Vivimos en un mundo en descomposición. Auges populistas, vuelta a la nación, nuevos-viejos fascismos y eso llamado posverdad o fake news. Experimentamos un nuevo fenómeno contaminante no ligado al cambio climático: la contaminación comunicativa. Este nuevo fenómeno no meteorológico se nutre de las ciber-autopistas transnacionales de las redes sociales, internet y la acumulación de datos. Una de las consecuencias de este fenómeno contaminante es la intoxicación. Una consecuencia que tratan de camuflar como libertad de expresión. Y es que la libertad de expresión, como toda libertad, puede entrañar consecuencias perversas en función de quien tenga la capacidad de ejercerla.
La libertad de expresión la ejerce quien puede
¿Qué importa que exista, sobre el papel, libertad de expresión si no hay igualdad de condiciones? ¿Es libertad de expresión que existan dos grandes grupos mediáticos que controlen más del 50% de las audiencias? ¿Qué más dará que podamos decir lo que queramos si eso que vamos a decir no puede ser escuchado? ¿Cómo podemos hablar de libertad de nada si un grupo mediático empresarial puede redactar editoriales, cancelar programas televisivos o poner periodistas a dedo? La libertad de expresión es una farsa en la que se escudan los ricos para crear una sensación de libertad en quienes carecemos de medios para desarrollarla. Cualquier derecho que no este acompañado de medios para ejercerlo viene a ser lo mismo.
“Una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad” Joseph Goebbels, ministro de propaganda nazi
La extrema derecha mundial ha desempolvado los manuales políticos que tenía camuflados y los ha readaptado de la mano de Steve Bannon, ex-asesor de Trump y director del portal de extrema derecha Breitbart News. Su estrategia es una mezcla de la de Goebbels («una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad«) y el presidente Harry Truman («si no puedes convencerlos, confúndelos«). Nos remitimos a artículos como «Manual de la ultraderecha para desinformar» (El País), «Bulos, bots y extrema derecha» (El Salto), «La extrema derecha y el paradigma de Iker Jiménez» (eldiario.es) y «Alvise Pérez, el agitador de la Alt-Right» (eldiario.es).
Los antes conocidos como liberales, muchos convertidos de facto en sociópatas neofascistas, han constituido un nuevo proyecto político que discursivamente enarbola la bandera de las libertades pero que en la práctica genera una escalada de autoritarismo.
¿Son la libertad y el autoritarismo compatibles? Tengamos en cuenta que para este espectro político los 40 años de dictadura franquista en España fueron 40 años de paz. Paz y libertad para los dirigentes del bando sublevado y vencedor. Paz y libertad son dos ideas que nunca pueden ir solas y han de explicarse desde puntos de vista concretos. Resumiendo mucho, podemos quedarnos con dos grandes conceptos de libertad, la libertad que libera de opresiones y la libertad para fortalecer esas opresiones. Es la diferencia que hay entre mercado libre y trabajadores liberados de la explotación.
Nuevo Ejército de Trolls
El auge de las extremas derechas no se da solo en el parlamento. Los medios de comunicación, periodistas y tertulianos han cumplido con su labor de servicio. Los programas matinales como Espejo Público o el de Ana Rosa han contribuido a generar miedo y alarma en la sociedad a base de hechos puntuales y excepcionales con los que machacan durante meses. Las tertulias políticas nocturnas son una adaptación del formato salsa rosa a la política que contribuyen a la crispación. Periódicos minoritarios y derechistas como La Razón cuentan con una sobrerrepresentación en nuestras pantallas. Eduardo Inda tiene cancha para decir lo que le de la gana en prime time, dada la sobrerrepresentación que tiene en medios como La Sexta.
Algunos de estos personajes más avispados han sabido leer la situación y han comprendido para lo que les pueden servir las redes sociales y las nuevas formas de obtener información. Han creado auténticos medios propagandísticos para la batalla, como OK Diario, y han levantado un fiel ejército de trolls en las redes capitaneados por un puñado de gurús. Qué casualidad que tomen etiquetas como “inconformistas”, “políticamente incorrectos” y clamen contra el “régimen” y por la “libertad”. Realmente se creen rebeldes contra un sistema del cual son sus mejores palmeros.
En estos tiempos de confinamiento han redescubierto Youtube como medio. Aupados por las audiencias de descerebrados como “Un Tio Blanco Hetero” o “Wall Street Wolverine”, lo peor del periodismo criado en Intereconomía, 13 TV, El Mundo o Libertad Digital se ha lanzado con un programa que ha tratado de ser la punta de lanza de la extrema derecha contra el Gobierno.
Hablamos de Javier Negre, Alfonso Merlos y Estado de Alarma. Un programa donde cada día distintos tertulianos de la extrema derecha iban aplicando la línea estratégica mediática útil para sus intereses: desestabilizar al Gobierno, subir la moral a su gente y polarizar la sociedad. Un programa que, como dice el artículo «Manual de la ultraderecha para desinformar«, «la mayor parte de contenidos son opiniones defendidas por la ultraderecha presentadas como noticias y no informaciones basadas en fuentes fiables. E incluso ha dado pábulo a teorías de la conspiración, como la que sitúa el origen del virus en un laboratorio chino, desmentida por las evidencias científicas. La carátula de su primera entrada es toda una declaración de intenciones: una imagen en la que, junto a una ilustración del coronavirus, aparecen el presidente, Pedro Sánchez; el vicepresidente Pablo Iglesias; la ministra de Igualdad, Irene Montero; el portavoz de Unidas Podemos, Pablo Echenique; el director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias del Ministerio de Sanidad, Fernando Simón, y el presidente de la Generalitat, Quim Torra. El canal, en un solo mes, ya cuenta con casi 200.000 suscriptores«.
“Este es un programa de rojos y maricones” Jorge Javier Vázquez
Mientras que se escriben tesis y largos (y necesarios) artículos sobre cómo enfrentar estas nuevas formas de comunicación de la extrema derecha, este fascismo comunicacional no hacía más que subir. Dan igual las recomendaciones de no hacer caso en redes a los trolls, de reportar las fake news, de negarse a acudir a determinados medios con determinados tertulianos… el ejército de trolls solo ha ido en aumento, aunque ese aumento sea un espejismo y en base a cuentas falsas compradas porque en estos tiempos, a veces, importa más lo que algo parece que lo que algo es. Hay a quienes Vox les parece que defiende las libertades de los españoles. Sabemos que eso no es verdad pero, ¿qué mas da? Lo importante es que la intoxicación informativa está dando sus frutos. Las ideas y los sentidos comunes de la extrema derecha están penetrando en los hogares y en los barrios de medio mundo, y no es a través de su presencia en las calles o de su tejido social, sino a través de las fotos falsas de los ataúdes en la Gran Vía, las noticias sobre cómo se permiten manifestaciones de musulmanes en Valencia en pleno confinamiento o que se cancela la festividad de Moros y Cristianos por no ofenderles, que en la puerta del domicilio de Pablo Iglesias e Irene Montero hacían guardia permanente dos UVI móviles, que Carmena había conseguido un respirador en su domicilio o que España envía material sanitario a Francia. Estos bulos empiezan a hacer mella.
Y mientras tanto, ha tenido que ser un periodista del corazón en el programa por excelencia de estos menesteres quien, ante grandes audiencias, les cante las cuarenta a la morralla fascistoide.
Hay que decir que se lo sirvieron en bandeja: Javier Negre, un periodista condenado por inventarse una entrevista, y Alfonso Merlos, un adalid de la moralidad y rectitud al cual han pillado saltándose el confinamiento para ponerle los cuernos a su pareja. La escena será recordada y los agitadores contra el gobierno han quedado como lo que son, los bufones de la corte. La balanza mediática debe ser equilibrada y quizás encontremos mejores alianzas allá donde no lo pensábamos.
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