territorio, desarrollo social y producción de necesidades. Hoy Mondragón es una empresa con una división del trabajo muy particular, con trabajadores/as socios/as cooperativistas, asalariados/as comunes y equipos ejecutivos/as completamente separados del proceso productivo. Se ha dado un salto cualitativo dirigiéndose hacia la internacionalización de la corporación, con filiales en países conocidos por sus estupendas condiciones laborales como son Brasil, Polonia, India o China.
El caso de Fagor ilustra la realidad del cooperativismo mercantilista, que es aquel que se dice cooperativo pero está metido de lleno en las prácticas del mercado internacional. A día de hoy se encuentra en concurso de acreedores, el resto de cooperativas se niegan a ayudarla económicamente, se plantea el cierre de fábricas y la descentralización de la producción llevada a cabo en el proceso de internacionalización ha dado lugar a fábricas de Fagor en Polonia, donde los trabajadores/as no son desde luego cooperativistas y donde sus condiciones laborales están tan devaluadas que en las huelgas realizadas se está despidiendo a los/as sindicalistas y un ejército de 200 guardias de seguridad velan por la seguridad de los/as trabajadores/as.
La crisis es del Capital, no de la cooperación
Al ser Mondragón uno de los buques insignia de las cooperativas, de una manera interesada se está haciendo desde los medios de comunicación una campaña de desprestigio del trabajo cooperativo. De esta manera se está haciendo hincapié en la “incapacidad de reacción del cooperativismo ante la recesión”, que lo que realmente quiere decir es que la solución a las problemáticas laborales reside en los despidos y los reajustes de plantilla, algo que en una cooperativa, incluso en Mondragón, es el último recurso, puesto que al existir una gran parte de trabajadores-socios se llevan a cabo mayores negociaciones y salidas pactadas.
Estas falacias contra el cooperativismo caen por su propio peso en el momento en el que se lleva a cabo un análisis un poco más detallado. Además de que por esa regla de tres, todas las empresas no cooperativistas que despiden y realizan ERES y que aun así no remontan el vuelo y/o quiebran, debería significar para nuestros/as grandes periodistas, economistas y politólogos/as que la solución no reside en el despido. Pero pedir a esta gente análisis favorables a las personas trabajadoras, sería como pedir leones veganos.
La realidad del fracaso del modelo Mondragón está en su paso adelante en el mercado global, donde debe enfrentarse a la competencia y acoso del resto de grupos empresariales. La explotación laboral no se elimina por el simple hecho de “no tener jefes”, la explotación también se configura a través de la competencia entre iguales en un mercado globalizado, donde no todos/as juegan con las mismas condiciones. Cuando das el salto de producción y distribución de la escala local para pasar a la internacional asumes el juego y sus reglas, cuando descentralizas la producción a territorios con condiciones laborales inhumanas, estás tirando a la basura cualquier indicio de cooperativismo. Es por ello que el declive de Mondragón no reside en sus prácticas cooperativistas, si no en todo lo contrario, en su deriva neoliberal hacía la expansión en el mercado capitalista.
Cooperativismo como práctica, no como fin
Sabemos que es imposible la realización de un trabajo de manera libre sin que este se dé de manera cooperativa, pero no por ello debemos dar por hecho que la creación y proliferación de cooperativas sea un avance en la transformación social.
La lección que podemos sacar de la experiencia Mondragón es que si queremos que el cooperativismo sea empleado como herramienta de transformación social, la cooperativa nunca debe ser un fin en sí mismo, sino que debe servir como ejemplo de que es posible un modelo productivo sin jefes y sin acumulación capitalista, basado en el territorio y con una relación directa entre productor y consumidor, además de como parte integrante de un movimiento social más amplio. También se ha de ser consciente de lo que implica la creación de una cooperativa en la situación actual, quizás la creación de una cooperativa sea cambiar una forma de alienación por otra, de las presiones del jefe de turno a las presiones del mercado, que aparecerán como imperativos naturales.
No es deseable una autogestión generalizada de las miserias del capitalismo, la incorporación del trabajador/a a la toma de decisiones de la empresa no es algo deseable por sí solo, ya que invisibilizaría el conflicto de clase en el seno del trabajo. Si tú eres tu propio/a jefe/a ¿a quién vas a ir a quejarte?
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