Inma tenía 57 años. Llevaba trabajando desde 2008 como teleoperada para la empresa Konecta, la mayor empresa de contact center en España. 15 años de su vida.
El 13 de junio de 2023, Inma murió durante su jornada en unas oficinas de la multinacional en Madrid, en plena campaña de Iberdrola. La reacción inmediata de la empresa no fue parar la actividad, sino decirle a sus compañeras que siguieran trabajando, al menos durante una hora, junto a su cadáver. Lo justificaron alegando que prestan un “servicio esencial”. Posteriormente, recapacitaron y les mandaron a sus casas. Eso sí, a teletrabajar; nada de una jornada de luto por la compañera. Una deshumanización brutal, incluso para un sector como éste.
“Sabemos que en este sistema las trabajadoras son meros números que valen el beneficio empresarial que generan, pero un mínimo de respeto a la trabajadora finada hubiera aconsejado una actitud menos canalla y más respetuosa”, reza un comunicado de la Comisión de Laboral de la Asociación Libre de Abogadas y Abogados (ALA) de Madrid. “Las trabajadoras de Konecta ya saben el valor que tienen sus vidas para esa empresa: un mero número en una lista, mientras sea útil. Pero, llamadnos ingenuas, en defensa de la humanidad y de los valores sociales más elementales reprobamos a Konecta por su actuación contraria a los más elementales valores éticos.
¡Que la memoria de Inmaculada os persiga todos los días que os queden de vida! Nadie puede perder la vida en el trabajo, nadie puede fallecer para enriquecer a otros”.
Vivimos en un sistema capitalista salvaje y criminal.