El mundo entero: “2021 no puede ser peor que 2020”
Estados Unidos: “Sujétame el cubata”
Principio y fin del siglo americano
En 1941, Henry Luce, propietario de la revista Time, se refirió al siglo XX como el “American Century” (“siglo estadounidense”), un periodo marcado por el dominio político y económico del gigante norteamericano en el mundo entero. Según Luce, un derechista ultrarreligioso, Estados Unidos (EEUU) es una nación elegida con un claro “destino manifiesto”, que es expandirse e imponer su autoridad en el mundo entero para lograr la Pax Americana, un periodo de paz duradera tras la Segunda Guerra Mundial a través del control total de la economía mundial.
Este tipo de pensamiento claramente imperialista ha sido el que ha modulado la política exterior de EEUU durante la segunda mitad del siglo XX. Considerándose superior al resto de naciones, su Secretaría de Estado se ha permitido el lujo de intervenir en elecciones extranjeras, organizar golpes de Estado e, incluso, invadir otros países, con independencia de la afiliación política de sus presidentes.
Según el historiador Dov Levin, EEUU habría intervenido en 81 elecciones entre 1946 y 2000 en sitios como Irán (1952), Indonesia (1955), Italia (1948), Mongolia (1996), etc. Por otro lado, entre los golpes de Estado organizados por EEUU los más sonados son los del Congo (donde se depuso y asesinó a Patrice Lumumba y se le colocó al dictador Mobutu Sese Seko), Nicaragua (donde se financió a la guerrilla para derrocar al gobierno sandinista), Cuba (donde se colocó al dictador Fulgencio Batista), Brasil (donde se impuso una dictadura militar) y Chile (que culminó con el asesinato de Salvador Allende y la dictadura de Augusto Pinochet). Entre los países invadidos por EEUU se encuentran Vietnam, Panamá, Irak, Afganistán, entre otros.
Según Luce y el resto de teóricos sobre el “American Century” éste habría comenzado en 1917, año en el que EEUU entró en la Primera Guerra Mundial. Resulta muy apropiado que el fin de este siglo de dominio llegara en 2017, año en que Donald Trump (quien, a diferencia de sus predecesores, nunca ha fingido preocuparse por la democracia y los derechos humanos) juró el cargo de presidente en el mes de enero. El nombramiento de Trump – que ganó las elecciones en base a un programa de endurecimiento de fronteras y defensa de los combustibles fósiles – coincidió con que el presidente chino, Xi Jingping, pronunció un discurso dos días antes, en el cual se autoproclamó el líder mundial en materia de comercio y de lucha contra el cambio climático.
El ocaso del imperio
“Trump nos ha empoderado. Damos gracias al presidente por decir la verdad” – David Duke, antiguo gran mago del KKK
Sin duda, la victoria de Trump en 2016 (y su nombramiento en 2017) ha debilitado la imagen del país en el exterior. El tío es un payaso malcriado que no se sabe comportar, actúa por impulsos, es caprichoso, racista, machista y tiene tics autoritarios que le acercan demasiado al fascismo. Ha sido el hazmerreír de líderes de Estado en cumbres mundiales, se le han conocido exabruptos racistas como referirse a países africanos como “estercoleros de mierda” y a los mexicanos como “violadores, traficantes y criminales” y retiró a EEUU del (ya de por sí insuficiente) Acuerdo de París por el Clima. Es curioso que su presidencia ha hecho más daño a la imagen exterior del país por su falta de formas e indisimulada autocracia que el intervencionismo – en muchos casos asesino – de sus predecesores.
Lo que nadie veía venir era hasta qué punto su presidencia iba a desestabilizar el país por dentro. Pero así ha sido. Trump ha recibido el apoyo de grupos de ultraderecha y supremacistas blancos como el KKK y los Proud Boys; se ha negado a condenar la violencia del fascista que atropelló a antifascistas en Charlottesville y mató a mujer; existen grabaciones en las que explica que metía mano a mujeres que trabajaban para él y no podían hacer nada; dijo en un discurso que echaba de menos los tiempos en los que la policía podía pegarle palizas a manifestantes; ha flexibilizado la legislación que protege el medioambiente y especies animales; ha endurecido la política migratoria, separado familias extranjeras y encerrado a niños; ha promovido teorías de la conspiración y se ha negado a desmentir las locuras de QAnon (una teoría conspiranoica que afirma que fue reclutado por generales del ejército para convertirse en presidente para derrocar a un gobierno de pederastas que beben sangre de bebés para rejuvenecerse); no ha condenado la violencia policial contra afroamericanos y ha indultado a aliados políticos que han sido condenados por corrupción o por crímenes racistas. Y, por último, su negativa a reconocer los resultados electorales – los cuales proclaman al demócrata Joe Biden como el vencedor de los comicios – ha provocado la mayor tensión social en años.
“Creo que nos vienen a la cabeza todos esos famosos fragmentos del 18 de Brumario de Marx. El gobierno de Trump empezó como una farsa, con su descenso de las escaleras mecánicas de su Trump Tower. Siguió como tragedia, mediante la represión y asesinato de ciudadanos afroamericanos, la persecución de migrantes, el enjaulamiento de niños, la criminalizacion de manifestantes, el cotidiano toque de un tambor de angustia. Trump termina ahora en un tercer acto, que vuelve a la farsa (espero que no nos aguarde un ultimo giro trágico)” dice Vicente Rubio-Pueyo en un artículo de El Salto.
Su política doméstica ha provocado movilizaciones antirracistas y feministas sin precedentes y ha activado a movimientos sociales con una enorme fortaleza (Black Lives Matter, Fight for 15, Me Too, Prison Abolition Movement, etc.) pero también ha envalentonado a grupos fascistas y supremacistas milicias y a supremacistas que se habían sentido desmoralizados durante la presidencia de Obama. Y es que no se puede entender la victoria de Trump sin entender el odio que provocó en muchos blancos el hecho de que un negro ocupara el cargo.
El poder de la fascitocracia se hace notar en el asalto al Capitolio
“Cuando el fascismo llegue a Estados Unidos, lo hará envuelto en la bandera estadounidense y portando una cruz” – Sinclair Lewis
«Este año, debido a las restricciones a la movilidad, los Estados Unidos tendrán que organizar el golpe de Estado dentro de sus fronteras» – John Cusack
El pasado 6 de enero, una turba de ultraderechistas irrumpió en el Capitolio de los Estados Unidos. Usaron la violencia física para detener la corroboración del voto del Colegio Electoral que encumbraría a Joe Biden a la presidencia. Los Estados Unidos disparándose en el pie una ocasión más, atacando la sede del gobierno estadounidense en un intento de golpe disparatado impulsado por el propio presidente Donald Trump.
Trump se había dirigido horas antes a miles de sus seguidores, a poca distancia del Capitolio, diciendo que había que dirigirse a ese lugar y que “nunca recuperaréis nuestro país con debilidad, tenéis que mostrar vuestra fortaleza y ser fuertes”. Su hijo Donald Trump Jr. le siguió, diciendo que había llegado su momento en convertirse en héroes. La congresista republicana Mary Miller también dio un discurso en el que citó al que nunca se debe citar: “Hitler tenía razón en una cosa: quien tenga a la juventud, tendrá el futuro”. Por último, el abogado Rudy Giuliani exclamó que había llegado el momento de “un juicio por combate”. Estaba claro que incitaban a que se hiciera algo drástico ante un edificio en el que no había cuerpos de seguridad desplegados por decisión del propio Ejecutivo. “Cuando le dices a gente disfrazada de militar que están en una misión, se lo creen. Eso es lo que he visto hoy en Washington”, tuiteó el periodista y humorista Jordan Klepper poco después.
Después del discurso del Presidente y sus secuaces, un tumulto de miles de fascistas ataviados incluso con banderas confederadas (un símbolo de reminiscencia racista de la Guerra Civil estadounidense del siglo XIX) traspasaron unos tibios cordones policiales que no ofrecieron ninguna resistencia y rompieron ventanas para acceder al interior del parlamento. La seguridad del Capitolio en Washington ese día era ridícula en comparación con otras movilizaciones como la de Black Lives Matter del verano y el otoño pasado.
La condescendencia policial con la ultraderecha fue la tónica en esa jornada, hasta que se les fue de las manos completamente. A propósito de las imágenes de la policía dejándoles entrar Mark Bray (autor del ensayo Antifa) tuiteó “el argumento de ‘ignora a la extrema derecha’ se sustenta sobre el mito de que la policía parará el fascismo si crece demasiado… ¿cómo va eso hoy?”.
Una vez dentro del Congreso, las imágenes que nos llegan parecen de coña. Hombres blancos haciéndose selfies en los escaños de la Cámara, saqueos de despachos más entusiasmados por llevarse una placa con un nombre como Nancy Pelosi que por encontrar información útil, un notas que parece que va puesto de ketamina portando una piel de bisonte (resulta que es Jake Angeli, conocido como el QAnon Shaman), personajes de cómics, paletos que parecen sacados de Los Simpsons, etc. Dan tanta vergüenza ajena que llamarlo “golpe de Estado” se les queda un poco grande. Aunque sin duda se creían héroes salvapatrias en aquel momento.
“Las imágenes de la entrada trumpista en el Capitolio son un testimonio de paranoia, estupidez, de puro miedo, sin máscaras ni barbijos, pero ataviados con confusos tatuajes, parafernalia militar, camisetas nazis, simbología vikinga. E incluso pieles de lobo, como la que portaba un manifestante subido al estrado del Senado, en una foto que quedará para la historia (bufa). Banderas confederadas se paseaban por los pasillos del Capitolio. Horcas y cruces, al mas puro estilo Ku Klux Klan, se levantaban en las calles. Disfraces ─de nuevo Marx─ prestados del pasado. El inconsciente, el ‘ello’ brutal de un país, que aflora y se pasea, entre todo el ruido y furia de cabezas de idiotas corriendo por pasillos desiertos, vociferando ¿Dónde están?” nos dice Vicente Rubio-Pueyo.
Pese al esperpento que hemos visto, no hay que olvidar que se requisaron varias armas de fuego y al menos dos artefactos explosivos caseros. Los EEUU como impulsores de una sociedad del espectáculo dan su particular show internacional, las reacciones humorísticas y los memes ante este esperpento no tardaron en salir. Sin embargo, lo que nos jugamos por otro lado es la banalización del fascismo como movimiento con potencial de causar estragos y colapsarnos.
Las imágenes del asalto son, además, la confirmación gráfica del privilegio blanco. Charles M. Blow (autor de The Black Power Manifesto) tuiteó “si personas negras asaltaran el Capitolio…”, dejando bien claro que si un grupo de afroamericanos hubiera hecho lo mismo les habrían cosido a tiros. Pero los seguidores de Trump que asaltaron el Capitolio no solo fueron recibidos sin resistencia, sino que se permitieron el lujo de ir a cara descubierta e incluso algunos dieron su nombre a la prensa.
Los medios de comunicación posteriormente se encargan de blanquear el fascismo apuntando a fanáticos estrambóticos e incidentes aislados y, sin embargo, la lección de todo esto es que el fascismo es una organización criminal que actúa conscientemente a nivel global. “La CNN habla de los seguidores de Trump como si fueran lemmings siguiendo a su líder sin analizar la existencia de un movimiento de extrema derecha más amplio (que situó a Trump donde está), grupos autocatalogados como fascistas y el supremacismo blanco”, tuiteó Mark Bray.
Pero nadie lo blanqueó como Trump. Se negó a comparecer ante los medios, por miedo a las preguntas que le podrían hacer, pero publicó un vídeo en Twitter durante el asalto pidiendo a los asaltantes que volvieran a casa, no sin antes darles la razón y afirmar que le habían robado las elecciones. «Os quiero, sois especiales, sé cómo os sentís«, se despidió con patetismo.
Por su parte, el discurso de Biden fue el de un emperador que hereda un imperio que se está desmoronando. «Somos mejor que esto«, «esto no son los Estados Unidos de América«, «no somos una república bananera«, insistía. Con la superioridad habitual de sus predecesores intentó restaurar la dignidad y el brillo de la superpotencia, pero ya nadie cree en la omnipotencia de su imperio.
Poco después, los SWAT del FBI entraron en el edificio, redujeron sin demasiada dificultad a los asaltantes, detuvieron a sus cabecillas (dejando a cientos de personas marcharse tranquilamente) y desalojaron el edificio. La confirmación de Biden se reanudó horas más tarde, mientras miles de los asaltantes lo siguieron por televisión, abarrotados en lobbies de hoteles, sin mascarillas. En esta sesión, algunos republicanos recularon y votaron a favor de confirmar a Biden, pero muchos otros siguieron dando pábulo a las teorías de los asaltantes y votaron en contra, alegando que las elecciones habían sido fraudulentas.
Las consecuencias del intento de golpe de Estado
“Los demócratas no han entendido cómo funciona el poder. Pensaba que el protocolo institucional de la democracia conlleva un poder intrínseco. Pero ese poder es simplemente el resultado de una creencia colectiva que se ha colapsado, dejando espacio a la fuerza bruta” – Colectivo por la acción colectiva CrimeThinc
«Los seguidores de Trump están rompiendo el contrato social: ‘o retengo mis privilegios, o empezamos una guerra civil’» – CrimeThinc
Al día siguiente se confirmaban cinco muertes (una militar ultraderechista por disparos y otras cuatro personas por infartos), varias decenas de dimisiones en las filas del Partido Republicano tratando de desmarcarse de la incitación a la violencia de Donald Trump y la confirmación de la victoria de Joe Biden en las elecciones.
La gravedad de lo ocurrido, la unánime condena y un horizonte de procesos judiciales que podrían llevarle a la cárcel provocaron que Donald Trump se sumara al día siguiente a la condena al «atroz» asalto por parte de sus seguidores al Capitolio. En definitiva, dejó «vendidos» a sus acólitos, a los que el día anterior había dicho que les quería y les había llamado «especiales». Y es que ésa es la esencia del trumpismo: un conservadurismo cínico, carente de valores firmes, muy de derechas, que improvisa a diario sobre el mismo tema: la experiencia vivida de tener poder, verlo amenazado y tratar de mantenerlo.
La periodista negra Jemele Hill tuiteó en respuesta lo siguiente: “Este arrepentimiento de los republicanos es más insultante. No se merecen ningún reconocimiento ahora. Han sido cómplices durante 4 años, besándole el culo a Trump cada vez que podían. Solo una insurrección que ha provocado muertes les ha hecho replanteárselo. Que se vayan a la mierda”.
Estos hechos no surgen de la nada, sino fruto de permitir meter al fascismo en las urnas, en el Parlamento y hasta en la propia Presidencia. Después de haber cumplido su función para el neoliberalismo se pillan su particular rabieta, se ponen sus mejores disfraces con caperuzas blancas y camisetas de apología del nazismo (un asaltante llevaba una camiseta de “Campamento Auschwitz” mientras otra portaba una bandera de Israel), y salen a la calle armados hasta los dientes.
Afirmar que el propio Presidente de los Estados Unidos impulsa un asalto de estas características suena tragicómico y ridículo. Sin embargo, la fuerza del fascismo a día de hoy es que tiene una indispensable función de carácter social y cultural, es el complemento al ultraliberalismo agresivo; genera unas estructuras de discurso, de confrontación y de protagonismo mediático pensadas para desbordar socialmente. Se sigue utilizando la misma estrategia criminal de los años 70 del siglo pasado en países latinoamericanos o del sur europeo, la tensión provocada deliberadamente por la extrema derecha, que ni es minoritaria, ni es insignificante.
El colectivo CrimeThinc acabó el 6 de enero con una advertencia: “Los hechos de hoy desacreditarán a Trump a los ojos de los centristas, pero también forzará el discurso de lo políticamente aceptable más a la derecha. Mientras tanto, la nueva derecha y el fascismo se armarán para intentar replicar lo sucedido. La represión estatal que seguirá a esto afectará a todo el mundo, como cuando Erdogan recortó libertades tras reprimir un golpe de derechas. La represión estatal incorporará a elementos de centro y buscará aislar a los ‘extremistas’. Y si la derecha es la única que presiona, se le harán concesiones”. Y añadió que «cuando la extrema derecha viene representada por neonazis rabiosos con camisetas de Auschwitz resulta más fácil para políticos de derechas que quieren deportar a millones de personas y desahuciar a decenas de millones más presentarse como la opción razonable y mainstream«.
CrimeThinc, además, recordó que este asalto había sido posible porque los progresistas habían pedido que los movimientos sociales y de izquierdas no se acercaran al Capitolio, dejándolo libre para la derecha organizada. El antifascismo hizo un llamamiento a la autodefensa y a la resistencia. «Nadie viene a salvarnos. Organízate«.
El trumpismo en Europa
“La contra-ofensiva al fascismo que viene no puede ser de la mano del neoliberalismo. Redistribución de la riqueza y el trabajo, frenar el hambre y la pobreza para que los ultras no puedan crecer” – Pastora Filigrana, abogada andaluza
Las teorías conspirativas y la manipulación a partir de calumnias han sido la línea seguida por Donald Trump y sus acólitos de la extrema derecha durante estos últimos cuatro años. Estas mismas tendencias se pueden ver en otros partidos o movimientos políticos de índole ultranacionalista y militarista en otras latitudes, como en Brasil con Jair Bolsonaro, o el ejemplo español de Vox. No obstante, no olvidemos que estos salen de las cloacas del propio neoliberalismo, que su existencia consolida discursos racistas, patriarcales y clasistas sin ninguna clase de máscara y que ayudan a invisibilizar las discriminaciones y crímenes cotidianos más sutiles que provoca el propio capitalismo.
Vox, por cierto, comparte asesor con Trump y el Frente Nacional francés. Se trata de Steve Bannon, el dueño de la web ultraderechista, racista, machista y antisemita Breitbart News.
La derecha española, europea y estadounidense se ha negado a responsabilizarse del asalto al Capitolio. En EEUU muchos republicanos dijeron, sin despeinarse, que el asalto lo había protagonizado el movimiento antifascista, infiltrado entre seguidores de Trump. El republicano Mo Brooks afirmó que los asaltantes al Capitolio fueron unos “antifas fascistas”. Y no sólo lo hicieron políticos, sino algunas personas del mundo de la cultura, como el actor Kevin Sorbo (el de la serie noventera de Hércules) y el canterano del Real Madrid Jesús Fernández.
Una investigación del FBI, la Fiscalía de Washington y varios medios de comunicación concluyó que el movimiento antifascista no tuvo ninguna implicación en el asalto al Capitolio. Al contrario, sus protagonistas son destacados líderes de grupos fascistas como QAnon (la teoría de la conspiración), Proud Boys (una organización fascista masculina, estéticamente hipster, violenta, antiinmigración, que defiende los derechos de los hombres blancos y está orgullosa de crear el mundo moderno), The Patriots (una organización supremacista blanca y conspiranoica contra el nuevo orden mundial), The Kek Flag (una organización filonazi cercana al KKK), The Three Percenters (organización patriota y antigubernamental que defiende que solo el 3% de los norteamericanos lucharon contra los británicos en la Guerra de la Independencia y tienen derecho a disfrutar del país), Stop the Steal (esta organización, llamada «Parad el Robo» se creó como respuesta a la victoria electoral de Joe Biden) y el National Anarchist Movement (pese a que se hacen llamar anarquistas, se trata de un grupo antisemita y conspiranoico que aboga por la segregación racial)
En España, Abascal también culpó a la izquierda del asalto y representantes del PP, Vox y Ciudadanos lo compararon a acciones del 15-M como el “Rodea el Congreso” de 2012 o la protesta frente al Parlament de Catalunya de 2011, pese a que en ese momento no se intentó asaltar la Cámara, ni había armas de por medio, ni los lemas eran racistas. Sin embargo, no se les ocurrió compararlo con el «Rodea el Congreso» que promovió el «sindicato» policial de extrema derecha Jusapol en marzo de 2020, pese a que se parece mucho más a lo sucedido en Washington. En él, personas cercanas a la extrema derecha se manifestó con disfraces y «símbolos» patrios (como sucedió en el Capitolio) y se consiguió traspasar el cordón de seguridad (algo que nunca hizo el 15-M).
Donald Trump y esta clase de movimientos abiertamente fascistas europeos dominan la agenda mediática. Esto no significa que no hacerles caso vaya a funcionar como medida antifascista. El antifascismo también debe tener una estrategia y coordinación global, una disposición a enfrentarse incluyendo a toda la sociedad en movimiento contra el fascismo y en todos los niveles políticos y sociales, como por ejemplo, nos han marcado el camino en Grecia y la desaparición del partido Amanecer Dorado. Y más ahora que el imperio ha empezado a caer y será otra potencia la que pugne por ocupar su lugar.
Más información
Para informarse más sobre lo sucedido, recomendamos las siguientes fuentes:
- Artículo «January 6th: A mass base for fascism?«, por CrimeThinc (en inglés).
- Libro La Mente Reaccionaria, por Corey Robin. Editado por Capitán Swing.
- Libro Cómo se hizo Donald Trump, por David Cay Johnston. Editado por Capitán Swing.
- Libro Extraños en su propia tierra, por Arlie R. Hochschild. Editado por Capitán Swing.
- Artículo «Esto puede pasar aquí«, por Vicente Rubio-Pueyo. Publicado en El Salto.
- Libro Antifa, por Mark Bray. Editado por Capitán Swing.
- Libro Hombres (blancos) cabreados, por Michael Kimmel. Editado por Barlin Libros.
- Libro La Naturaleza del fascismo, por Karl Polanyi. Editado por Virus.
- Artículo «Así funcionan las redes de la ultraderecha en tiempos de pandemia«, por Guillermo Fernández y Iago Moreno. Publicado en CTXT.
- El medio especializado en extrema derecha Al Descubierto.
- Artículo «Donald Trump was a warning shot«, por Branko Marcetic. Publicado en Jacobin (en inglés).
- El podcast de La Linterna de Diógenes, episodio 9 de la 14ª temporada: «Fascismo 2.0, Extrema Derecha, Posfascismo y Fake News«