Este año 2020 comenzaba internacionalmente revuelto, convulso, bajo la amenaza de una guerra de carácter mundial. Estados Unidos sufrió un ataque en su Embajada de Bagdad y unos días después decidió asesinar al general Soleimani, el militar más importante de Irán, alegando que iba a atacar intereses estadounidenses de manera inminente. Preguntados por periodistas, ningún miembro del gobierno de Trump ha sido capaz de nombrar un sólo objetivo, ni cuándo iba a suceder, ni de qué manera. En términos jurídicos, se trata de un delito de guerra (o, si se considera que no estamos en un contexto de guerra, de un asesinato), pero puesto que EE.UU. se niega a firmar el Estatuto de Roma, no reconoce la Corte Penal Internacional y, consecuentemente, no se le puede juzgar por crímenes internacionales.
Ante esta situación y las promesas de venganza del gobierno de Irán, el conflicto bélico parecía inminente. Sin embargo, en cuestión de pocas horas y dos decenas de misiles balísticos lanzados desde el país persa, se rebajaron las tensiones mágicamente con los EE.UU. Al menos de momento.
Este artículo quiere analizar cuáles son las tendencias de nuestras reacciones y su origen político y cultural, no un análisis de los hechos que ya son de sobra conocidos a través de otros medios comunicativos. El miedo a un exterminio total asegurado es el que evita que haya una guerra global que nadie ha elegido, que algunas poblaciones padecen silenciosamente, y de la que todo el mundo habla.
Es bastante esclarecedor lo rápido que asumimos la existencia de los conflictos bélicos desde la seguridad de que no llamarán a las puertas de nuestras casas, sabemos que podremos ir a dormir tranquilamente sin el temor de que una bomba criminal nos arrebate la vida. Hemos normalizado dosis de violencia desde la conceptualización de esta misma, no desde la experiencia directa. Cuando el terror autoritario está a nuestras puertas en París, Londres, Bruselas o Barcelona, nos horrorizamos y creemos no ser merecedores de ataques indiscriminados contra nuestras poblaciones. Sin embargo, también pensemos que las poblaciones sirias, iraquíes, yemeníes, etc… no merecen sufrir las guerras, pero mientras nos llegue a través de la nota de prensa, del periodismo fotográfico, o del reportaje televisivo, desconoceremos la experiencia directa del miedo a morir. La sensación constante de nacer y vivir en eterna guerra, como sucede en algunas comunidades sociales de este mundo, no permite la configuración de identidades completas, y ni siquiera sanas psicológicamente. El lema que comenzamos a ver en las calles de París hace algunos años: ‘vuestras guerras, nuestros muertos’, nos acerca a una realidad crítica, que no llegamos a asumir del todo. Porque concienciarnos de raíz de esa afirmación sería reconocer que los líderes económicos, políticos y militares que gobiernan nuestros países son verdaderos criminales, y aceptar esa premisa es reconocernos también a nosotros mismos colaboradores por permisividad con este mundo enfermo y criminal.
Alrededor del mundo se plantean firmes posturas antimilitaristas, este posicionamiento actualmente está bien diferenciado y alejado de posiciones enteramente pacifistas; pues reconocerse contra los ejércitos y cuerpos militares, no implica mantener una actitud de inacción vital frente a las injusticias. Eso no significa actuar mediante una no violencia implacable, tanto que nos impida confrontar las posturas intolerantes y reconocer que las violencias sistémicas sí necesitan enfrentamiento, pero organizado desde un nivel muy distinto al de los ejércitos. Le debemos, por ejemplo, al movimiento feminista, y concretamente a pensadoras como Silvia Federici o Angela Davis alegatos que dejan bien claro que actualmente no podemos hacer pasar por igualdad que las mujeres accedan a la policía o el ejército. Esto sería tomar como lo idóneo o lo igualitario asemejarse al rol masculino que se encuadra en la configuración de cuerpos autoritarios como lo son esa policía y ese ejército del cual renegamos completamente.
¿Qué esperamos ya de este mundo si ante la noticia del asesinato de un general iraní por los EE.UU. el inmediato escenario posible que intuimos es una Tercera Guerra Mundial? El antibelicismo debe ser la postura más determinante por parte de cualquier pueblo del mundo al que se quiera arrastrar a un conflicto armado contra otra población de cualquier otra parte. Evidentemente la vida no es un camino de rosas, no está exenta de tomar decisiones y reconocer en ello un proceso de decisión política autónoma, y esa concienciación nos llevará a confrontar, es decir, tomar partido y actuar en consecuencia contra quienes nos quieren arrebatar la vida.
Es una gran mentira que hayamos vivido en relativa paz desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, la finalización de ese conflicto mundial marcó el inicio de una nueva manera de entender la guerra. El capitalismo nos sume en un estado de guerra continuada, pero reconceptualiza este término y lo aplica en su beneficio haciéndonos considerar determinados conflictos políticos diarios como asumibles, y por lo tanto configura una única referencia de estado de paz posible, cuando en verdad vivimos un estado de guerra continuado y normalizado. Otra herramienta es identificar y aislar el concepto de guerra a espacios geográficos y temporales muy determinados, haciendo de ello una categoría clásica de lo que es una guerra, y utilizada como amenaza o realidad material según los intereses del sistema capitalista.
Tomamos distancia de la guerra, la rechazamos desde el moralismo que nos caracteriza a nuestras sociedades, y sin embargo, no identificamos el verdadero conflicto latente y estado de guerra en que estamos sumidos aquí y ahora. No significa esto, tan solo, que hayamos perdido toda cuestión de humanidad por no empatizar con quienes sufren la guerra en niveles completamente inasumibles para la vida cada minuto. La humanidad la hemos dejado por el camino al no saber reconocer que nos ha sido enajenada toda capacidad de actuación contra quienes nos arrastran a este estado de guerra constante. Lo que tenemos en juego no es solo nuestro trabajo precario, nuestra casa o alquiler, nuestro coche o bicicleta, y otros bienes que nos permiten acumular en el primer mundo gracias al extractivismo energético y de recursos hacia la otra mitad del mundo. Lo que verdaderamente está en juego es ser conscientes de que nuestra vida no está en nuestras manos, la decisión de nuestra existencia está condicionada por las necesidades de supervivencia de un sistema que tiene rostro; de un capitalismo que tiene sus órganos vivos en personas de carne y hueso. Ya arrastramos un gran cansancio de tener siempre que elegir una mano donde esté la bolita en el juego de trileros, porque es el sistema en su conjunto el que nos parece estar bien podrido.
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