En tiempos electorales parece que todo vale. Hasta la más burda de las maniobras, la más descarada cortina de humo, es pasada por alto o muchas veces tomada como buena en pos del tan escuchado “a alguien hay que votar”. Oponerse activamente trabajando para generar alternativas o, simplemente, rechazar nuestra participación en este juego de titiriteros, son opciones que quedan tristemente relegadas a un segundo plano. Durante los últimos meses hemos asistido a varios de estos teatrillos, destinados a orientar a los/as electores/as en la búsqueda del candidato “menos malo”, y distraerle en la búsqueda de verdaderas respuestas a sus problemas. Vas a seguir teniendo la soga al cuello; pero, ¡Eh! ¡Eres libre de elegir quién te la coloca!
La palma en paripés se la llevan los estadounidenses. Sus elecciones (desde el colegio, a juzgar por las películas) las gana quien hace las magdalenas más ricas, quien da mejor en cámara o quien quiere más a su mujer. Cuando uno ya lleva muchas guerras y muchos desagravios sociales a sus espaldas, se le saca un escándalo sexual o similar, y se hace un estudio de marketing sobre cuáles tendrán que ser las características del próximo. El sistema electoral bipartidista y de “efecto embudo” hace que la cosa esté tan apretada al final, tan emocionante, que la victoria de tu candidato preferido sea un auténtico clímax, aunque lleve ya cuatro años incumpliendo promesas y jodiéndote la vida. Como reflejo de esto, nos parecía gracioso reseñar un capítulo de Los Simpsons, en el que dos alienígenas (Kang y Kodos) matan a los dos candidatos presidenciales y les sustituyen. En lugar de unirse y luchar contra ellos, la gente divide sus votos, a pesar de que saben que los dos son iguales y que les quieren aniquilar. Al final, cuando Kang gana las elecciones y toda la raza humana ha sido esclavizada, una Marge encadenada se lava las manos diciéndole a Homer: “a mí no me culpes, yo voté a Kodos”.
A este lado del mundo tampoco nos libramos. Las formas y el número de jugadores pueden ser diferentes, pero los peones seguimos siendo los/as mismos/as. Prueba de ello es todo el fervor independentista que ha precedido a las elecciones catalanas. En otra ocasión analizaremos la legitimidad cultural, lingüística, etc. del pueblo catalán para reivindicar su separación del estado español; o reflejaremos más ampliamente nuestra visión sobre los nacionalismos (sean del tinte que sean), y las luces y sombras del concepto mismo de nación. Sin embargo, ahora queremos poner el foco en cómo se ha utilizado todo esto en el juego electoral. En septiembre, a Artur Mas y compañía se les ocurrió que lo mejor para ganarse al pueblo disgustado era sumarse a los efectos de la Diada, caldear los ánimos independentistas, convocar elecciones y orientar su campaña a la promesa de un referéndum soberanista. Todo esto sucedía, casualmente, tras dos años de aplicar recortes brutales en sanidad, educación y servicios sociales; ser pioneros/as en la aplicación del euro por receta; subir la tasa de desempleo y dejar a miles de familias sin la Renta Mínima de Inserción; ser salpicados/as por temas de corrupción; solicitar más de 5.000 millones de euros de rescate del Estado; animar a Rajoy a pedir el rescate a Europa, y un largo etcétera. No tenemos nada más que añadir, porque suponemos que a estas alturas nadie pensará que contamos esto para posicionarnos del lado de los/as otros/as candidatos/as. Que gane el que haga mejores magdalenas.
Y más allá del paripé… el caso de Israel
Más serio es todo lo que está aconteciendo en los prolegómenos de las elecciones en Israel. No más serio porque lo anterior nos haga gracia, sino porque allí desde hace años se las gastan encubriendo con su democracia el genocidio del pueblo palestino.
A principios de octubre, el primer ministro Benjamín Netanyahu anunciaba el adelanto de las elecciones parlamentarias, ya que prefería un proceso electoral “rápido de tres meses en lugar de todo un año”. Para inaugurar esos tres meses, que todavía no han concluido, el ejército israelí ha hecho de las suyas protagonizando un claro ejercicio de demostración de fuerza a la comunidad internacional y a los/as electores. Las personas de origen palestino sufren un verdadero apartheid y son sometidas al control militar tras el muro; o conviven con ciudadanos/as israelíes en los territorios ocupados pero, a diferencia de éstos/as, son desprovistos/as de los derechos más básicos. Para hacer frente a esta situación, la solución que los parlamentarios ofrecen a sus electores/as es muy sencilla: masacrar a Palestina. Así no se rebelarán y los/as ciudadanos/as israelís de pleno derecho estarán a salvo. Esto es, claro está, simplificando mucho un conflicto con una larga historia y con muchas víctimas inocentes a sus espaldas.
El hecho es que, durante los 8 días de bombardeos del Estado de Israel contra los/as residentes de la franja de Gaza, 139 palestinos/as han sido asesinados/as (entre ellos/as más de 30 niños/as, según algunas fuentes), miles de personas han resultado heridas, y cientos de edificios civiles destruidos (incluidos hospitales y escuelas) Para el pueblo palestino, no ya para sus líderes, las opciones siempre son dejarse masacrar, o permitir sumisamente que sigan ocupando sus territorios, sometiendo sus vidas y probando su arsenal armamentístico contra ellos/as. Israel tiene de su lado a los ganadores de los mejores paripés del mundo, Obama incluído, y Netanyahu se lleva grandes méritos al demostrar quién manda, cómo lo hace, y quiénes son sus amigos.
Está claro que los/as israelíes tienen mucho más que pensar en estos días que a quién van a votar…