Director: Vadim Perelman. Escrita por Vadim Perelman y Shawn Lawrence Otto, basada en la novela de Andre Dubus. Dreamworks Pictures, EEUU, 2003.
La historia de esta casa, como la de cualquier casa, no es más que la historia de quienes la habitan. En un mundo que ha olvidado eso, en el que las casas ya no son hogares, ni refugios, ni lugares que habitar, sino bienes de intercambio con los que especular y medrar en la escala social, la historia de una vivienda termina siendo la historia de la lucha por poseerla. Y para estos personajes, como para muchas personas de carne y hueso que viven un drama parecido cada día, se hace realidad el dicho de que las cosas que posees te acabarán poseyendo.
Casa de Arena y Niebla narra, de una manera estremecedoramente cercana, el conflicto entre una mujer que acaba de ser desahuciada del que ha sido su hogar durante toda su vida, y las personas que se aprovechan de su situación, adquiriendo la vivienda a un precio inferior al del mercado, para poder sacar tajada y recuperar el status social que perdieron al emigrar.
Sin caer en tópicos ni en simplicismos, se ponen de manifiesto todas las capas de un problema, el de los desahucios, que no es sino la punta del iceberg de un sistema en el que los recovecos burocráticos y la sustitución de las relaciones personales por las relaciones económicas, hacen que nos convirtamos en cómplices de los dramas de nuestros/as iguales.
La película, genialmente narrada e interpretada, se esfuerza por hacer que los personajes sean comprendidos más allá de la simpatía o antipatía que puedan despertar. De este modo pone el acento en demostrar que las personas existimos más allá de nuestras posesiones materiales, que somos (o deberíamos ser) capaces de llegar a reencontrarnos, apoyarnos mutuamente y volver la mirada hacia las cosas que verdaderamente importan. Por desgracia para los/as protagonistas (y para todos/as nosotros/as) la ambición, el autoritarismo y el poder siempre se interponen en el camino.
Aunque pueda parecer obvio, es importante recordar que esta historia podría sucedernos a cualquiera de nosotros/as. No nos referimos sólo a la posibilidad de ser expulsados/as de nuestras casas o de perder lo que hemos conseguido con el de trabajo de toda una vida, porque esa sombra ya planea constantemente sobre nuestras cabezas. Pongámonos por un momento en el otro lado. Es tentador, cuando las cosas van mal, mirarse el ombligo y agarrarse a cualquier oportunidad que se nos ofrezca, sin querer ver que nuestra suerte puede ser la desgracia de otra persona. Ahora más que nunca es necesario pararse y mirar más allá. No es tan difícil ver que aceptar o beneficiarse de una determinada situación nos puede hacer cómplices de perpetuar una injusticia, que detrás de la casa barata que nos oferta un banco y que tan bien nos vendría para poder mejorar nuestro estilo de vida, puede haber una familia que ha sido desprovista de su historia, de su hogar, de su refugio y su dignidad.