“La policía decía: si entran en tu propiedad privada, haz lo que debas y deja sus cadáveres en la cuneta”
–“Roper”, un “justiciero” en la Nuevo Orleans post-Katrina
“Los policías o soldados sólo suponen una pistola en manos de la clase dirigente. Hacen al racista sentirse seguro en su racismo” –Huey Newton
El 26 de febrero de 2012 Trayvon Martin, afroamericano de 17 años, había salido a comprar unos dulces y un refresco en una tienda de la urbanización de Sanford, Florida, en la que el joven se estaba alojando temporalmente. Estaba anocheciendo y empezaba a llover. George Zimmerman, 28 años, es una especie de guarda jurado o “justiciero” vocacional (lo que llaman “vigilante” en EEUU), elegido por los/as vecinos/as de aquella urbanización cerrada al exterior para patrullar sus calles y velar por el orden y, sobre todo, por el respeto a la propiedad privada. El encuentro entre ambos acaba mal para una parte. Para el que no iba armado con una pistola semiautomática sino con una lata de refresco, naturalmente.
La policía, avisada por el propio Zimmerman, constata el fallecimiento de Trayvon y da el caso por cerrado: legítima defensa, circulen, aquí no hay nada que ver. Es en este momento donde el caso da un giro y se convierte de una tragedia tristemente cotidiana en un país paranoico y armado hasta los dientes en un caso político y una reflexión colectiva en torno a temas como raza, justicia y convivencia. Sólo la indignación y la presión de la comunidad afroamericana lleva a los jueces a reconsiderar el caso. Pasan seis semanas desde los hechos hasta la detención de Zimmerman. Pero el jurado popular (cinco mujeres blancas, una latina) llega a la misma conclusión, que proclama públicamente el 13 de julio de 2013: el sheriff voluntario actuó en legítima defensa. El temor que le sobrevino al ver a un joven negro, capucha sobre la cabeza, por las calles de su urbanización justificaría sus actos.
Lo que choca es la gratuidad de la muerte del joven y la ausencia absoluta de consecuencias, más allá de la indignación social… y lo que esta gratuidad dice acerca de cómo una sociedad trata a parte de sus jóvenes, de lo que significa para las relaciones entre razas y entre vecinos/as. Zimmerman en un primer momento, al ver a Trayvon, avisa a la policía por teléfono, en una llamada más que esclarecedora de su manera de ver el mundo, a la cual los tribunales posteriormente darían el visto bueno: “Hay un joven paseando bajo la lluvia. Este tipo tiene pinta de estar tramando algo, o de estar drogado o algo. Estos capullos, siempre se salen con la suya.” Las palabras, en cambio, no parecen nada gratuitas.
La policía sugiere a Zimmerman no seguir al joven. Este hace caso omiso. De lo que sigue, sólo conocemos la versión del verdugo, ya que no hay testigos. Al parecer hay una confrontación, una pelea, un disparo. Lo que hay sin lugar a duda es un joven muerto a 60 metros de su casa. Lo que no queda nada claro es la existencia de legítima defensa. Un segurata armado se encuentra a un joven desarmado, le sigue, le confronta (¿porque “ellos/as siempre se salen con la suya”?) y le mata. ¿Qué señales manda esta historia hacia la juventud afroamericana? ¿Y hacia quienes patrullan “sus” barrios, pistola en mano? Esta trágica historia encierra todo un conflicto no sólo identitario (el tema que mayor relevancia alcanzó en los medios estadounidenses), sino también –y en gran medida– de clase. Obviando el componente racial de las personas involucradas, nos encontramos ante un autoproclamado sheriff que siente el deber cívico de defender la paz social y el respeto de la propiedad privada de su vecindario a tiros. Como apunte, valga mencionar el hincapié que hizo la defensa de Zimmerman en el hecho de que en la urbanización en la cual se desarrollaron los hechos se habían producido en el último año una serie de intentos de asaltos a viviendas y nueve robos. En este ambiente se explicaría el temor insuperable que sintió el sheriff al ver a un joven desconocido encapuchado.
Tras el juicio no se han producido disturbios como los que sacudieron los centros de Los Ángeles tras un caso de brutalidad policial en 1994 o los que se produjeron en Oakland en 2009 tras el asesinato de Oscar Grant por un policía cuando este ya estaba inmovilizado en el suelo. Pero el ambiente se ha enrarecido y en ciudades como San Francisco o la propia Oakland se han producido incidentes entre jóvenes y una policía a la que abiertamente tachan de racista y asesina. Fue la policía la que aconsejó a George Zimmerman cambiar su spray de defensa por una pistola, si quería seguir patrullando las calles. Fue la policía la que le instruyó en el uso de las armas de fuego para contribuir a convertir sus calles en un lugar más seguro. Y ante esto las llamadas bienintencionadas a la calma parecen interesadas. Quienes temen una respuesta violenta de los/as que se sienten amenazados/as por un violento orden social que les señala como potencialmente peligrosos deben preguntarse a quien sirve el mantenimiento de la calma, del orden, del orden social que permite ese señalamiento, caza y aniquilación.
No nos olvidemos: “Estos capullos siempre se salen con la suya…”.