Autora: Hannah Gadsby. Netflix, 2018.
Los límites del humor han dado mucho que hablar últimamente. ¿Existen? ¿Cuáles son…? La pregunta sobre si el humor debe limitarse nos ha distraído de otra pregunta aún más importante: ¿el humor nos limita?
Hannah Gadsby, cómica australiana, dice ‘sí’ en su último monólogo llamado Nanette y producido por Netflix. Gadsby confiesa que la estructura de la comedia impide llegar a la verdad de las historias y, en concreto, le impidió contarnos la suya. Toda broma necesita de un momento de tensión que luego será resuelto con un desenlace liberador. Pero en la vida real no todo son finales felices. La mayoría de las veces, la tensión no desaparece.
Esta dinámica de la comedia llevó a la humorista a cercenar sus propias experiencias. Omitió, entre otras cosas, el profundo miedo a salir del armario en la Tasmania de los 80’s. También se dejó en el tintero las agresiones y violaciones que sufrió a manos de distintos lesbófobos. Aprendió a dominar la tensión sobre el escenario pero olvidó para qué lo hacía.
Con el monólogo Nanette Gadsby se despide de la comedia y nos anuncia una nueva narrativa que discurra libre en los territorios de la risa y del llanto. Un nuevo discurso desencorsetado, sin formatos que comprometan un resultado distinto de la verdad. Gadsby quiere liberarse del yugo de nuestra carcajada.
Su nuevo discurso nace de la honestidad y la ira justificada. La autora reivindica la diversidad de la historia frente al monólogo del patriarcado. Gadsby nos convence de que es necesaria la suma de las biografías para hacer frente a la visión hegemónica del hombre blanco occidental y heterosexual. Nos recuerda que los hombres como Harvey Weinstein, Roman Polanski o Woody Allen no son una excepción, sino la norma.
Gadsby tiene claro que para entender la realidad de los demás es preciso conocer sus historias. Ese conocimiento nos sensibiliza y en la sensibilidad ella encuentra su fortaleza. Con esa fortaleza soporta las críticas, la soledad, el odio a sí misma inculcado por una crianza homófoba.
En la época del #MeToo (#YoTambién) Gadsby acusa al hombre blanco de ser demasiado sensible. Con ironía, señala que es a ella, como mujer lesbiana, a quien se ha tradicionalmente acusado de ser demasiado sensible cuando ha sido el objeto de una broma. “Las lesbianas no tienen sentido del humor”, repite con sorna y retintín.
Pero es el hombre blanco heterosexual el que no aguanta la crítica, es él el que responde frente al #MeToo con un #NotAllMen (#NoTodosLosHombres). Es el hombre blanco el que ha marcado las normas del “juego de la diferencia” pero se niega a participar.
Este agravio comparativo motiva el viraje de la autora. “He basado mi carrera en burlarme de mí misma, y no quiero seguir haciendo eso”, dice. “No es humildad, es humillación”. Gadsby se ha revelado. Ya no quiere hacer chistes de lesbianas. Prefiere hacer chistes sobre hombres blancos y contar historias completas sobre una sóla lesbiana; la de Hannah.
No sabemos si dejará la comedia, pero no parece que la humorista vaya a abandonar la lucha. Al final de su monólogo, con media sonrisa, desafía a su público y advierte: “No hay nada más fuerte que una mujer rota que se ha rehecho a sí misma”.