Por la reconstrucción de comunidades de lucha

La derrota de la nueva izquierda tras un rápido ascenso electoral que les hizo incluso soñar con el sorpasso al partido socialista, pero que, ahora, tiene un futuro aún más sombrío que su presente, nos permite extraer ciertas lecciones pese al abismo ideológico, estratégico y final existente.

Los ideólogos del proyecto político, de una u otra forma, priorizaron aquello que se conoce como batalla cultural, estrategia igualmente predominante dentro de la extrema derecha nacional e internacional. Incluso, una vez derrotados dentro del tablero electoral, parte de los protagonistas han encontrado refugio en proyectos comunicativos, continuando un planteamiento del que no han sido capaces de extraer conclusiones, o, tal vez, siendo conscientes de las limitaciones de dicha práctica, pues tontos no son, esta vía satisface otras necesidades particulares que, también, han contribuido al fracaso del último suspiro de la socialdemocracia al margen del PSOE.

La disolución de dicho espectro político se puede explicar porque detrás no había nada, como el decorado de un pueblo del salvaje oeste en una producción audiovisual. Tras la primera línea conformada por los reconocidos líderes y sus equipos personales, estos mismos se encargaron de que no creciera ningún atisbo de organización con cierta autonomía decisoria, o, simplemente, ninguna organización a secas. Esto explica la imposibilidad de disponer de procesos exitosos de relevo y de presión social suficiente para tratar de desafiar al partido socialista en el Consejo de Ministros, y, por ello, dicha impotencia intrínseca fijó la caducidad del proyecto.

En esta misma línea, la extrema derecha, sin lugar a dudas, está influyendo notablemente en un espectro de la sociedad, normalizando en el espacio público ciertos planteamientos y actitudes en un sector de la juventud. Pero, a día de hoy, no consigue materializar este nuevo consenso en la conformación de espacios desvirtualizados, organizados y aglutinantes, más allá, del mítico grupo neonazi residual que siempre existe con diferente nombre, tras procesos periódicos de cohesión y disolución entre ellos, o, en la actualidad, las juventudes de VOX, Revuelta, que, el fin de semana del 16 de noviembre, no consiguieron ni juntar a medio millar de asistentes en protestas en Valencia o Madrid, a pesar del gran eco mediático alcanzado por su actuación tras el desastre de la DANA.

La comunidad de lucha, nuevamente de actualidad en el debate militante, se crea y crece con la actuación colectiva en el campo político y social, y, en relación a lo comentado, no sólo permite entrelazar cotidianos y afectos, tan necesarios para la reconstrucción de vínculos sociales, sino que genera un nuevo imaginario compartido que acaba insertándose y permaneciendo con un mayor arraigo en todas nosotras. Todas contamos con experiencias y vivencias en la lucha grabadas ya en nuestras cadenas cromosómicas que nos aferran a nuestro ansia por la transformación del mundo. La batalla cultural, para poder ser disputada, no puede limitarse a comunicaciones físicas y virtuales, como alguno se limita a realizar por no asumir un compromiso y sacrificio militante real. Es decir, basta ya, por favor, de reclamar influencers de izquierdas.

Los conflictos existentes entre el sistema económico y político presente y los intereses y deseos de nuestra clase, al ser abordados desde la no resignación y el desafío de forma colectiva, permite crear espacios de encuentro, discusión y disputa, con un potencial para la conformación de un nosotros y para el desarrollo, revisión y confrontación de la teoría política, entre otras cuestiones relevantes. Pero, sobre todo, puede multiplicar el conflicto si conseguimos generar estructuras que eviten retrotraernos a la casilla de salida una y otra vez.

Sin embargo, hay diferentes cuestiones importantes a tratar en relación a las comunidades de lucha, principalmente, sobre cómo potenciar su creación y crecimiento, cuál es el papel que juegan las organizaciones revolucionarias ya existentes o los grupos militantes fuertemente ideologizados, cómo aspirar a que sean el germen de un cambio social radical, etc, por ello, ahí van algunas pinceladas sobre ello.

Uno, un repaso histórico nos permite vislumbrar la heterogeneidad de los procesos revolucionarios. No hay revolución realizada por un grupo monolítico. Ni la Revolución rusa, ni el Consejo de Aragón. En dicho punto hay mucha confusión, pues, sí que ha tenido lugar a posteriori la imposición de un grupo sobre el resto y, por tanto, la implantación de un relato, pero, en los procesos de esta índole convergen grupos incluso opuestos.

Dos, el órgano debe ser acorde a las necesidades presentes. Por ejemplo, la CNT nace de la confluencia de decenas de asociaciones obreras, algunas de amplia trayectoria y conflictividad, que necesitan coordinarse y dotarse de una estructura mayor pues mayores van siendo sus aspiraciones y retos. Las organizaciones que existen a día de hoy, no serán las presentes en el futuro, aún así, podrán ser sobre las que se construyan las que vendrán, pero serán las necesidades y condiciones del futuro quienes impondrán nuevas alianzas, proyectos, estrategias, etc. Lo menos relevante son las siglas.

Tres, la ideología juega un papel fundamental para disponer de rumbo, pero, necesita una práctica para no convertirse en sal sobre la tierra. En un proceso tan primigenio de reconstrucción de la alternativa revolucionaria, debe encontrarse un equilibrio entre la reconstrucción comunitaria con una visión amplia e integradora y la alerta para evitar, por ejemplo, algunas derivas institucionalistas del ciclo anterior. Un equilibrio complejo pero necesario.

Toda esta palabrería se podría resumir, en parte, en que no podemos aspirar a un cambio social si, de primeras, no compartimos espacios, conversaciones y cotidianos junto a nuestras vecinas, compañeras de trabajo, afines militantes, etc., si no creamos un nosotros que se reconozca como tal, con aspiraciones compartidas y que vaya a por ellas, a conquistarlas y defenderlas. En este proceso, surgen las preguntas de cómo hacerlo, hacia dónde ir, etc., y, es aquí donde el anarquismo puede ser una herramienta útil y clarificadora, pero, al final, dependerá de nosotros que lo sea.

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