«Con el fin de obligar a las clases dominantes a aquellos cambios fundamentales del sistema que garanticen al pueblo el mínimo de condiciones decorosas de vida y de desarrollo de sus actividades emancipadoras, se impone que el proletariado español emplee la huelga general, sin plazo definido de terminación, como el arma más poderosa que posee para reivindicar sus derechos».
– Manifiesto de UGT y CNT llamando a la huelga de marzo de 1917.
Demasiado a menudo nos toca escuchar la excusa de que “si yo estoy de acuerdo con lo que se pide, pero con las huelgas no se consigue nada”. Con este artículo, a través de un breve repaso de las huelgas más importantes realizadas en el Estado español, pretendemos reflejar que esa afirmación no sólo no es cierta, sino que supone un falseamiento de la historia y una falta de consideración a aquellos/as trabajadores/as que peleando por sus derechos se dejaron en la lucha sus puestos de trabajo, cuando no directamente sus vidas.
Queremos señalar cómo, cuando ha habido una verdadera voluntad de ganar un conflicto laboral y éste se ha afrontado sin miedo, a través de la solidaridad y el apoyo mutuo entre los/as afectados/as, éste, en muchas ocasiones ha sido ganado.
1854. El conflicto de las selfactinas
Se considera la primera huelga general convocada en el Estado español, pese a que se desarrolló casi únicamente en Catalunya, entonces prácticamente el único polo industrial. En 1854, tras un pronunciamiento militar del liberal O´Donnell apoyado por los/as obreros/as, éstos/s empiezan a atacar las fábricas donde se empezaban a usar las selfactinas, máquinas de hilar que necesitaban menos mano de obra y condenaban al paro y al hambre a muchos/as trabajadores/as. El Gobierno, al percibir el descontrol empleó la mano dura contra quienes hacía poco decía representar, fusilando a seis obreros. La respuesta obrera fue inmediata: paro total en toda la industria textil. El Gobierno se vio obligado a prohibir el uso de esta maquinaria, y a decretar el indulto a los trabajadores/as represaliados/as y el reconocimiento de las Sociedades Obreras, si bien, un año después revocaba la prohibición y vetaba los incipientes sindicatos. Ante esta prohibición, los obreros/as convocaron la primera huelga general de carácter estatal, al grito de ¡Asociación o muerte!
1919. La huelga de La Canadiense
Uno de los mejores ejemplos de lucha a través de la huelga lo podemos obtener de La huelga de La Canadiense en 1919, que obligó al Gobierno a conceder la jornada de ocho horas en el Estado español. Todo empezó a finales de enero de 1919 en la empresa Riegos y Fuerza del Ebro, S.A., empresa asociada a la Barcelona Traction Light and Power, llamada La Canadiense, la mayor productora de energía europea.
El desencadenante de la huelga fue el despido de ocho trabajadores de la unidad de facturación, que habían intentado formar un sindicato ante el continuo empeoramiento de sus condiciones laborales. Al día siguiente, la unidad entera se declaró en huelga por el despido, lo que fue respondido por la empresa con 140 huelguistas despedidos/as. En unos días, la huelga en solidaridad con los /as represaliados/as se extendió por toda la empresa y al poco tiempo el Sindicato Único de Agua, Gas y Electricidad de la CNT declaró la huelga a todo el sector y a las empresas asociadas a La Canadiense.
Esto provocó que toda Barcelona quedara paralizada, al afectar el paro a la electricidad, gas y el sector ferroviario. La respuesta del Estado fue la militarización de la generación y difusión de electricidad, pero la impericia de los militares, unida a los constantes sabotajes obreros mantuvo durante días la ciudad sin luz, extendiéndose los cortes a toda Catalunya. La patronal de la energía amenazó con despedir a los/as obrero/as que no se presentaran a su puesto de trabajo, pero en la difusión de su mensaje, al igual que le ocurrió al Gobierno a la hora de publicar un bando que intentaba militarizar a los trabajadores de la electricidad, se toparon con la censura roja con la que el Sindicato Único de Artes Gráficas, en solidaridad con los/as huelguistas, impedían la publicación de noticias contra éstos y llegando incluso a multar con mil pesetas al Diario de Barcelona por haber publicado el bando que decretaba el estado de guerra y al delegado obrero del sindicato en la empresa con cincuenta por no haberlo impedido. Los despidos fueron en aumento, llegando a los dos millares, mientras el gobernador declaraba el estado de guerra y tres mil obreros/as eran detenidos/as. Ante esto, la huelga se extendió a la industria textil y poco después se declaró la huelga general en toda Barcelona, que sostenía económicamente a los/as huelguistas gracias a la creación de una caja de resistencia.
A las exigencias de los/as huelguistas de la libertad de los/as detenidos/as, la readmisión de los/as represaliados/as y la reapertura de los sindicatos clausurados, se unió una reivindicación clásica de la clase trabajadora: la jornada de ocho horas para todos los sectores del Estado. El Gobierno, ante la fuerza y determinación de los/as obreros/as, tuvo que rendirse y, además de todo lo exigido, obligó a los/as empresarios/as a abonar a los huelguistas la mitad de los salarios descontados por los paros.
El ofrecimiento del Gobierno fue aceptado por una asamblea obrera que contó con veinte mil asistentes.
¿Y en nuestro tiempo?
Ha llovido mucho desde los conflictos relatados, pero desde entonces ha habido multitud de huelgas sectoriales o territoriales, salvajes o domesticadas, que han tenido diferentes resultados dependiendo de las circunstancias políticas, sociales, económicas, etc., pero sobre todo del empeño y la decisión que ponían los/as trabajadores/as en la lucha.
No hace falta remontarnos a las huelgas revolucionarias de 1934, a la huelga que paró al fascismo en la mayoría de ciudades del Estado en 1936 o a las de los años ´60 en las cuencas mineras para recordar que las huelgas se pueden ganar.
En 1988, el 14 de diciembre, el Gobierno de Felipe González se enfrentó a su primera huelga general con la que se pretendía retirar el Plan de Empleo Juvenil, que precarizaba aún más la vida laboral de los jóvenes. La convocatoria fue un éxito, con un seguimiento casi total, llegándose a paralizar por el incumplimiento total de los servicios mínimos la emisión de Televisión Española, entonces la única cadena de TV. El Gobierno se vio obligado a retirar su medida.
También el 20 de junio de 2002, José María Aznar tuvo que retirar parte del Decretazo que retiraba los salarios de tramitación y que dificultaba el acceso al cobro de las prestaciones por desempleo tras un fuerte seguimiento en la huelga general.
Tampoco podemos olvidarnos de la huelga de los/as trabajadores/as del Metro de Madrid que en verano de 2010 paralizaba la ciudad y lograba frenar sus recortes salariales, el reciente ejemplo de constancia y unidad de los mineros, la huelga indefinida que en 2006 llevaron los trabajadores/as de CNT de Barcelona en Mercadona (la huelga más larga de Catalunya), la de los/as limpiadores/as de Metro de Madrid en 2008, la de los/as conductores/as de autobuses de Barcelona…
Sabemos que son tiempos distintos, que las huelgas salvajes con las que hace tiempo terratenientes, industriales y gobernantes tenían pesadillas parecen ya muy lejanas y que se ha perdido ese espíritu combativo que consiguió que las condiciones laborales que tenemos en estos momentos sean bastante mejores que las que los/as de arriba desearan que fueran. Pero también sabemos que la Historia nos ha enseñado que es peleando como se consiguen las victorias, que a los/as trabajadores/as nunca nos van a regalar nada y, que si se lo permitimos, los recortes, los despidos, el aumento del coste de nuestra vida que estamos sufriendo será sólo el principio. Porque sabemos que ellos/as son insaciables y por ello hay que plantarles cara, porque tenemos claro que la lucha es el único camino.
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