El pasado 15 de enero, el barco italiano Mare Doricum descargaba petróleo en una refinería de la empresa española Repsol, situada en el litoral peruano, cuando se produjo un derrame que liberó 1,65 millones de litros de crudo al mar. 7.000 kilómetros de agua y 2.000 playas se han visto afectadas. Una vez más, el extractivismo, el consumo desenfrenado de fuentes de energía contaminantes y la avaricia empresarial son responsables de la destrucción de numerosos ecosistemas y de la muerte de millones de animales y plantas marinas, por no hablar de que se ha eliminado la fuente de sustento de miles de personas. El plan de contingencia brilla por su ausencia, más allá del envío de algunas palas y bolsas, mientras Repsol intenta escurrir el bulto y el Gobierno español mantiene un silencio cómplice respecto de la responsabilidad de «una empresa española«.
Da la sensación de que las vidas en esas latitudes del planeta no importan tanto como las europeas y que, al fin y al cabo, estamos hablando del basurero del mundo.
A finales de enero, una concentración en Madrid reclamaba que Repsol se hiciera cargo de los costes de limpieza y de recuperación del medio. Las asistentes recordaron que la refinería se abrió con la connivencia del dictador y genocida Fujimori y señalaron al sistema capitalista y neocolonial como el verdadero responsable de este desastre medioambiental. En palabras de la peruana Marlene Gildemeister, activista de Colectiva Kunturcanqui, en un artículo de La Marea: “Ya no vienen en carabelas sino con multinacionales”.
Hoy como ayer, ecocidios nunca mais.
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