Revolución de Asturias de 1934. La dinamita que prendió el octubre rojo de los mineros

Los barrenos de las minas se silenciaron, las vagonetas dejaron en suspenso el traqueteo, y los rostros teñidos de hollín levantaron los puños y las armas en la madrugada del 5 de octubre de 1934, se iniciaba el movimiento revolucionario en Asturias. Una revuelta obrera sin precedentes en el territorio español y que determinaría drásticamente el inicio de unos acontecimientos que no solamente tuvieron repercusión en ese año, sino que iniciarían el ciclo revolucionario que tuviera su segundo capítulo en 1936.

Durante dos semanas esta comuna asturiana tomó el control de ayuntamientos y se desarmó a la Guardia Civil en sus cuarteles, la revuelta se extendía al son de la pólvora obrera, pero sería aplastada con la mayor de las durezas por el gobierno republicano, con el general de división Francisco Franco a la cabeza, y el militar Manuel Goded. Estos sucesos fueron seguidos minuciosamente en el día tras día debido al testimonio de los propios revolucionarios, y los periodistas que narraron los acontecimientos en primera persona, por lo tanto la información es cuantiosa incluso en nuestros días para reparar sobre su desarrollo y consecuencias.

El octubre rojo asturiano se fundamentaba sobre la estrategia de la alianza obrera, inspirados en la Comuna de París unos sesenta años atrás, y la huelga general revolucionaria como arma principal de la corriente de lucha anarcosindical. A pesar de su derrota se pueden sacar valiosas lecciones históricas, entre otras, que el arraigo fundamentalmente en Asturias de este conato revolucionario y que no se extendiera de manera triunfante a otros territorios la dejó expuesta a una represión feroz por parte de los militares españoles. Nos puede conducir a pensar mejores estrategias, alianzas y en cómo escalar movimientos revolucionarios a través de frentes y organizaciones obreras que agiten de manera victoriosa en todos los territorios y a todos los niveles golpeen de manera unísona al capital.

Clima político de lucha de clases: preparación revolucionaria y la alianza obrera

Tras la proclamación de la Segunda República española los acontecimientos políticos y sociales toman otro ritmo, y los movimientos organizados adquieren perfiles y rumbos definidos hacia una inevitable lucha revolucionaria de clases. Tanto las bases anarcosindicales de CNT, como otras entidades comunistas toman sus posiciones basando sus análisis en la entrada en un ciclo político en el que la confrontación era un hecho que estaba por estallar y se daría de manera explícita. El bienio progresista de Manuel Azaña había generado leyes para aplacar el ímpetu revolucionario obrero y campesino, y cuando no consiguió controlar la situación política de esa manera, utilizó la fuerza represiva como en Casas Viejas, Arnedo o Castilblanco. Eso conllevó una consecuente derrota en las elecciones de noviembre de 1933 y el inicio del bienio radical-cedista de signo conservador. Las organizaciones sindicales o revolucionarias como CNT habían lanzado la revuelta de Zaragoza de diciembre de 1933 con nefastas consecuencias, y era evidente que se necesitaba buscar alianzas desde las bases y aferrarse a la solidaridad obrera como medio para construirse. El gobierno de derechas trataba de contener igualmente sus crisis internas y tensiones, la CEDA de Gil Robles estaba tomando rumbos y discursos próximos al fascismo y en septiembre de 1934 este partido celebraba una concentración en Covadonga incrementando temores de un posible golpe de mano. Los primeros días de octubre se anunció la formación de un nuevo gobierno presidido por Alejandro Lerroux, republicano conservador de vieja estirpe. Esto precipitaría los acontecimientos, proclamándose al día siguiente la huelga general revolucionaria y la proclamación del estado de guerra por parte del nuevo gabinete de gobierno.

En la primavera de 1934 se venía ensayando y conformando la denominada Alianza Obrera, una iniciativa surgida de Cataluña y comentada desde la organización antiestalinista Bloque Obrero y Campesino (BOC), extendida al resto del país por la UGT y PSOE, dirigida desde enero de 1934 por Largo Caballero. Esta idea trataba de sumar apoyos frente al creciente fascismo español, un frente en la forma de alianza obrera que explorase la estrategia insurreccional para impulsar una revolución. Sin embargo, esta construcción de una alianza desde las direcciones de organizaciones políticas es algo que motivó el rechazo de la CNT, viendo que integrarse en ella sin darle potencial desde la militancia de base no tendría un verdadero sentido revolucionario. La anarcosindical no se integró en esta propuesta a nivel de Cataluña, ni tampoco a nivel del resto del territorio español, no así como en Asturias, donde se daría la Unión de Hermanos Proletarios (UHP).

Estallido revolucionario y represión militar del gobierno

Los revolucionarios llevaban bastante tiempo robando armas por sus propios medios en las fábricas de Oviedo y de Trubia, o compradas a contrabandistas, mientras que la dinamita fue obtenida directamente de las cuencas mineras. Fueron escondidas todas estas armas en depósitos clandestinos de las organizaciones que formaron parte de la alianza obrera. Sin embargo, pocos días antes de la insurrección la Guardia Civil se hizo con un alijo de armas en el buque «Turquesa» en el municipio costero de Muros de Nalón. Igualmente las fuerzas militantes del movimiento ya venían preparándose y realizando entrenamientos en excursiones y clubes culturales, las juventudes socialistas y libertarias se habían preparado como combatientes organizados capaces de sostener un levantamiento revolucionario. Se estaba logrando una unidad de ritmos, estructuras y movimiento obrero que tenían potencial insurreccional y que estaría por estallar con la convocatoria de la huelga general la madrugada del 5 de octubre de 1934.

Los mineros de las cuencas en Mieres y en Langreo pasaron a la acción tomando decenas de puestos de guardias civiles en asaltos coordinados en la mayor ofensiva contra ese cuerpo represor en su historia. También en las inmediaciones de Oviedo se proclamó el triunfo de las milicias obreras en el cuartel de infantería y capturando una sección de la Guardia de Asalto enviada tras la proclamación del estado de guerra por parte del gobierno. Sin embargo, no pudo tomarse la ciudad por un error técnico a la hora del apagón de luz que debía haber sucedido para que las milicias se levantasen, por lo que el Ejército y la Guardia Civil tuvieron tiempo de preparar las defensas. Las columnas mineras entraron igualmente en la ciudad y se tomó el ayuntamiento, el cuartel de carabineros y la estación de ferrocarril, pero sobre todo el cuartel de la Guardia Civil y la fábrica de armas entre los días 8 y 9 de octubre. Los cuarteles militares de Pelayo y Santa Clara quedaron cercados con mil soldados en su interior, y a la espera de que llegasen refuerzos en su apoyo frente a la fuerza obrera.

En Gijón el movimiento insurreccional estuvo limitado por la falta de armas y municiones, se distribuyeron entre grupos organizados obreros muy concretos que levantaron barricadas en los barrios populares de la ciudad. Sus acciones tácticas más destacadas fueron al atracar en el puerto el crucero «Libertad» con un batallón de soldados gubernamentales, ya que los grupos armados gijoneses apoyados por mineros de La Felguera combatieron a estas fuerzas que trataban de abrirse paso hacia la capital ovetense. El resto del territorio asturiano en pocos días quedó bajo el control de una milicia obrera armada compuesta por casi 30 mil activos que organizaron comités revolucionarios en los concejos, preparaban defensas y asaltos a otras fábricas de armas y cuarteles. En Avilés la acción más notable fue el hundimiento del buque «Agadir» en el puerto antes de la llegada de la columna del general López Ochoa para impedir el refuerzo de unidades de esa flota. Los principales líderes sindicales y obreros organizaron una estructura política a través del Comité Revolucionario Asturiano y una dirección militar de las operaciones para hacer frente a la respuesta gubernamental.

Desde el gobierno se adoptaron medidas represivas inmediatas tomando la revuelta como una guerra, que en realidad es lo que pretendía ser contra el capital y el fascismo incipiente en España. Gil Robles solicita la intervención de los generales Franco y Goded, que habían participado de la represión en la Huelga General de 1917. Estos recomiendan el envío de tropas de la Legión y de Regulares desde Marruecos; enviando además el crucero «Almirante Cervera» y el acorazado «Jaime I», es decir, la élite soldadesca para reprimir a los mineros. El Ministro de Guerra, es decir, el lerrouxista Diego Hidalgo, justificó el empleo de fuerzas represivas no peninsulares porque eran las únicas fuerzas militares españolas que habían entrado en combate en África, sin embargo, se pretendían evitar muertes de soldados peninsulares y encontraban en los Regulares africanos la mejor carne de cañón contra los obreros asturianos para saquear, asesinar y someter a la población.

Varias columnas de tropas se desplegaron por el territorio asturiano en cuatro frentes distintos; el primero venía desde el sur el mismo 5 de octubre atravesando el puerto de Pajares dirigido por el general Balmes. Los mineros organizaron la resistencia desde Mieres, y milicias obreras frenaron ese avance hasta el día 10 de octubre, pero lograron romper las defensas mineras con el uso de artillería y asediaron la cuenca del Caudal. El frente por el norte desembarcó en Gijón y haciendo frente a la resistencia obrera inicial, el teniente coronel Yagüe junto a legionarios y Regulares avanzaron hacia Oviedo, de la misma manera que lo hacía López Ochoa desde Galicia y la columna este desde Santander con el coronel Solgacha, que encontró resistencia en La Felguera. El 11 de octubre se disolvía el Comité Revolucionario en Oviedo y se retiraban a las cuencas mineras, aunque las últimas resistencias obreras aguantarían en la capital dos días más. López Ochoa acudió a las cuencas mineras a firmar la rendición del nuevo Comité Revolucionario que se había creado, mientras que Franco y Yagüe, o Gil Robles desde Madrid, abogaban por una represión brutal. Los mineros optaron por varias vías; algunos se entregaron y centenares fueron detenidos, y otros huyeron a las montañas escondiendo sus armas. Se desataría a partir del 18 de octubre de 1934 una feroz represión que llevaría a la casi desarticulación del movimiento obrero organizado en las zonas mineras con miles de presos revolucionarios en todo el país dispersos.

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