Mame Mbaye: Ni olvido ni perdón

Los hechos acontecidos en la noche del 15 al 16 de marzo en Lavapiés volvieron a poner el foco mediático sobre un barrio que periódicamente acapara titulares. El cóctel informativo servido por el ejército de periodistas y medios digitales era de los que deben gustar en las redacciones: violencia, raza, marginación se mezclan en un relato en el que cada cual añadía sus puntos de vista partidistas al ingrediente principal: morbo. Mucho morbo. El punto de partida –la muerte de una persona tras persecución policial– convertida en “hechos confusos”. Indignación airada por cristales rotos, silencio ensordecedor sobre las cuestiones de fondo. Dos semanas más tarde las cámaras ya no retransmiten desde las calles del barrio y las preguntas sin respuesta parecen no ser merecedoras de la investigación periodística. Ley de vida.

Estas líneas pretenden dar una visión del contexto en el que se engloba la triste muerto de un vecino, convertida en apertura de telediario no por el hecho en sí sino por la rabia que prendió y que desembocó en fuertes enfrentamientos con la policía y saqueos de entidades bancarias. Fueron unas pocas horas que demostraron que bajo la apariencia de un barrio en plena transformación hacia un parque turístico-temático aún queda mucho por domesticar. El papel de policía, medios y autoridades municipales, si bien no sorprende a estas alturas de la película, tampoco deja de ser menos cínico. La muerte de una persona que acaba tirada en la calle tras una persecución policial por todo el centro se convierte en catalizador de una agenda que sólo tiene un fin: presentar nuestros barrios como productos, listos para competir por la atención de visitantes y capitales. Territorios seguros para inversiones y turistas. Calles despojadas de conflicto.

Muerte y exclusión en la ciudad neoliberal

El protagonista del relato que nos ocupa, Mame Mbaye, 35 años, senegalés, vendedor ambulante, vecino de la calle del Oso, activista del Sindicato de Manteros y Lateros de Madrid, llevaba 14 años viviendo en España. Para el sistema burocrático, en cambio, no era nadie: sin papeles para trabajar (por tanto sin trabajo para acceder a papeles), sin papeles para recibir tratamiento médico. Convertido en criminal a la fuerza por un aparato represor que no deja salidas: redadas por el color de su piel, persecuciones por su ocupación laboral. Condenado al ostracismo y la invisibilidad o a entrar en el juego del gato y el ratón sobre un tablero viciado en el cual eternamente amenazan las siguientes casillas: multa, detención, CIE, deportación.

Mame, por trabajar en la calle, por su condición de integrante del colectivo más precario de la sociedad, seguramente sabía mejor que nadie que la cosa se estaba poniendo especialmente fea. Semanas antes de su muerte se producen cambios al frente de la policía municipal en el distrito centro y el nuevo jefe inaugura su nuevo puesto con una escalada represiva más que evidente para los/as vecinos/as de Lavapiés. Las redadas –que nunca habían desaparecido del todo– se vuelven más frecuentes, más visibles y por tanto más intimidatorias. El ambiente es tenso. La misma semana de la muerte de Mame, la detención de un africano a las puertas de un colegio del barrio es ilustrativa. Los agentes no sólo se quieren llevar al hombre sino también al bebé que éste llevaba en brazos. Rápidamente se reúnen decenas de vecinas, que se niegan a entregar al pequeño. Pasan horas en una calma tensa hasta que se resuelve la situación. ¿Empatía o mediación por parte de las autoridades? Parece que no forma parte del nuevo/viejo libro de estilo. Así se explica la falta absoluta de tacto desplegada por la policía cuando decide, nada más certificada la muerte de Mame Mbaye, acordonar la calle del Oso en la que aún yacía su cuerpo, por filas y filas de antidisturbios, equipamiento en mano. Cualquier transeúnte que se topaba con la dantesca escena podía prever que esa muestra de prepotencia y chulería iba a resultar en una tremenda descarga de rabia ante las emociones que se estaban generando del otro lado de la barrera policial.

Cinismo policial, carroñería mediática

En cambio en el relato oficial-periodístico de la noche no se iba a hablar de éste tipo de emociones. Solo de emociones secuestradas por parte de los antisistema que se habrían aprovechado del entendible duelo de la comunidad africana para sembrar el caos. Y así es como racistamente una vez más se niega la agencia a quien no interesa que tenga voz. La policía, mientras, contribuye con este cuento deteniendo exclusivamente a jóvenes blancos/as. Los africanos, son apaleados y abandonados con la cabeza abierta en los hospitales de la ciudad. Por no aparecer, el negro no aparece ni en las estadísticas de heridos y detenidos.

En los días siguientes más de lo mismo: conexiones en directo con tomas que buscan el mejor encuadre del cajero calcinado, rostros afligidos, dedos que señalan al culpable, bocas que repiten la literalidad del atestado policial, entrevistas asustaviejos: “¿pasó usted mucho miedo ayer?”. Los protagonistas han cambiado. No se trata ya de esclarecer los hechos, sino de reafirmar identidades. Los de fuera (del barrio) la lían. Los de aquí sólo queremos vivir en paz. Quien quiera entender que entienda.

Lavapiés barrio de moda: codiciado por las inmobiliarias, vendido por las autoridades

Unos pocos días después de los disturbios, algunos vecinos/as y comerciantes reciben una invitación: el concejal del distrito centro, Jorge García Castaño (Ahora Madrid), invita a una serie de reuniones para “hablar sobre los hechos acontecidos la semana pasada en Lavapiés y sus consecuencias, que podamos expresar cómo nos sentimos”.

Lógicamente estas reuniones se convierten en un popurrí de voces y opiniones en las cuales apresuradamente se exponen puntos de vista de lo más dispares. Lo que tal vez tiene interés es ver la postura del Ayuntamiento y las conclusiones que sacan sus representantes. En un tono evidentemente conciliador y de pretendida apertura a todas las opiniones, representantes del ayuntamiento, al acabar la reunión presentan a los asistentes con una abanico de medidas que ya traían desde casa: para lavar la dañada imagen del barrio instan a los comerciantes a incidir en la “marca Lavapiés”, ya de por sí muy exitosa en el terreno cultural, turístico y de ocio nocturno. Eventos, ferias, lavado de imagen para reafirmar que “lo sucedido” era un hecho anecdótico, que la normalidad es la que es y ha vuelto para quedarse. Los disturbios no deben ensombrecer el trabajo hecho en los últimos años, que ha conseguido algo que hasta hace poco parecía imposible: incluir el barrio de Lavapiés de lleno en las lógicas y los circuitos del distrito centro. Si hace cinco años apenas se perdían turistas por las calles del barrio, hoy el fenómeno AirBnB es una realidad, la plaza de Lavapiés está en proceso de ser engullida por hoteles y cadenas y el alquiler turístico ya expulsa a las vecinas de menor poder adquisitivo.

Las cifras no dan lugar a dudas: Lavapiés es hoy el quinto barrio con el metro cuadrado más caro de la capital (por detrás de Chueca, Recoletos, Malasaña y Huertas). “La paradoja de los alquileres en Madrid: más caros en Lavapiés que en el barrio de Salamanca”, titulaba el ABC hace no mucho. El efecto es igual de implacable: el barrio pierde vecinas, no menos de un 13% de su población ha sido expulsada desde 2010. Evidentemente no hay datos para el colectivo sin papeles, pero parece incuestionable que este fenómeno se cebe especialmente con los colectivos más vulnerables. Así, los inmigrantes han pasado de constituir un 33% de la población de Lavapiés-Embajadores a rondar hoy el 24%. Para la comunidad senegalesa en concreto, los datos avalan esta evolución: de 661 censados hace 10 años a los 491 actuales.

Volvamos a nuestro concejal, García Castaño, que en numerosas ocasiones ha venido relativizando el impacto negativo de la gentrificación y la turistificación sobre la calidad de vida en los barrios del distrito centro*. La segunda medida que propone para el barrio de Lavapiés es la remodelación de las plazas más conflictivas. Finalmente, la medida estelar: aumentar los kilómetros que patrulle la policía en el barrio. Más presencia policial para aumentar la sensación subjetiva de seguridad de los nuevos residentes y visitantes. Para quien a estas alturas se haya perdido en el fango de la nueva política, seguramente convenga recordar que estas son las conclusiones que el ayuntamiento saca en una reunión convocada para hablar de la muerte de un vecino tras una persecución policial.

No todo brilla en su ciudad escaparate

Durante la tarde del 27 de mayo de 2012 las calles de Lavapiés ya fueron testigo de otra persecución policial a unos manteros que se les fue de las manos. Mientras unos policías de paisano detienen a un vendedor africano y requisan su mercancía en la estrecha calle Amparo, los acompañantes del detenido tratan de obstaculizar la detención. A uno de los agentes le parece que lo adecuado en esa situación es sacar su pistola y efectuar unos disparos al aire. Esos tiros en su día escandalizaron al barrio. Muchas vecinas dijeron basta y se formaron redes espontáneas que comenzaron a hacer frente de manera más activa a las redadas racistas de la policía. Estos hechos desembocaron en numerosos conflictos, detenciones, pero también en bonitas muestras de dignidad y rebeldía, en construcción de nuevos sentimientos de vecindad.

Seis años más tarde el escenario ha cambiado: el tsunami inmobiliario no tiene piedad y de las administraciones, del color que sean, ha quedado patente que no se puede esperar apoyo en esta lucha desigual. Las medidas que propone el Ayuntamiento para el barrio de Lavapiés tras los hechos del 15 de marzo (lavado de imagen, remodelaciones de plazas, incremento de la ya altísima presencia policial) se pueden resumir en un concepto: acelerar la gentrificación. Muerto el perro se acabó la rabia. Tenemos que ser conscientes de que una parte importante de la población del centro hemos sido declarados prescindibles para su proyecto de ciudad, que ya se dirige oficialmente y en exclusiva a turistas y residentes acomodados. Quien no venga a gastar estorba. El poder adquisitivo marca la barrera entre inclusión y exclusión, entre sujeto bienvenido y sujeto a controlar. Manteros, lateros, sin papeles y vecinas con pocos recursos son los primeros sujetos a expulsar. Vienen a por nosotras. A nosotras, igualmente, nos corresponde buscar respuestas adecuadas, crear lazos de solidaridad y hacernos fuertes en nuestros barrios. Que los desalojos les salgan caros. Por Mame Mbaye y por todas nuestros/as vecinos/as víctimas de sus políticas de exclusión.

*Ahora Madrid ante la gentrificación de los barrios del Centro: aquí no está pasando nada

García Castaño, confrontado con estas cifras y sus devastadores efectos para las vecinas que no son capaces de hacer frente al brutal encarecimiento de sus condiciones de vida se ha posicionado de una manera más que reveladora: la “gentrificación”, feo palabro, no es un término que le guste a nuestro concejal y así lo hace saber: “es un tema muy en boga pero no creo que sea lo que está pasando. Lo que está pasando es un fenómeno que tiene que ver con el turismo y con la pérdida de usos residenciales, no estamos en un proceso de gentrificación clásico. Estamos hablando de un proceso de turistificación.” Ahora bien, definiciones aparte, la tibieza mostrada por la autoridad ante los estragos de esta turistificación que beneficia a muy pocos/as y afecta a todos/as, es alarmante. Así, en un pleno de distrito el concejal reconoce la posibilidad legal de acabar con todos los pisos turísticos ya que “si se cumple estrictamente el Plan General de Ordenación Urbana y la disciplina urbanística, la ley se cargaría todas y cada una de las viviendas de uso turístico de la ciudad”. Ante esta posibilidad real de defender los intereses de la inmensa mayoría de las vecinas, el concejal sin embargo opina que proceder de esta manera “solo introduce inseguridad jurídica para los que arriendan, e inseguridad jurídica para los inversores. Imaginemos el lío que se montaría si hubiera un Concejal que decide hacer cumplir el Plan General en los estrictos términos en los que los planteaba el equipo de gobierno anterior de urbanismo.” Añadiendo finalmente que, para tranquilidad de quienes quieren convertir el centro de nuestra ciudad en un parque temático, “el Grupo Municipal de Ahora Madrid es más moderado, razonable y van a intentar llegar a un acuerdo con la Comunidad de Madrid y el sector hotelero.” Reconociendo que “no se puede obviar que hay un impacto fuerte en el mercado de la vivienda, especialmente en el alquiler, hay una pérdida de usos residenciales muy fuerte, hay una pérdida de población” concluye que “de alguna manera habrá que proteger los usos residenciales.” Las prioridades parecen claras…

Igual de claras, por cierto, tuvo las ideas la Asamblea Popular de Lavapiés al declarar a García Castaño persona non grata ya en 2016.
Acta junta de distrito centro

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