Mil años de perdón…

No nos engañemos: detrás de la retórica facilona sobre la bolsa, la prima de riesgo, Angela Merkel y el malvado mercado se esconde nuestra eterna explotación y el saqueo de la riqueza que producimos por la pandilla de patronos. Y es tan claro como el agua que mientras dominen nuestras vidas continuarán devaluando las nuestras para mantener sus beneficios. La sucesión de golpes que recibimos -no importa como lo disfracen- todos sirven a sus intereses de clase.  Al mismo tiempo generan miedo para preservar su autoridad: el incremento de la presencia policial, la caza de inmigrantes, el fomento del racismo y del patriotismo… ”.

Quema de dinero tras el saqueo de bienes y cajas de un supermercado en Salónica, Grecia, junio 2010

Estas clarividentes frases provienen de un panfleto repartido el 3 de noviembre de 2011 durante el saqueo popular de un supermercado en un barrio (Zografou) de Atenas.  La realidad descrita suena -debería sonar- familiar al otro lado del Mediterráneo.  El modo de acción, también.  ¿Qué se esconde detrás del saqueo de un supermercado?  En un primer plano, se trata de una reapropiación de lo que de algún u otro modo roban día a día a millones de personas que ven como su poder adquisitivo no para de caer. Mientras desaparecen prestaciones sociales sube el coste de la vida a un ritmo vertiginoso. Frente a esto, una pequeña acción que se explica por sí sola: los bienes sustraídos del supermercado ateniense fueron abandonados a unas pocas esquinas, en medio de un mercadillo, para el regocijo de los/as allí presentes. Alimentos básicos mal pagados a los/as productores/as, con precios inflados por cadenas de supermercados que explotan a sus propios/as trabajadores/as. El funcionamiento del tinglado es evidente. Pero el valor de estas acciones va más allá de lo puramente práctico. Se trata de un acto simbólico, un grito universalmente entendible, un sabotaje económico, una invitación a la acción:

El futuro de la clase de los represaliados no puede ser ni la mera lucha por la supervivencia, ni la asunción de una posición de derrota y empobrecimiento. Nuestra perspectiva de futuro se encuentra en el aquí y ahora, en los pequeños y grandes momentos de negación y de lucha, en las confrontaciones del día a día con nuestro jefe, en las huelgas, en las manifestaciones, las asambleas populares y en la construcción de estructuras de apoyo mutuo; en las ocupaciones de edificios públicos, escuelas y universidades, en la rabia colectiva contra la policía y en la solidaridad contra su represión, en las acciones directas contra los objetivos del estado-capital; en los movimientos del “yo no pago” -trátese de facturas de la luz o de tasas de peaje, en los saqueos colectivos de bienes de los supermercados y su redistribución pública. ¡Tomemos conciencia de nuestra fuerza colectiva, tejemos planes para la emancipación social e individual, declaremos la guerra a la guerra de los patronos!”.

El 6 de agosto, en el contexto de la “Marcha Obrera” del SAT (Sindicato Andaluz de Trabajadores), centenares de militantes de dicho sindicato irrumpieron en un establecimiento de la cadena Carrefour en Arcos de la Frontera (Cádiz) y otro de Mercadona en Écija, llenaron decenas de carros de compra y se fueron sin pagar (o al menos lo intentaron). Las imágenes dieron la vuelta al país, pero en este caso no por la acción en sí. Durante los últimos años, a menudo inspirado por las acciones de compañeros/as en Grecia, hechos como estos se habían producido por ejemplo en Barcelona sin que causaran apenas revuelo mediático. Así, el 19 de diciembre de 2009, integrantes de la Asamblea de Parados de Barcelona llenaron 12 carros de compra y se fueron sin pagar de un Eroski de Nou Barris, causando un desconcierto que -así lo recogió en su día El País- “aprovecharon algunos clientes para pasar por caja sin abonar tampoco sus carros de la compra”. Los productos sustraídos fueron repartidos entre los vecinos/as junto a octavillas que explicaban la acción: “Expropiamos este supermercado para repartir aquello que producimos entre todos, porque queremos plantarle cara a un sistema que nos roba día a día en forma de contratos precarios, hipotecas, créditos abusivos, etcétera”.

Pero en esta ocasión quien robó al Sr. Roig y compañía (sí, aquel visionario que nombra los “bazares chinos” como ejemplo de una “cultura del esfuerzo” que “nosotros” deberíamos imitar) [1] no fueron sólo parados/as o jornaleros/as anónimos/as, sino que la comitiva incluía a José Manuel Sánchez Gordillo, sindicalista, alcalde de Marinaleda, diputado del Parlamento andaluz por Izquierda Unida y, detalle importante, jefe de unos cuantos equipos de prensa.

En un mes de agosto tradicionalmente pobre en historias que vender, la acción (“performance” según el SAT) provocó gran cantidad de muestras de apoyo por una parte y de rechazo absoluto por otra. Testimonios de cajeras aterrorizadas (o directamente “agredidas”, según la empresa afectada) por un lado y por otro, la presentación de “autoinculpaciones” por parte decenas de simpatizantes, produciéndose algunos casos grotescos como el de legisladores  -es el caso de la diputada valenciana Marina Albiol- defendiendo que “la expropiación no es un delito sino una acción política” llenaron los medios de comunicación por igual. Sin embargo, más allá de los patéticos intentos de capitalizar la atención mediática generada, el debate en torno a esta acción no deja de ser interesante y el mero hecho de escuchar palabras como “expropiación” en la prensa nos hace esbozar una sonrisa. El rechazo a pagar cada vez más por necesidades básicas como alimentación, techo, luz, agua, transporte, salud (y más allá: cultura, educación…) no es sólo un sentimiento generalizado, sino una necesidad. El pequeño hurto está extendidísimo (y si no que se lo pregunten a quienes acuden a diario al mercado de bienes robados del Boulevard de Vallecas o al segurata del super de barrio de turno) y movimientos como el “Yo no pago” contra las subidas de las tasas del metro o los peajes de carretera, los/as médicos del sistema público de salud que se niegan a cobrar a sin papeles por la atención sanitaria, etc. empiezan a articular un discurso en torno a este rechazo a pagar, a la objeción frente a la mercantilización absoluta de nuestras vidas. A veces saltarse al intermediario resulta fácil y con un mínimo de organización somos capaces de dar respuestas a nuestras necesidades y nuestros problemas cotidianos. Parece, por otra parte, que estas acciones son contagiosas: durante el mes de agosto los medios de comunicación se han hecho eco de asaltos a supermercados en Sevilla y Mérida.  Pequeños símbolos de rebeldía, tal vez. Tomas de conciencia de nuestro potencial y gritos contra la apatía, también.

De esta manera el saqueo de un supermercado es la expresión más pura de una verdad cotidiana: nadie nos va a regalar nada, pero tal vez no necesitemos a nadie para tomar lo que es nuestro. No hace falta actuar bajo la tutela de diputados autonómicos ni líderes sindicales, ni convocar a la prensa a tales acciones (de hecho esto puede poner y efectivamente ha puesto en riesgo la seguridad de quienes participaron), los ingredientes básicos son bien simples y los objetivos numerosos…

¡¿Crisis?!
¡¡Que la paguen lxs ricxs!!
Estos productos que puedes coger gratis han sido expropiados/recuperados/robados de una empresa capitalista.  Esdecit, parte integrante del Sistema de Explotación que nos obliga a vender nuestro tiempo bajo el yugo del trabajo asalariado, que nos condena a al esclavitud y le enriquece, de un sistema con una clase política que se ríe de nosotrxs hablando de cumbres de refundación del capitalismo mientras la crisis la pagamos la gente de siempre: currelas, juventud, mujeres, inmigrantes…
¡¡NO LES COMPRES NADA!!

– Octavilla repartida junto a los productos expropiados en el saqueo de un supermercado en Barcelona el 15 de noviembre de 2008.

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[1] Por otra parte, las presiones a las que se ven sometidos/as los/as trabajadores/as de Mercadona, las prácticas antisindicales de la empresa, la procedencia de sus productos y las condiciones de producción de los mismos darían para llenar páginas y páginas.  Y eso por no hablar de cremas cancerígenas…

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