Las epidemias y enfermedades han sido una constante en la historia de la humanidad. Han escrito las crónicas de multitud de comunidades sociales en regiones de todo el mundo. Esto quiere decir que conviene rescatar también una memoria consciente y crítica de estos contagios masivos, que continuadamente han diezmado poblaciones enteras y que está vinculado a nuestros comportamientos sociales. En la actualidad estamos sufriendo las consecuencias de la pandemia del coronavirus desde nuestra mirada global limitada a cuestiones culturales, sin embargo, las epidemias históricamente están relacionadas con los procesos de urbanización, y fundamentalmente con la organización política y económica de una sociedad. Las pandemias también pueden reescribirse desde otras narrativas, y nos asaltan en la historia con una marcada perspectiva de clase social, los virus también tienen ideología, y nuestros muertos merecen que rescatemos otra memoria de las epidemias.
Muy probablemente las enfermedades infecciosas al ser humano comenzaron a afectarle severamente a través del contacto con animales hace unos ocho mil años, con el proceso histórico de la ganadería en el Neolítico, y como consecuencia del contacto continuado con éstos y el salto de la barrera inmunológica entre especies. Debido a la creación de núcleos urbanos desde hace unos cinco mil años, las enfermedades contagiosas tomaron protagonismo y los efectos mortales de las infecciones se multiplicaron enormemente. El verdadero peligro de una pandemia como la que experimentamos en la actualidad surge de que este proceso de crecimiento urbano se hiciera global, es decir, está directamente relacionada con el sistema que nos domina. Los virus tienen un componente biológico y epidemiológico, pero también un componente social y político, que determina su origen, su expansión y las dimensiones humanas que alcanza. A lo largo de la Historia se han observado numerosas ocasiones en las que una enfermedad se extendía afectando a grandes regiones y convirtiéndose en una amenaza para la población; tanto es así que el miedo que esto generaba y la capacidad para exterminar poblaciones o quebrarlas psico-socialmente ha sido aprovechado habitualmente por los poderes dominantes para imponerse.
La gripe ‘española’ o gripe mundial de 1918
La pandemia desatada en el año 1918 a nivel internacional se debió a un virus de gripe aviar y en poco más de un año acabó con la vida de unas 50 millones de personas; coincidiendo además temporalmente cuando la Primera Guerra Mundial languidecía y determinando el fin de la misma.
La enfermedad fue anotada científicamente por primera ocasión en marzo de 1918, en Fort Riley, un campamento militar estadounidense en Kansas; aunque ya en otoño de 1917 se habría producido una primera oleada no registrada en otros campamentos militares norteamericanos. Esto se debió al increíble desplazamiento de millones de combatientes militares en pleno desarrollo de la Gran Guerra internacional. Si bien el origen de esta gripe se sitúa casi seguro en Eurasia, y posiblemente ya en circulación desde finales del siglo XIX a través del comercio entre los puertos rusos y otras partes del mundo, fue una mutación del virus en el verano de 1918 lo que le hizo increíblemente infecciosa y letal. Uno de los puntos de entrada de la enfermedad a Europa fue la ciudad costera de Brest, en Francia, a cuyo puerto llegaban el grueso de las tropas estadounidenses que participan en el conflicto bélico. Las condiciones de insalubridad en las trincheras durante la guerra mundial propiciaron una rápida propagación de la enfermedad durante ese año 1918.
Esta gripe de carácter mundial, fue también conocida como gripe española, sin que su origen, ni virulencia, se centrase en la Península Ibérica. Tiene que ver con un hecho político en el contexto de la Primera Guerra Mundial. Se debió a que ocupó una mayor atención en la prensa escrita española, país que se había declarado neutral durante el conflicto bélico; sin embargo, en otros países europeos se censuraba la información para centrar los esfuerzos comunicativos en los servicios de propaganda de los contendientes, y las cuestiones militares exclusivamente. El potencial destructivo de esta pandemia fue inmensamente mayor que el conflicto mundial, que tuvo 10 millones de combatientes muertos, pero la atención periodística se centraba en la guerra solamente. Aunque venía habiendo un incremento de casos de gripe en los años previos, no fue hasta la primavera del año 1918 cuando comenzó su expansión internacional.
El presidente estadounidense, ya en mayo de ese mismo año, consultó con el Jefe del Estado Mayor norteamericano sobre la conveniencia de enviar tropas al continente europeo para no propagar la epidemia. Sin embargo, era una acción que no quisieron llevar a cabo para no perjudicar la marcha de las acciones bélicas en Europa frente a los Imperios Centrales. A pesar de que manejaban informes de que muchos soldados enfermaban en los barcos de gripe, no dio la orden de frenar el envío de tropas, por lo que en agosto de 1918 ya eran millón y medio los soldados estadounidenses en suelo europeo. La expansión en Europa durante ese verano fue asombrosa, desde Francia pasó a las islas británicas, más tarde a Italia, Alemania, y en último lugar a España. Rápidamente los hospitales se colapsaron, y los hospitales tenían todas sus plazas ocupadas. En Estados Unidos debieron convertir en hospitales improvisados algunos pabellones y recintos públicos, las imágenes de centenares de camas con pacientes aislados, y una sociedad que vivía con las mascarillas sanitarias de tela puestas, nos recuerdan a escenas de la actual pandemia.
Lo peor estaba por llegar, porque la segunda oleada en el otoño de 1918 fue más virulenta y letal. En noviembre de 1918 se firmaron los armisticios de la Primera Guerra Mundial. Alemania estaba sumida en un colapso militar y político, la agitación revolucionaria espartaquista derrocaría al Káiser alemán y para la retirada de los soldados alemanes más de un millón de éstos se encontraban infectados de la gripe. La situación social provocada por cuatro largos años de guerra y la pandemia mundial incentivó estas movilizaciones revolucionarias en el país germano. Las innovaciones sanitarias y los servicios hospitalarios hacían creer la invencibilidad ante epidemias que se consideraban ya una cuestión del pasado. Sin embargo, la situación tan frágil globalmente provocada por el conflicto bélico y unas sociedades militarizadas y colonialistas que parecían haber llegado a su cénit, contribuyeron a la expansión de esta pandemia que parecía incontrolable. La mortalidad de la gripe se acrecentó progresivamente, y afectó muchísimo a jóvenes; tanto es así que en esa segunda oleada murieron el 75% del total de personas fallecidas por la enfermedad. Ya en el año 1919 el número de personas contagiadas descendió, pues gran parte de la sociedad habían desarrollado defensas, y en 1920 se produjo el último repunte. Se calcula que murieron entre un 10% y 20% de infectados de gripe, una cifra bastante elevada, suponiendo estas muertes el 4% de la población mundial.
La gripe y el movimiento obrero español
En España las muertes ascendieron a 200.000, y fundamentalmente en las ciudades causó estragos entre la población. A pesar de las divulgaciones científicas y recomendaciones sanitarias, innumerables remedios milagrosos se pusieron en práctica. Los intentos por desarrollar nuevas vacunas y sueros fueron fallidos, tan solo la transfusión de sangre de pacientes recuperados pareció tener algún éxito. Las indicaciones médicas informaban para prevenir reuniones multitudinarias, o los modos de contagio, a través de las gotitas de la saliva al conversar.
La epidemia llegó a una España rural y obrera que vivía en la miseria. Se cerraron escuelas y se organizaron brigadas de limpieza. Las organizaciones obreras no tuvieron información suficiente para afrontar sanitariamente la epidemia, atribuyendo la propagación a las pésimas condiciones higiénicas en las que estaban sumidas las clases más pobres, las más afectadas por esta gripe. La Iglesia todo quería solucionarlo con procesiones y oraciones públicas para expiar pecados. En la publicación Solidaridad Obrera se difundían consejos sobre la epidemia, informaciones del colapso de las funerarias, y principalmente se animaba a presionar a las autoridades para el cierre de locales e instalaciones que no cumplían mínimas medidas de higiene. Las muertes diarias incentivaban protestas sociales por la nula gestión de la epidemia, y la despreocupación hacia las familias obreras.
Se plantearon acciones por el aumento de los alquileres, y por la renta de pisos sin retretes ni agua corriente. Tanto los propietarios como ayuntamientos municipales hacían oídos sordos ante peticiones completamente lógicas, como trabajar menos horas, instalar lavabos públicos en los talleres, mejor ventilación y una cocina para comer caliente en los puestos laborales. El movimiento obrero acusaba directamente al Estado por haber fracasado al cuidar la salud pública. Esta pandemia coincidió con un periodo de gran conflictividad política y social, el sindicato CNT había celebrado su Congreso en Sants en el verano de 1918. Habría que incluir esta epidemia de gripe como un factor más determinante en el estallido popular en Barcelona en invierno de 1919, con la proclamación de la Huelga de La Canadiense en el mes de febrero.
Otras epidemias en la historia y sus interpretaciones políticas
Además de las diversas clases de virus relacionados con la gripe, otras muchas enfermedades han generado grandes pandemias a lo largo de la historia. Sin duda la más letal de estas enfermedades ha sido desde la antigüedad la viruela, con brotes en Japón en el siglo VIII que mataron a más de un millón de personas. La viruela fue un factor determinante para la conquista y dominación de las poblaciones americanas en el siglo XVI por parte de los españoles, que diezmaron a millones de personas de las comunidades indígenas. Desde el siglo XVIII en Europa ha habido epidemias de viruela que han matado a millones también, hasta considerase erradicada oficialmente en 1980. Las distintas pestes a lo largo de la historia han asolado regiones y continentes periódicamente, fundamentalmente en el continente asiático, aunque destaca la peste negra de mediados del siglo XIV como la más relevante y que diezmó la población europea en un tercio, unas 25 millones de personas murieron. Otras enfermedades como el sarampión, han estado presentes a lo largo de la historia de la humanidad también provocando importantes epidemias y afectando gravemente a población infantil. En el siglo XX surgió la enfermedad del VIH, que ha afectado a cerca de 40 millones de personas, con un 80% de mortalidad, y sin una vacuna aún a día de hoy.
Las sociedades que sufrimos estas pandemias históricas o que las estudiamos, habitualmente tomamos distancia como seres humanos de nuestra propia naturaleza animal, y como parte de un sistema interrelacionado. Las interpretaciones culturales y políticas que culpan a la sociedad de sus propios males, pero eximen a los gobernantes de responsabilidades, son recurrentes en los grandes contagios; y sobre todo en nuestra cultura judeo-cristiana donde el castigo y la culpabilidad poseen gran protagonismo. Ya se trate de un castigo divino por nuestros pecados, o un correctivo social por nuestras malas conciencias; siempre acabamos tomando a la naturaleza como la otredad, como un binomio separado de nosotros mismos, en lugar de comprendernos como seres humanos dentro de esa naturaleza. Si bien las enfermedades son inherentes a nuestra naturaleza humana; su aparición, propagación y las consecuencias vinculadas a su padecimiento tienen que ver mucho en cómo nos organizamos socialmente. Frente a los estados autoritarios fallidos y a un sistema capitalista que desea sacar el máximo beneficio económico aún a costa de numerosas vidas cotidianamente, nuevas instituciones sociales transformadoras y organizadas localmente a escala humana y poniendo en el centro la ecología social, son herramientas mucho más efectivas para resistir pandemias como la que experimentamos actualmente.
Más información en «La epidemia de gripe de 1918 en los medios de la Confederación«, publicado en Regeneración Libertaria
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