El pasado mes de marzo, un paro de transportistas se extendió por todo el país. Lo que comenzó sin demasiado eco mediático (sobre todo desde ciertos medios de comunicación cercanos a la izquierda parlamentaria) y siendo convocado por una plataforma sin muchas referencias previas, ha terminado generando el enésimo dolor de cabeza al gobierno y conatos de desabastecimiento en muchos lugares. Marchas lentas, paros forzados en algunas empresas por falta de materias primas o incapacidad para sacar pedidos fuera la fábrica, o supermercados sin leche, son algunas de las imágenes más visibles que ha dejado este conflicto. Si bien el paro fue desconvocado a primeros de abril, el melón puede volver a abrirse a la mínima, por lo que entendemos que merece una pequeña reflexión.
Días antes de que comenzase el paro, ya había rumores sobre cómo sería. La mayoría de los transportistas con los que hemos tenido contacto estaban más bien expectantes, y si bien entendían que algunas de las reclamaciones eran válidas, no se sentían recogidos en “La Plataforma”. En las empresas cuya actividad depende del tráfico de mercancías la situación era de calma tensa; pocos meses antes, el Comité Nacional del Transporte por Carretera (CNTC) había convocado una huelga sin mucho éxito, y si bien esperaban lo mismo de esta, muchas cayeron en hacer acopio por adelantado de los suministros que pudieran necesitar.
Frente a esta situación las ganas de debatir crecían porque una sentía la necesidad de posicionarse. Aquí van algunos esbozos de las conversaciones sobre este tema que han ido surgiendo en distintos círculos. Lejos de sentar cátedra solo pretendemos hacer pensar y exponer tanto las contradicciones como algunas conclusiones a las que hemos podido llegar. Allá van.
Los primeros rumores: Huelga por el precio de los combustibles
Cuando un transportista te cuenta lo que paga por llenar el depósito te caes de culo. Está claro que en algunos desplazamientos el beneficio está mermando y mucho. Mi primer pensamiento era, salvando las distancias, que esta problemática nos afecta a un porcentaje muy grande de trabajadores/as, de los cuales un 30% aproximadamente se desplaza a su lugar de trabajo en su propio vehículo.
La subida generalizada de precios (ya no sólo del combustible) es un asunto extraño, nos pone con el agua al cuello, pero al mismo tiempo, quizá se siente algo tan etéreo que no consigue impulsar las movilizaciones. Es posible que uno de los motivos sea el gobierno más progresista de la historia (nótese la ironía) que mantiene a sindicatos y simpatizantes de izquierdas paralizados y aparentemente conformes. Desde luego el nivel de paralización al que hemos llegado da miedo, pensar ‘¿cómo encender la chispa?’ y no tener ni idea nos hace asomarnos al abismo. Esta inacción que literalmente nos mata evidencia, a nivel de clase trabajador, la atomización y falta de conciencia que nos acompaña. Somos cáscaras vacías que madrugan, curran y desconectan, quizá demasiado literalmente, entre fútbol y reels de Instagram.
Una vocecita nos susurra al oído que cada coche que no circula son kilos de contaminación que dejan de emitirse. Pero intentamos acallarla. No usar el coche es, en ocasiones, un privilegio de clase mientras otros transportes menos dañinos mantengan tarifas prohibitivas. Por no hablar de las carencias del transporte público.
Entonces, ¿qué decir de este paro?
La huelga es la herramienta por excelencia de la clase trabajadora, pero ¿qué pasa cuando el individuo es propietario de su propio medio de producción? Muchos de los transportistas que han sostenido esta movilización son autónomos, miembros de cooperativas o directamente empresarios (principalmente, pequeños empresarios). En general, la mayoría posee su propio camión, de modo que más bien estamos hablando de paros patronales. Sin embargo, ¿son esta miríada de microempresas capaces de competir con los grandes grupos empresariales del transporte? ¿Por qué no subir las tarifas de sus portes para compensar los aumentos del precio del combustible? Así funcionan las leyes del mercado, ¿no? ¿O es que esto les haría aún más complicado competir con esas grandes empresas para las que además muchos de ellos están subcontratados? Al final sólo les queda estirar más y más a sus trabajadores o aumentar sus niveles de autoexplotación al mismo tiempo que se reclaman ayudas estatales. Y aún así, no deja de ser un parche, pues si estas ayudas acaban llegando también a las grandes empresas, volverán a decantar la balanza hacia las lógicas del mercado, hacia quien tiene mayores posibilidades de ofrecer servicios más variados y baratos.
Más allá de esto, quizás otro tema a poner sobre la mesa es cómo todas estas subidas de precios, ya sea el combustible, la luz o el gas, tienen que acabar siendo paliadas, o más bien, suavizadas por las ayudas estatales. Nuestra precariedad aumenta, los precios suben, la compra sube, los alquileres suben, todo se desmadra, y sólo queda que el gobierno salga apaciguar fuegos, porque apagarlos nunca los apaga, mientras se pactan con sindicatos contenciones salariales, o subidas muy por debajo de la inflación. Nuestros salarios se estacan, pero los beneficios empresariales no paran de crecer año tras año. Sin embargo, nos son estos beneficios empresariales los que se invierten en paliar nuestra precariedad, sino nuestras cotizaciones. Quizá tendríamos que pararnos a pensar qué engranajes arrastran estos salvavidas que nos lanza el Estado. Los beneficios de las grandes empresas no dejan de crecer mientras el Estado no deja de endeudarse con políticas sociales: con su limosna alejan el fuego del capitalismo salvaje que gobierna el mundo, esas migajas logran que aguantemos un poco más, que tengamos un poquito más de paciencia con el sistema que estrangula, pero no ahoga.
Volviendo al tema que nos atañe aquí: si pensamos que la problemática de los transportistas también es, en parte, la nuestra, si asumimos la importancia de lo que está en juego… entonces, ¿cómo posicionarnos? Sabemos que si la huelga hubiese estado organizada por conductores asalariados la hubiéramos apoyado sin dudar; sin embargo, poco o nada debería preocuparles el precio del carburante (no más que a cualquiera de nosotras). En otras demandas menos sonadas podrán sentirse más recogidos, pero la tónica general de las reclamaciones ha sido la incongruencia: según leíamos noticias y entrevistas más difícil parecía que pudieran verse representados en los mismos objetivos.
Aquí dejamos estas reflexiones, que si bien han sido algo inconexas y faltas de conclusiones tangibles, esperamos que sirvan de aporte al debate.