La madrugada del domingo 17 de julio fue asesinado un joven de 29 años en la localidad de Peal de Becerro (Jaén). Los cuatro presuntos implicados, gitanos, fueron detenidos poco después y puestos a disposición judicial.
Los vecinos de la localidad jiennense reaccionaron con ataques hacia las familias gitanas del pueblo (sin ninguna vinculación con los homicidas). Saqueos en casas, amenazas, coche volcados, masas enfurecidas e, incluso, incendios en algunas casas son algunos de los ataques que han tenido que sufrir por el hecho de pertenecer a la misma etnia que los supuestos asesinos. Unos ataques de racismo antigitano que recuerda demasiado a los pogromos de El Ejido de hace 20 años, cuando se apaleó a personas de origen magrebí y se intentó incendiar sus casas, tiendas y mezquitas.
Según relata José Santos en CTXT, una manifestación compuesta por varios miles de personas –en un pueblo de poco más de 5.000 habitantes–, amenazó a la comunidad gitana en sus propias casas y provocó destrozos, mientras la policía no intervino y los medios lo pintaron como una protesta pacífica. “Cuando hablamos del Pueblo Gitano, se generaliza y se estigmatiza ante cualquier situación. Se estigmatiza hasta tal punto que, aun siendo víctimas, se les tachan de verdugos. Es más, la protección a los menores queda en un segundo plano y, por lo tanto, también vulnerada, pues los propios hijos de estos afectados tienen que salir a mitad de la noche porque su casa está en llamas. Mientras tanto, los hijos de las familias no gitanas aprenden la lección de “cómo se debe tratar a los gitanos y a las gitanas” cuando “hacen algo mal”. Una clara deshumanización”.
Mientras tanto, el alcalde de Peal de Becerro ha mandado unas palabras de agradecimiento a los vecinos del pueblo, y ante los medios de comunicación, por la maravillosa y “ejemplar” concentración que están llevando a cabo por la muerte del joven. “Un ejemplo, sí”, dice José Santos. “Un ejemplo de persecución, ataques y condenas a personas que tienen los mismos derechos en ese pueblo y que les están siendo vulnerados en las propias puertas de su casa. Un ejemplo más de antigitanismo”.
“Me ha costado encontrar esta noticia en las portadas de los principales medios”, explicaba el periodista Miquel Ramos en Público. “Es mucho más fácil tropezarse con Victoria Federica en un periódico que con las denuncias de las asociaciones gitanas sobre esta nueva cacería racista. Nada nuevo. Los pogromos en nuestra historia reciente se suelen enmarcar en una suerte de ‘indignación vecinal’ que omiten el componente racista obvio de hacer pagar a toda una comunidad los pecados de un individuo. Y con el pueblo gitano, lamentablemente, este país tiene una larga experiencia. […]
Solo hay que echar un vistazo a las redes sociales estos días y a los comentarios que hacen referencia al suceso, para comprobar cómo de frágil es la supuesta coraza que nos protege del odio y del racismo, incluso la de aquellos que se consideran progresistas. Cómo los viejos tópicos y prejuicios reaparecen, incluso bajo el clásico ‘yo no soy racista pero’”.
A continuación, Ramos repasa en su artículo múltiples asesinatos racistas que se han vivido en este país, sin que hayan despertado la misma oleada de indignación, ni se haya “culpado a los blancos” por ello. Hablamos de los casos como el de Ndombele Augusto Domingos o Lucrecia Pérez, pero también de la masacre cometida en nuestras fronteras, en Melilla, a comienzos del verano. Las vidas negras importan, decíamos una vez más, cuando se consideró oficialmente que las decenas de personas asesinadas en la valla de Melilla eran consecuencia de una acción ‘bien resuelta’. Fue indignante para gran parte de la sociedad ver los cuerpos negros extendidos al sol, recibiendo golpes incluso los moribundos, mientras los mandatarios de ambos países, de España y Marruecos, se felicitaban por la acción.
“Porque todos estos sucesos, desde los pogromos relatados, las muertes en las fronteras o los asesinatos racistas como el de Ndombele, tienen relación”, nos recuerda Ramos. “Viendo los tópicos que se repiten en redes estos días, parece que hay que recordarlo hasta que vuelva a crecer la yerba, si esta llega a crecer algún día. Se llama racismo, y lamentablemente forma parte no solo de lo más execrable de nuestra cultura, repleta de pogromos, odios y supremacismo, sino de la institución misma, del Estado, de sus leyes y de sus prácticas cotidianas con una parte de nuestros vecinos y vecinas, condenadas histórica y estructuralmente. […]
Y no miren solo a la extrema derecha, porque aquí, aunque también está y aprovecha las mareas para navegar, el racismo, como el machismo y otros males, no son solo patrimonio de los ultras. Su mejor logro será normalizar el racismo entre aquellos que no creen serlo, y que los problemas estructurales, aquellos que genera el propio sistema para mantener el orden, su orden, también de clase, pasen a un segundo plano y consigan entretenernos señalando a nuestros vecinos”.
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En mi derecha: la diestra. En mi izquierda: la zurda.
¿Qué será, si mi bandera es blanca y considero lo púrpura?
¿Qué será?