David Cabrera y Garbiñe Armentia. Serie Documental de cuatro capítulos. Disney. 2024.
Cuatro capítulos de 30 minutos son insuficientes para abordar el asesinato de Lucrecia Pérez en 1992. Un feminicidio racista que fue expuesto en los medios de comunicación como el primer crimen xenófobo de la democracia, y que dejó una marca indeleble en la historia social y judicial de España. Los hechos son de sobra conocidos: de la plaza de los Cubos (situada en el centro de Madrid, junto a la Plaza de España, y epicentro habitual de la basura nazi durante años) sale un coche rumbo a Aravaca, lo conduce un guardia civil que porta pistola e ideología de extrema derecha incrustada en el alma, junto a él van tres chavales menores de edad que son skinheads nazis, el tipo conduce saltándose semáforos hasta las ruinas de la discoteca Four Roses, situada a la orilla de la carretera de la Coruña, donde pernoctan migrantes dominicanxs que mayoritariamente trabajan explotadxs limpiando las casas de la clase alta local, irrumpen a patadas y el agente de la autoridad descerraja tres tiros contra quienes estaban cenando a la luz de una vela, vuelven a Cubos a beber cerveza y jactarse de la hazaña, Lucrecia fallece en el acto y otro hombre permanece herido de cierta gravedad. Lo que aporta este documental, y a la vez en lo que se queda claramente corto, no tiene que ver con cuestiones periciales ni reconstrucciones ficcionadas de las que son habituales en los programas televisivos, sino con la exploración del conjunto de circunstancias de toda índole que posibilitan el propio asesinato.
En palabras del fiscal que formularía la acusación durante el juicio, a Lucrecia Pérez se la mata por pobre, negra y extranjera. La España moderna y seductora de las Olimpiadas de Barcelona y la Expo’92 tiene una sórdida cara B: un cuerpo armado como la guardia civil lleno de fascistas (de hecho, el Estado tendría que indemnizar a la hija de Lucrecia al reflejarse en la condena que pese a que los mandos conocían la filiación ideológica del asesino, no hicieron nada al respecto), familias adeptas al antiguo régimen que crían pequeños rapados, un terreno social abonado al racismo alimentado a su vez con la explotación laboral de las primeras poblaciones migrantes, desidia policial frente a una oleada de agresiones, coexistencia de nostálgicas organizaciones de ultraderechistas con la ultraviolencia callejera de Bases Autónomas (que precisamente instaban a la organización informal autónoma y las acciones descentralizadas contra personas racializadas, homosexuales y movimientos sociales)… El asesinato no responde a una acción planificada por un movimiento organizado, pero eso no quiere decir que se trate de algo aislado, todo lo contrario, se inserta en una serie de lógicas y contextos. Y lo relevante de visionar esta serie documental reside en recurrir a la memoria histórica para para pensar el racismo tres décadas después, cuando este mismo verano se han producido los pogromos racistas de Reino Unido (jaleados a través de redes sociales por el fascista Tommy Robinson y a la sombra de las palabras de Elon Musk prediciendo lo inevitable de una guerra civil en Europa) y su conato de reproducción en nuestro territorio a raíz del asesinato de un niño en Mocejón, Toledo (aquí los bulos de que el culpable era un migrante magrebí fueron promovidos por el eurodiputado Alvise Pérez, periodistas de medios de digitales financiados con fondos públicos, distintos militantes de extrema derecha y una masa informe de ciudadanos dispuestos a creer y compartir la mierda que les echen siempre y cuando les exculpe de sus propias miserias).
En 1992 se produjeron movilizaciones antirracistas por todo el país, algunas de ellas históricamente multitudinarias, el antifascismo se fue dotando progresivamente de estructuras y recursos para dar respuesta a la ofensiva xenófoba. Hubo una respuesta social porque se produjo una interpelación social efectiva que arranca de la propia organización y protesta de la comunidad dominicana madrileña. Para muchas personas supuso el acercamiento a asambleas y colectivos de base. Quizás un producto cultural generalista como Lucrecia: Un crimen de odio pueda ser útil a la hora de hacernos preguntas con las que diseccionar el racismo que atraviesa hoy nuestra sociedad y poder combatirlo en mejores condiciones. ¿Cómo impactaría una noticia parecida cuando se está retransmitiendo un genocidio por redes?, ¿hay una suerte de anestesia emocional frente al horror, una distancia postpandémica con respecto a la realidad más cruel?, ¿cómo desbordarla si es que existe?, ¿hay maneras de anticipar una respuesta organizada en la calle frente a quienes buscan desencadenar disturbios raciales?, ¿hasta qué punto la propagación de bulos racistas pueden acabar en asesinato?, ¿cuál es el papel dentro de la violencia xenófoba de la gente más joven (al asesino de Lucrecia le acompañaban tres chavales de instituto de 16 años)?, ¿cuál es la incidencia real de la extrema derecha en las fuerzas de seguridad del estado (porque esta existe, véase por ejemplo el reciente acuerdo de un sindicato policial con la empresa Desokupa para recibir formación o los porcentajes de voto destinado a Vox entre policías y militares) y hasta dónde puede llegar (recordemos que este mismo año se han investigado a 400 policías en Alemania por sus vínculos con organizaciones neonazis)?, ¿qué sabe realmente eso que llamamos la opinión pública de las condiciones de vida de la población migrante, de su trascendencia en la economía (el empresariado más racista de este país es a su vez el que más se vale de la mano de obra barata), de la naturaleza de sus comunidades y vínculos (en el documental, Bernarda Jiménez, presidenta de la Asociación Voluntariado Madres Dominicanas, explica claramente cómo venían alertando de que algo así podía suceder sin que nadie les hiciera caso)…?
Démosle un valor de uso a este documental. El auge internacional del racismo lo exige.