Desde el 8 de julio vuelve a llover plomo y fuego sobre la Franja de Gaza. Con el inicio de la Operación Margen Protector políticos y militares israelíes, así como sus poderosos aliados, vuelven a afirmar contundentemente el “derecho de Israel a defenderse con todos los medios”, mientras que la población de Gaza (casi dos millones de personas en un territorio de apenas 360km2) vuelve a vivir en primera persona lo que se esconde tras esas palabras de advertencia. El macabro saldo cuando se escriben estas líneas es de ya más de mil víctimas mortales del lado palestino (el ejército israelí reconoce que se trata en su inmensa mayoría de civiles) frente a 52 miembros de las fuerzas armadas israelíes y tres civiles en Israel, matados por Hamas y otras fracciones de la resistencia armada palestina. Las últimas declaraciones del Primer Ministro israelí, Benjamín Netanyahu, “aconsejando” a los/as habitantes del norte de la Franja a dejar sus casas y “preparando” al pueblo israelí para una larga campaña hacen presagiar que la brutal estadística está lejos de haber llegado a su punto final, sobre todo teniendo en cuenta que el 85% de la población israelí apoya la actual ofensiva de su ejército sobre Gaza. Las mencionadas cifras también deberían hacer ver (aunque los medios de comunicación convencionales se nieguen a ello…) que difícilmente se puede hablar de una “guerra” en Gaza en julio del 2014: recordemos que mientras un bando cuenta con uno de los mayores y más modernos ejércitos del mundo, equipado incluso con armamento nuclear, el otro no tiene ejército regular, ni aviones, ni armada, ni sitio al que huir.
¿Pero cómo hemos llegado, de nuevo, a este punto? ¿Nos debemos acostumbrar a que las “Fuerzas de Defensa Israelíes” descarguen su potente arsenal cada poco sobre territorios contiguos (Líbano durante el verano de 2006, Gaza Diciembre 2008, Gaza noviembre 2012, Gaza julio 2014…)? Podemos centrarnos en las causas inmediatas que sirvieron en cada caso para justificar los bombardeos (sería el caso de los tres jóvenes colonos israelíes secuestrados y asesinados en Cisjordania el pasado junio) o abrir un poco la mira para tratar de entender el origen y la historia del conflicto Palestino. Un conflicto que tiene su origen en la esencia misma y el proyecto político del estado de Israel, en su definición como estado judío.
Lo que está pasando en Gaza, tanto hoy bajo las bombas como en tiempos de “paz”, cuando la población vive en una enorme cárcel a cielo abierto, controlada por Israel por tierra, mar y aire y bajo un boicot económico brutal, se inició hace 66 años, cuando se optó por una concepción de Israel como un Estado judío con mayoría judía. Para mantener esa mayoría Israel practica la ocupación, aparta y discrimina a los/as palestinos/as y, de vez en cuando, lleva a cabo operaciones militares que matan a cientos o miles y provocan el desplazamiento de miles más.
El imperialismo, Israel y el pueblo palestino
Desde el siglo XVI hasta la I Guerra Mundial, el imperio otomano gobernó Palestina. La nación palestina moderna se forjó en el curso de la resistencia contra ese imperio, con una cultura común, un territorio contiguo y una vida económica truncada pero coherente de agricultura y procesamiento de productos agrícolas (como el aceite de oliva). Al final de la I Guerra Mundial, en 1918, unos 680.000 palestinos y 56.000 judíos habitaban Palestina, los primeros eran dueños del 97% de las tierras.
Después de la I Guerra Mundial, las potencias imperialistas se repartieron Palestina y los demás territorios del derrotado imperio otomano en medio de una encarnizada competencia por el petróleo, un producto económico y militar muy codiciado. En 1922, Gran Bretaña logró un “mandato” para gobernar a Palestina como colonia.
En 1947 la ONU, motivada por la responsabilidad y culpa europea del horror contra los/as judíos/as, aprobó un plan de partición que asignó el 54% de la Palestina del mandato británico a la comunidad judía (llegada la mayoría tras el Holocausto) y el resto, a los/as palestinos/as. Jerusalén quedaba como enclave internacional.
En los primeros meses de 1948 las fuerzas armadas judías elaboraron el Plan Dalet, cuyo fin era, entre otras cosas, hacerse con el control de la vía que unía Jerusalén con Tel Aviv, una zona que no figuraba como futuro territorio israelí en el plan de partición de la ONU. De ese modo expulsaron a miles de personas y asesinaron a cientos. Es decir, ya hubo entonces un plan de limpieza étnica.
Después, cuando los países árabes vecinos declararon la guerra a Israel tras su nacimiento en mayo de 1948, las fuerzas armadas israelíes aprovecharon para ocupar más tierras y expulsar a cientos de miles de palestinos/as. De ese modo Israel pasó a tener un 78% del territorio (posteriormente, en 1967 Israel ocuparía el 22% restante: Gaza, Cisjordania y Jerusalén Este). Casi 800.000 palestinos/as (dos tercios de la población) estaban exiliados/as en Líbano, Jordania, Siria, Gaza y Cisjordania.
Tras la guerra del 48, muchos/as palestinos/as intentaron regresar a sus casas, pero las tropas israelíes se lo impidieron, a pesar de que en diciembre de 1948 Naciones Unidas aprobó la resolución 194, incumplida hasta hoy, confirmada en repetidas ocasiones y ratificada en la resolución 3236 de 1974, que establecía el derecho de los/as refugiados/as a regresar a sus hogares o a recibir indemnizaciones. Solo pudieron permanecer dentro de Israel, en muchos casos como desplazados/as, unos/as 150.000 palestinos/as, el 15% de la población, que en 1952 accedieron a la ciudadanía. Son los/as llamados/as árabes israelíes. Por tanto, lo que Israel conmemora como el nacimiento del estado judío, los habitantes autóctonos de la región lo siguen recordando año tras año como Al-Nakba, la catástrofe.
El proyecto sionista: éxodo y apartheid
Gran parte de los/as palestinos/as de Gaza son refugiados/as, expulsados/as o descendientes de los/as expulsados/as en 1948 a través de lo que constituyó, según historiadores/as israelíes como Ilan Pappé, una limpieza étnica, con el objetivo de levantar un Estado de mayoría judía. Incluso el historiador israelí sionista Benny Morris, ha escrito que “con la suficiente perspectiva resulta evidente que lo que se produjo en Palestinaen 1948 fue una suerte de limpieza étnica perpetrada porlos judíos en las zonas árabes”. Israel se opone a la creación de un Estado palestino pero también se niega a conceder derechos plenos y ciudadanía a los/as palestinos/as de Gaza y Cisjordania, porque si lo hiciera, estaría renunciando a su carácter judío del estado de Israel. Por esta razón, mantener una mayoría judía en Israel (en sus fronteras actuales y en las fronteras a las que muchos sionista siguen aspirando, que incluyen lo que denominan “Judea y Samaria”, es decir, la totalidad de lo que hoy es Cisjordania) es una prioridad absoluta para el proyecto político del sionismo. Israel no ha dudado a lo largo de su historia en perseguir este fin mediante limpiezas étnicas violentas, como en 1948 o mediante la instauración de un régimen de apartheid en Gaza y Cisjordania hoy en día.
Un poderoso arma en esta guerra demográfica es la denominada “Ley de Retorno”: mientras miles de palestinos/as han sido desplazados de sus hogares y siguen hacinados en campos de refugiados e Israel contraviene todas las resoluciones de la ONU habidas y por haber sobre esta materia, el estado de Israel concede el derecho a la ciudadanía de todos/as los/as judíos/as del mundo, hijos/as, nietos/as y cónyuges de los/as judíos/as, así como de quienes se conviertan al judaísmo.
La Intifada (levantamiento) palestina de finales de los años 80 sacudió a la sociedad israelí, llevando el conflicto a sus ciudades. Además de reprimirla con la fuerza de las armas, sus líderes –y sus aliados norteamericanos- iniciaron el “proceso de paz”. Un elemento clave de la estrategia estadounidense ha sido “la solución de los dos estados”: que los/as palestinos/as reconozcan al estado de Israel (y olviden la lucha) a cambio de un “miniestado” en Cisjordania y Gaza. Hacia finales de los años 80, el líder de la Organización de Liberación Palestina (OLP), Yasir Arafat, básicamente aceptó esa propuesta. Conforme al “proceso de paz” de Oslo de 1993, Israel transfirió el 40% de Cisjordania al control total o parcial de la Autoridad Palestina. Pero eso es solo el 10% del territorio palestino y son pequeñas parcelas aisladas y rodeadas. Israel controla las principales carreteras, las fuentes de agua, las fronteras y la salida al mar. Al mismo tiempo se promueve la creación de asentamientos de colonos judíos. Durante los años del “proceso de paz” (de 1993 a 2000), la cantidad de colonos israelíes se duplicó. Israel siguió construyendo nuevos asentamientos y ahora tiene centenares, habitadas por casi medio millón de colonos, fuertemente protegidos por el ejército. A través de las colonias, Cisjordania se ha convertido en una zona acantonada, sin continuidad territorial, donde los pueblos y ciudades están desconectados entre sí, convertidos en islotes rodeados por controles militares israelíes y por asentamientos judíos.
Para controlar a la población palestina, Israel limita sus movimientos, lleva a cabo arrestos arbitrarios, aplica detenciones administrativas, manteniendo encarcelados/as a palestinos/as sin cargos ni juicio hasta dos años, impide a la población palestina salir de su localidad o les obliga a esperar horas para hacerlo, les niega servicios públicos fundamentales, les prohíbe construir viviendas y de hecho destruye algunas de sus casas, con la excusa de que no cuentan con permisos de construcción que se les deniegan de forma sistemática. Estas prácticas se han intensificado y agravado desde la construcción, en 2002, de una barrera fortificada de 400 millas de largo (con muros de hormigón, vallas electrificadas, sensores, trincheras y torres de vigilancia) en territorio de Cisjordania. Este muro aísla a muchos pueblos palestinos, separa a los/as agricultores/as de sus campos y les roba más territorios a los/as palestinos/as. A pesar de las condiciones de vida impuestas, la sociedad palestina, con sus más y sus menos, nunca ha perdido su espíritu de resistencia, a pesar del duro coste que paga por ello: en la práctica el régimen racista del apartheid instaurado por Israel se guía por la ley del talión. Si alguien mata a un israelí, es el propio Estado el que se encarga de la venganza, derribando la casa de la familia del presunto culpable, torturándole a él, a sus amigos/as o familiares, o impulsando una ofensiva militar en su barrio o en otro, como la actual contra Gaza.
Información extraída de www.asociacionunadikum.org y eldiario.es
Para información actualizada sobre los acontecimientos en Gaza recomendamos www.maannews.net/eng/ (agencia de prensa palestina) y palsolidarity.org/ (International Solidarity Movement).
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Y como apoyo audiovisual
Por si alguien duda de la opresión cotidiana a la que se ve abocada la población palestina, dejamos estos 4 documentales en torno al conflicto. Todos ellos están disponibles en YouTube.
Al otro lado: la vida en Palestina dividida por el muro israelí: Este documental muestra la demolición de casas palestinas para la construcción del “muro de la vergüenza” en 2003, el testimonio de un ex soldado israelí, y la difícil convivencia de palestinos con los colonos israelíes instalados en medio de las aldeas palestinas de la región de Jerusalén.
Palestina todavía es la cuestión: Este reportaje del periodista británico John Pilger fue grabado en 2003, y sostiene la tesis de que en los últimos 25 años, desde que él mismo realizó una investigación sobre el conflicto, nada ha cambiado en la región, y la ocupación israelí en Palestina continúa siendo uno de los episodios más vergonzosos de la historia reciente.
Promesas: En esta cinta de 2001, varios niños judíos y palestinos son seguidos durante 3 años y puestos en contacto los unos con los otros. Los 3 realizadores (Carlos Bolado, B.Z. Goldberg y Justine Shapiro) siguieron a 7 niños de Jerusalén entre 1995 y 1998, quienes cuentan cómo es crecer con el conflicto encima y la disparidad de miradas sobre el tema, detalle que se ve en el final del filme, donde algunos testimoniossorprenden por su falta de inocencia.
Cinco cámaras rotas: Esta cinta de Emad Burnat y Guy Davidi presenta el relato en primera persona de un camarógrafo palestino de Ramala, quien es testigo de la construcción del muro que permitirá el levantamiento de un asentamiento judío en su ciudad.