Una premisa fundamental del cine es que las imágenes nunca son inocentes. Todas las películas influyen en el modo que una sociedad tiene de percibir las cosas, influye en la concepción que tiene de sí misma como colectivo y del mundo que le rodea. Genera hábitos, normas de comportamiento, mentalidades, formas de vida, mitos, en definitiva, fotogramas que constituyen la ideología.
A finales del mes pasado se estrenó una película española que ha tenido una gran propaganda a muchos niveles. Se trata del filme Mientras Dure la Guerra, escrito y dirigido por Alejandro Amenábar. La narrativa del filme se inicia en Salamanca el día del Golpe de Estado del 18 de julio de 1936 encabezado por los generales que lideraron al Ejército Sublevado contra el pueblo. Se enmarca en los últimos meses de vida del venerado y respetado intelectual Miguel de Unamuno, rector vitalicio de la Universidad de Salamanca, a quien el gobierno republicano le destituye por su apoyo ideológico y económico al golpe militar. Mientras las semanas pasan en la ciudad salmantina, algunos catedráticos amigos del escritor e incluso un sacerdote protestante masón son desaparecidos y fusilados por los militares sublevados. Miguel de Unamuno, filósofo y escritor intelectual bilbaíno de la Generación del 98, que acumuló un gran prestigio por su cuidada narrativa y su literatura moralista, paulatinamente comienza a descreer de quienes según él solo querían poner orden y paz. Si bien socialista y de convicciones anticlericales en su juventud, tras sufrir un destierro en plena dictadura de Primo de Rivera, sus últimos meses de vida parecen representar una enajenación ideológica de su pensamiento. O quizá tan solo la consecuencia razonable de quien accede a la intelectualidad como una institución de la verdad por encima del bien y del mal; que impide experimentar la realidad de quien debe defender su vida desde la crudeza inamovible de unas condiciones que no cambiarán desde las aulas universitarias, sino desde las trincheras cotidianas.
El acercamiento al personaje de Unamuno por parte de su director es la coartada perfecta para tratar la temática central y de raíces históricas bien profundas en la película: reinterpretamos el pasado según queramos comprender el presente, y reinterpretamos el presente según queramos comprender el pasado. Más allá del mito de la España sombría, la de la guerra entre hermanos que nadie deseaba, o la de los españoles inconformes que resuelven sus disputas a garrotazos. Como decía, más allá de esos discursos históricos creados directamente por el relato oficial de la violencia del Estado; la cuestión de fondo es qué estamos haciendo actualmente los y las historiadoras comprometidos desde la izquierda para rescatar una memoria útil para reconstruir el hilo rojo que marca la historia de quienes siempre fueron vencidos. Porque mientras no tengamos bien identificados a los vencidos de ayer, no identificaremos a los vencidos de hoy, ni a los parias que serán vencidos mañana.
La película practica el noble arte de meter el dedo en la llaga, tanto es así que un grupo de fascistas de la organización España 2000, boicotearon su proyección en una sala de cines de Valencia. Se mete hasta la cocina en una cuestión que es la gran debacle del análisis antifascista sobre el Franquismo, ¿de dónde sale ese régimen criminal? ¿cómo se fragua? ¿por qué Franco? ¿por qué durante cuarenta años y con una herencia proyectada hasta la actualidad? Muchas ocasiones desdibujamos el régimen Franquista como la entronización de ese gallego bajito y psicópata; construimos el relato del monstruo, y no nos paramos a analizar sus orígenes. Esa Junta de Defensa Nacional que asumió todos los poderes del Estado español en dualidad junto al gobierno republicano, las divisiones de los sublevados, las intrigas palaciegas, el saber estar en el momento preciso por parte de Franco, parecer humilde y callado cuando era necesario, y criminalmente honesto cuando afirma que la guerra duraría lo que fuese necesario para extirpar el gen rojo de nuestro país por mucho tiempo.
Discutibles también son algunos de los mantras republicanos adjudicados al personaje de Unamuno: “El fascismo se cura leyendo y el racismo se cura viajando”, que erróneamente asocia esas ideologías al desconocimiento popular, cuando en realidad es que se sustentan sobre conocimientos instalados en nuestras sociedades y que se aprenden individualmente al estar en contacto con la sociedad misma. O la icónica proclama atribuida al enfrentamiento verbal relatado en la película entre el general Millán-Astray y el propio Unamuno, fruto del cual éste fue destituido por orden de Franco como rector de la Universidad de Salamanca tras haberle restituido previamente: “Venceréis pero no convenceréis”, cuando lastimosamente es irremediable reconocer que vencer y establecer un régimen durante largas décadas es sembrar la convicción forzada en varias generaciones aunque sea por medio de la brutalidad y el terror.
Mientras Dure la Guerra es el relato de que la guerra no dura, como afirmaba el antropólogo Pierre Clastres; la guerra es una actividad en sí misma inherente a la lucha de las sociedades humanas contra la imposición de jerarquías internas en las comunidades sociales.
Exhumar a Franco quiere decir resignificar la lucha contra todo autoritarismo, las cunetas están llenas de dignidad, pero hay que saber por qué existen esas cunetas y por qué no podemos evitar olvidarlas sin matar al mismo tiempo un trocito de nuestra memoria en el camino.