Sea Shepherd: conservación en acción… Y en contradicción

¿Qué hacen un anarquista polaco, una oceanógrafa de Massachusetts y una gendarme de la policía mexicana juntas en un barco? No es el principio de un chiste malo, es una situación cotidiana en una campaña de Sea Shepherd, un “movimiento internacional de acción directa por la conservación del océano”, tal y como la organización se define en el apartado “quiénes somos” de su página web.

Ese “quiénes somos” es quizá también la pregunta que se hacen a diario muchas de las personas que deciden enrolarse en sus misiones, al encontrarse compartiendo techo y lucha con personas de ideologías opuestas. Con más de cuarenta años de trayectoria, y una flota de doce grandes naves – más multitud de pequeñas embarcaciones- repartidas por todo el mundo, Sea Shepherd se ha convertido en el destino de cientos de activistas internacionales quienes, en algunos casos, se enfrentan a fuertes contradicciones políticas para poder hacer lo que casi nadie más está haciendo: salvar las vidas de miles de animales marinos masacrados por la industria pesquera.

Así, militantes por la liberación animal se involucran en proyectos de declarado carácter conservacionista, en el que las vidas de individuos pertenecientes a especies amenazadas priman sobre las del resto y en los que, en numerosos casos, se colabora con pescadores locales para lograr los objetivos de la campaña. Al mismo tiempo, personas comprometidas con el anarquismo y la horizontalidad, se pueden ver envueltas en estructuras de marcado carácter jerárquico y personalista. Mientras, defensoras de los derechos humanos y del cambio social radical, desayunan codo con codo –el pequeño espacio del barco obliga al roce-, junto a miembros de las fuerzas de seguridad de esos mismos estados opresores. La mayoría de las veces es todo esto a la vez. Las metralletas descansan sobre la mesa junto al menú vegano del día.

Sería fácil soltar tópicos como que nada es blanco o negro, y más fácil aún condenar a quienes no se han mantenido lo suficientemente firmes en sus principios; pero la realidad es que nada de esto es fácil. Conociendo de primera mano el ardor interno y la culpa que se experimentan ante tales contradicciones, el objetivo de estas líneas es hacer un ejercicio de honestidad y analizar cuáles son los factores que pueden llevar a una persona a jugarse la vida –y las “insignias” libertarias- en una guerra en la que no se siente totalmente parte de ninguno de los bandos. Probablemente, si miráramos de verdad hacia dentro y sin miedo a desintegrarnos, descubriríamos que esa es la historia de la mayoría de nuestras batallas.

Defender, conservar, proteger”

Quizá otras personas lo saben gestionar mejor, pero esta realidad está ahí para muchas de nosotras: cuando la necesidad de entrar en acción diluye la pureza de las ideas, y algunas consignas dejan de ser solo palabras, las vidas en juego suponen el único factor sobre el que no planea la duda.

Estamos hablando de vidas concretas, no de una abstracción. Hablamos de la tiburón que intentó dar a luz antes de morir asfixiada para dar a sus hijas la oportunidad que ella no tenía; de la raya que se clavó su propio aguijón intentando librarse de la red, del pequeño pez gato con los órganos desgarrados por el anzuelo, de la tortuga con la bolsa de plástico enredada en las entrañas, del delfín que perdió a su familia y nunca más pudo salir a respirar. De la corvina que esperó en silencio y salvó su último croar para ser devuelta al mar. Hablamos de seres luchando por su libertad hasta el último aliento, como lo haríamos cualquiera; con las carnes abiertas y la sangre roja brotando entre sus escamas plateadas, con el destino marcado por personas que han puesto precio a su cuerpo muerto. Animales que se cuentan por millones de toneladas, de quienes apenas se habla en términos de víctimas ni de colectivo oprimido a pesar de suponer el mayor número de muertes causadas por el ser humano en el mundo. Animales que se “cosechan”, que se “cultivan”, que se incluyen escabechados como ingredientes de un sándwich “vegetal”. Hablamos también de datos que estiman que la mayoría de estos animales habrán desaparecido a nivel especie antes del año 2050, con todo el sufrimiento que eso habrá conllevado a nivel individual: cuerpos absorbidos, arrastrados, reventados por los cambios de presión, hacinados, asfixiados durante horas sobre el hielo, descuartizados o cocidos vivos, separados de su medio y su familia para ser exhibidos.

Es cierto, no todo vale. Y no se puede terminar con una forma de explotación justificando o haciendo la vista gorda a otras. Y sin duda no se puede luchar contra una de las mayores catástrofes medioambientales provocadas por la humanidad, ni contra la que probablemente sea la industria más destructiva del planeta, sin cuestionar el orden social y económico que las perpetúan. Pero el caso es que, salvo puntuales excepciones –como sabotajes a la pesca deportiva y otras acciones reivindicadas por el Frente de Liberación Animal-, durante años Sea Shepherd ha sido prácticamente la única plataforma que ha ofrecido una infraestructura para la acción directa efectiva en el medio acuático. Y aunque pese, es lo que es, no lo que nos gustaría que fuera.

Cuarenta años a flote

En la historia de la organización podemos encontrar algunas claves para comprender cómo ha llegado a su particular composición actual. Fundada por el Capitán Paul Watson en 1977, y entendida en su momento como una escisión “extremista” de Green Peace, pronto comenzó a dar qué hablar entre quienes apoyaban los emergentes movimientos por la liberación animal y el ecologismo radical. En este sentido, y aunque quizá no de forma totalmente planificada, la organización supo jugar muy bien sus cartas en ámbitos a priori incompatibles.

Presente en la mayoría de ferias vegetarianas y veganas, así como en festivales de punk y hardcore, con una estética pirata inevitablemente atractiva para personas seguidoras de estos estilos, y con gran aceptación y apoyo por parte de las bandas, Sea Shepherd se acercó y se nutrió de una comunidad poblada por gente comprometida con la cultura de la acción directa y dispuesta a correr riesgos por sus ideas. Esta cantera de activistas, en muchos casos cercana al anarquismo, retroalimentó esta tendencia produciendo fanzinesi desde los propios barcos, colaborando en el diseño y serigrafía de merchandising, realizando y llevando tatuajes relativos a la organización, etc. Grupos como Rise Against, NOFX o Red Hot Chilli Peppers, aparecen en vídeos y conciertos con propaganda de Sea Shepherd, y en muchos casos recaudan fondos para financiar sus actividades.

Mientras, más allá de la estética y la cultura punk -en su vertiente más comercial, pero también en el ámbito del Do It Yourself-, la organización se abrió camino en la cultura del espectáculo a secas a través del reality show Whale Wars y del apoyo incondicional de estrellas como Pamela Anderson o la homófoba ultraconservadora Bridgitte Bardott, cuya aportación dio nombre a uno de los barcos de la flota global. Otra contradicción para el desagrado de la mayoría de activistas, pero que ha posibilitado a Sea Shepherd recaudar millones de dólares, indispensables para poder adquirir y mantener las embarcaciones.

A pesar de estas disonancias, Sea Shepherd siempre se ha caracterizado por la capacidad para incorporar en su funcionamiento las propuestas de sus bases. En este sentido, la organización adoptó en 2005 una política vegana a bordo de todos los barcos, siguiendo las demandas de coherencia del gran número de activistas antiespecistas que participaban en las campañas. A día de hoy, sin declararse oficialmente como organización defensora de los derechos de los animales, Sea Shepherd difunde abiertamente el veganismo y atrae en su mayoría a militantes de esta lucha. Quizá esta sea la clave para que, históricamente, las tripulaciones se hayan visto envueltas en acciones independientes y desvinculadas del discurso conservacionista, pero contando con el apoyo de la organización. Así, por ejemplo, en 1983 se reivindicó la liberación de todos los primates de un zoo en la isla caribeña de Granada, donde se encontraba uno de los barcos en misión humanitaria. Las críticas no impidieron a las élites de Sea Shepherd aceptar la responsabilidad de la acción y defender su legitimidad.

Balleneros islandeses hundidos por Rod Coronado y David Howitt en 1986

Algo similar sucedió con una espectacular hazaña llevada a cabo en 1986 por David Howitt y Rod Coronado. Estos dos activistas planearon y ejecutaron de forma autónoma el hundimiento de dos barcos y la destrucción de una estación ballenera en Reykiavík. En una sola noche, lograron destrozos tales que se atribuyeron a un posible ataque aéreo, y que acabaron con la caza de ballenas en el estado islandés durante los siguientes 16 años. Paul Watson asumió una vez más la responsabilidad en nombre de Sea Shepherd, pero la falta de evidencias en su contra llevó a un oasis legal de lo más conveniente. Una vez prescrita la acción, Rod y David pudieron permitirse el lujo de confesar su autoría, e incluso publicaron un manualii explicando los detalles técnicos.

Operación Milagro y el pacto con el Diablo

Con cuatro años de trayectoria, la Operación Milagro en el Alto Golfo de California se considera una de las más exitosas de la historia de Sea Shepherd. Su origen radica en nefastas políticas y alianzas entre el gobierno mexicano y estadounidense. La desembocadura del Río Colorado fue artificialmente manipulada, y el ecosistema del Delta gravemente dañado, afectando a especies endémicas como la vaquita marina, la marsopa más pequeña del mundo. Paralelamente, el mercado chino comenzó a interesarse por una especie de corvina llamada totoaba, cuya vejiga natatoria se considera poseedora de propiedades afrodisíacas. Siendo ambos animales de similar tamaño, la pesca de enmalle de totoaba pronto puso a las dos especies en gravísimo peligro de extinción -hasta el punto de que se estima que solo quedan unas 15 vaquitas vivas-. El estado mexicano puso entonces medidas legales de protección, aislando un área de exclusión de pesca, pero sin poner en marcha la infraestructura necesaria para garantizar su cumplimiento ni realizar ninguna labor de educación o alternativas a las comunidades locales. De este modo, la pesca ilegal de totoaba pasó a ser controlada por los cárteles de la droga, mientras miembros de las comunidades formadas en torno a la pesca de subsistencia se vieron empujadas en muchos casos a negociar con los narcos.

Tripulantes de Sea Shepherd asisten a dos rayas encontradas en una red, momentos antes de devolverlas al mar. Operación Milagro IV. Tamara Arenovich.

Esta es, a grandes rasgos, la complicada situación humana en la que un laberinto de redes impide vivir a un sinnúmero de animales marinos, en pos de un mercado que mueve más dinero que la cocaína. Y en este contexto, Sea Shepherd acoge en sus barcos a miembros del ejército, la policía y las instituciones medioambientales del mismo estado que ha permitido llegar a esta situación, con el objetivo de extraer y destruir aparejos de pesca, liberar animales y entorpecer las tareas de los furtivos entre tiroteos y cócteles molotov.

Tras años de criminalización, persecución y acusaciones de ecoterrorismo, la organización opta cada vez más en sus campañas por alianzas con los gobiernos, sirviendo de fuerza “policial”· para aplicar esas políticas estatales que existen sobre el papel pero que a nadie interesa ejecutar. Teniendo en cuenta que el 40% de la pesca en el mundo es ilegal, no es baladí a nivel estratégico concentrarse en combatir ésta, evitando así la represión que puede derivar de cuestionar la explotación legal. Pero por el camino pueden quedar la autonomía, la dignidad, y la posibilidad de un cambio más profundo.

El precio a pagar por este nuevo rumbo está aún en el aire. También está por ver si las bases más radicales serán capaces una vez más de provocar el cuestionamiento interno, o bien serán sacrificadas en pos de la lealtad acrítica. Mientras tanto, y a la espera (o en el proceso) de que se conforme un movimiento autónomo capaz de asumir esta lucha tan urgente, la tripulación a bordo de sus barcos son la única esperanza de sobrevivir para el individuo que agoniza en las redes. Estas personas se están formando en técnicas e ideas que pueden aplicarse en otros contextos, están aprendiendo y compartiendo sus visiones del mundo allá donde van. Sentimos no ofrecer una conclusión que no sea la propia contradicción. Quizá esta duda pueda llevar al inmovilismo, pero también a la acción. Quizá no se pueda subestimar como fuerza de cambio.

i Recomendamos la lectura de este fanzine redactado por la tripulación de la campaña antártica 2012-2013, el cual incluye textos relacionados con la interseccionalidad, el transfeminismo, y el testimonio de un ex policía arrepentido.

ii Disponible para consultar y descargar aquí.

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