[Novela histórica] Viaje a la aldea del crimen. Documental de Casas Viejas. Ramón J. Sender. Barcelona, 2016. 186 págs.
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En enero de 1933 se produjo una revuelta en un pequeño pueblo gaditano, Casas Viejas, que fue brutalmente sofocada por las fuerzas del orden republicanas. Veinticinco personas perdieron la vida en unos sucesos que a la postre acabarían forzando la dimisión del presidente del Gobierno, Manuel Azaña.
Desde el primer momento hubo dudas respecto a la versión oficial de los hechos y varios periodistas se desplazaron enseguida a Casas Viejas para recabar más información. Uno de ellos fue Ramón J. Sender, ya por entonces famoso escritor y periodista, quien el 19 de enero publicaría en el periódico La Libertad la primera de una serie de crónicas sobre lo sucedido. Poco después, Sender aprovecharía la información recopilada por la comisión parlamentaria y el posterior juicio a los mandos que dirigieron la represión para reestructurar y ampliar los textos de las crónicas y darles forma de libro.
Publicado por primera vez en 1934, Viaje a la aldea del crimen es uno de los mejores reportajes españoles del siglo XX y un libro fundamental para entender las profundas tensiones políticas y sociales a las que tuvo que hacer frente la Segunda República.
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Hay rumores, es verdad. Pero también es verdad —y los madrileños y los corros de los cafés no saben bien hasta qué punto eso es verdad— que hay hambre. Hambre negra, solitaria, en medio de una tierra feraz y de un clima suave. En naturalezas fuertes, condenadas a la desolación. ¿Democracia? Eso es cosa de las tertulias y de los diarios del corro, que no llega aquí, y que si llega viene envuelta en papel sellado y atada con balduque. No sale de los archivos. Estos hombres están condenados, como en ninguna otra región de España, a la hurañía, al aislamiento, a una triste soledad con su miseria. Los que hemos vivido en el campo de Aragón o de Cataluña no acabamos de comprender esto. Es un chico de dieciocho años quien nos ha dicho, mirando a otra parte:
—¿Que si hay hambre aquí?
No ha dicho más, pero basta con ver los ojos de rencor con que mira a los funcionarios, a los administradores, a todos los que tienen aspecto sano y satisfecho. ¿Que si hay hambre aquí?
De propagandas rojas o de delitos comunes hay hombres siempre en la cárcel. Hombres y mujeres, porque aquí, en el campo andaluz, si no la igualdad de derechos, por lo menos la de necesidades y apremios hace tiempo que es un hecho entre hombres y mujeres. Trabajan juntos. Sudan sobre la tierra cuando pueden alcanzar esa oportunidad, que siempre o casi siempre les huye. Y además, ellas son gracia y juventud. Y compañía. Y maternidad. Si llega el caso, la mujer, como el hombre, va a la cárcel. En la de Medina Sidonia hay presos. Si los sucesos que la alarma de los propietarios anuncia se confirman, habrá más.
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Como le rodearan las mujeres y los obreros sin armas que esperaban allí, «Seisdedos» expuso su impresión:
—El Sindicato es dueño del pueblo. Ha habido nesesidá de derramá sangre, pero ha sido al otro lao. Del nuestro, na.
Apartó a unas mujeres que interceptaban la puerta. Palpando el abultado vientre de una de ellas, «Seisdedos» sonrió:
—Este no conoserá ya los amos.
(…)
Cuando entró «Seisdedos» se dieron vivas al comunismo libertario ya la revolución. «Seisdedos» no sabía pronunciar discursos, pero comenzó levantando la mano y echándose con la otra atrás la culata de la escopeta;
—¡Compañeros! Hemos conseguido nuestro objetivo, o, mejor dicho, la primera parte de él. ¡Se han acabao las limosnas!
Le interrumpieron con vítores. Quiso seguir:
—La tierra va a ser nuestra.
Otra vez le interrumpieron: —¡A labrarlo, a labrarlo tó!
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Con los guardias iba un oficial. Manuel Benítez andaba con dificultad. Tres días en la cama, las dos noches anteriores en vela, habían debilitado sus piernas. Para seguir subiendo, los guardias tenían que sostenerlo por debajo de las axilas. Al llegar a la corraleta de «Seisdedos», Manuel vio a los cuatro que acababan de fusilar y otros que todavía estaban en pie: Juan Cantero, casi un muchacho, y Fernando Lago, ya maduro. Los dos eran personas honradas, muy estimadas en el pueblo. Iban maniatados. Los guardias, al verlos, se acordaron de pronto de que Manuel iba con las manos sueltas. Le pusieron las esposas. Advirtió que estaba malo. Un guardia civil lo hizo notar también al oficial. Éste se encogió de hombros y dijo:
—Tengo órdenes terminantes.
Pero al ver que el aspecto del detenido era verdaderamente el de un enfermo, le invitaron a sentarse en un poyo de tierra.
El capitán de asalto dijo a los detenidos:
—Pasad a ver el cadáver del guardia.
Los dos avanzaron hacia las ruinas de la choza. Manuel Benítez se limitó a volver la cabeza. Entonces el capitán dio la voz de «¡Fuego!» y se hicieron varias descargas, hasta que murieron los tres.
Os dejamos con el audio de la presentación del libro que se celebró en la librería Traficantes de Sueños en marzo de 2016,
«Regreso a la aldea del crimen. Una conversación en torno a Casas Viejas», con la participación de Julián Vadillo, historiador; Antonio García Maldonado, periodista y Carlos García-Alix, pintor y escritor.