1. La crisis y la vivienda
La crisis sanitaria que estamos viviendo es la manifestación más visible de una crisis más profunda, en la que se entrelazan aspectos económicos, institucionales, culturales, etc. Todas ellas tienen efectos sobre nuestras vidas. Las consecuencias negativas de esta crisis desbordan el ámbito sanitario, y se extienden hacia un mayor control social, más precariedad laboral, y en general, mayores dificultades para el sostenimiento de vidas dignas. Los problemas de acceso a la vivienda ocupan un sitio importante entre estas dificultades.
La lucha por la vivienda cobró un fuerte impulso durante la crisis de 2008, a raíz de los desahucios hipotecarios. Luego las distintas plataformas y asambleas han ido evolucionando, han aparecido nuevos grupos antidesahucios, sindicatos de barrio, de inquilin@s, etc. Ha habido también encuentros, congresos y jornadas dedicados a la lucha por la vivienda. Las debilidades del llamado movimiento por la vivienda no son ningún secreto, aun así parece que sigue habiendo interés por el tema a nivel social, y la determinación de sus protagonistas ha conseguido, a veces, incidir en el entorno de manera visible.
Las instituciones y el sector que mercadea con viviendas también se han dado cuenta de esta incidencia, y por eso han tomado sus propias medidas. A nivel institucional se han aprobado leyes relacionadas con el aplazamiento de desahucios, contra la ocupación de casas, para limitar los cortes de suministros básicos, para recortar la capacidad de protesta, etc. Ha habido iniciativas para canalizar la lucha por la vivienda hacia los cauces institucionales, y asegurar así la paz social. También ha habido intentos de sacar rentabilidad política, en forma de votos, de la lucha por la vivienda. El sector inmobiliario (y sus derivados) ha conseguido imponer sus intereses en las nuevas leyes, ha impulsado campañas de criminalización contra la protesta, ha tratado de estigmatizar la ocupación de viviendas, y ha vuelto a vender la idea de una recuperación económica por la vía del ladrillo y del turismo.
La suspensión de algunos desahucios por la crisis sanitaria se acabará, el conflicto por la vivienda probablemente se va a intensificar en los próximos meses. Es un buen momento para hacer inventario de nuestras capacidades y debilidades. También es buen momento para hacer visibles las distintas sensibilidades que participan en la lucha por la vivienda, y tratar de sintonizarlas de cara a lo que pueda venir. Este texto pretende ser una aportación para avanzar en estas tareas.
2. La diversidad
El movimiento por la vivienda es diverso por la trayectoria de sus participantes, por las diferencias entre barrios y por su manera de afrontar el asunto. En principio esta diversidad le da fuerza, porque al aglutinar gentes de distintos entornos tiene más capacidad de intervención. Las experiencias variadas de las personas implicadas enriquecen, aportan creatividad y dinamizan la lucha. Además, esta diversidad hace más difícil la jerarquización y la captura del movimiento por intereses institucionales, políticos o mercantiles. Sin embargo, las diferencias no suelen manifestarse abiertamente, por miedo a generar conflictos internos. Cuando los distintos enfoques y sensibilidades no se hacen explícitos, cuesta mucho establecer un diálogo abierto. Sin este diálogo, es difícil llegar a acuerdos claros que fortalezcan la coordinación interna —y externa—.
Cuando en una colectividad no se tratan abiertamente las diferencias, es más probable que aparezcan divisiones internas, que serán explotadas por la parte contraria, en este caso los beneficiarios del negocio inmobiliario. La ausencia de un diálogo abierto en —y entre— colectivos, puede llevar a luchas de poder soterrado, suspicacias y tejemanejes en la sombra. Pero el efecto más perjudicial de no hacer explícitas las diferencias es la desorientación y la falta de iniciativa.
3. Las sensibilidades
Hacer un mapa del movimiento de lucha por la vivienda es difícil por su diversidad. Aun así, algo hay que usar como referencia para orientarse; a continuación va un intento. Las corrientes de las que se nutre esta lucha son variadas. He elegido tres que me parecen las principales, pero se deberían interpretar como puntos de referencia y no como fronteras. La mayoría de personas y colectivos implicados en esta lucha, se mueven por el espacio que hay entre ellas; unas veces más cerca de unas y otras veces más cerca de otras. Cada una tiene sus potencialidades y sus carencias. Tenerlas en cuenta facilitaría la elección de las estrategias que sean más transformadoras, y que mejor se adapten al contexto.
El movimiento de lucha por la vivienda se nutre de, al menos, tres tradiciones: las luchas laborales, las comunitarias y la anticapitalista. Las tres coexisten de manera más o menos fluida dentro de plataformas, sindicatos de barrio y de inquilin@s, y asambleas variadas. Ninguno de estos colectivos adopta una sola tradición, en todos hay de todo, aunque en distintas proporciones. A continuación van algunos apuntes, provisionales, sobre cada una de ellas:
– Las luchas laborales
La historia de las luchas que se desarrollan en torno a las condiciones de trabajo es larga; en ella hay logros y traiciones, avances y retrocesos. Las formas de organización han sido también variadas, hay muchos tipos de sindicalismo; y ademas están las experiencias de la autonomía obrera en los años 70 (en Catalunya, Euskadi o Madrid). Esta tradición ha sido capaz de impulsar y sostener luchas para mejorar las condiciones de trabajo —y de vida—. El principal aporte de las luchas laborales es poner en cuestión la supuesta naturalidad de las formas de relación que se dan en el Capitalismo, porque las desigualdades y la explotación no son algo natural. Al reunir a gente en condiciones de explotación parecidas, las luchas laborales evitan la autoculpabilización individual que promueven los medios de comunicación. Además estas luchas han servido para experimentar formas de autoorganización y movilización, que pueden servir de referencia para la lucha por la vivienda.
El impulso inicial de las luchas laborales surge del apoyo mutuo entre personas que comparten condiciones de trabajo. En ocasiones, esta solidaridad se ha extendido mas allá de la empresa o el gremio. Ha habido conflictos laborales en los que incluso se ha conseguido romper la separación entre el mundo del trabajo y su entorno, estableciendo complicidades con otras luchas (de usuarios de servicios, vecinales, etc.). En sus momentos más intensos, las luchas laborales han sido capaces de imponer sus propios ritmos a los de la economía capitalista. La huelga ha sido la herramienta principal en conflictos laborales, pero no la única: las asambleas, los boicots, la paralización de la circulación, las cajas de resistencia, los sabotajes, los label, la ocupación de edificios empresariales…, son otros instrumentos que se han usado en este tipo de luchas. La tradición de luchas en torno al trabajo, aporta a la lucha por la vivienda un repertorio amplio de prácticas que la enriquecen.
A pesar de esto, las luchas laborales ya no son lo que eran. Los cambios en el modelo productivo y la deriva del sindicalismo en los últimos tiempos, aportan otro tipo de experiencias que conviene no olvidar. El sindicalismo más combativo, ha tendido a idealizar la figura del obrero manual e industrial que vive en entornos urbanos. El obrerismo típico del sindicalismo ha discriminado las tareas de reproducción generalmente llevadas a cabo por mujeres, también ha solido ignorar a quienes trabajaban en condiciones precarias o en la economía informal, a las personas migrantes, al mundo rural, etc. Hoy, en nuestro entorno, el obrero industrial es minoría, pero el sindicalismo sigue sin ser capaz de adaptarse al nuevo contexto. La sustitución de la figura del obrero por la del ciudadano no soluciona el problema, más bien lo agrava. Un ciudadano es el súbdito (con papeles) de un Estado. El concepto de ciudadanía es elitista, y fomenta la idea de que el diálogo con las instituciones es la única forma “realista” de transformar nuestro entorno. El monopolio de las relaciones sociales por parte de las instituciones, debilita la capacidad de organización e intervención autónoma del vecindario. El ciudadano se relaciona con la institución como un cliente con su gestoría: le pide soluciones, pone reclamaciones, y si no le satisfacen, busca otro gestor (cada cuatro años). El ciudadano, que acepta las reglas del juego, debe aceptar también que el negocio inmobiliario se imponga sobre la necesidad de vivienda. Asumir la identidad ciudadana implica aceptar como razonable que la vivienda sea una mercancía.
Los sindicatos tienden a convertirse en instituciones de mediación para los conflictos laborales. Esta mediación ha contribuido a integrar a las trabajadoras, y los trabajadores, en la lógica capitalista, y a menudo se ha convertido en una herramienta de disciplinamiento laboral, imponiendo la paz social y perfeccionando la explotación laboral. El papel mediador que ha adoptado el sindicalismo, facilita la cooptación de su discurso y de sus caras más visibles por parte de las instituciones.
La especialización sindical en lo laboral, es complementaria con la especialización de los partidos en lo político. Los sindicatos han sido, casi siempre, correas de transmisión (y caladero de votos) de partidos políticos. Sus dinámicas han estado sometidas a los intereses electorales, y esta falta de autonomía ha limitado su capacidad de transformación social. Por eso, a pesar del discurso combativo de muchos sindicatos, el horizonte de sus iniciativas no suele ir mas allá de conseguir una mesa de negociación, y un pacto medianamente digno. La lógica sindical suele quedar atrapada en la lógica capitalista, no apunta mas allá; se adapta a sus ritmos y tiende a canalizar las luchas laborales hacia cauces institucionales, que les restan capacidad de incidencia.
La lógica sindical tiende a homogeneizar a su afiliación según oficios, convenios, etc. Esta dinámica ayuda a reunir a gentes que tienen problemas compartidos, pero en cambio las desconecta del territorio en el que se dan estos conflictos. Las estrategias uniformes difícilmente se adaptan a las realidades concretas, y además no contribuyen a crear alianzas en el barrio, que es el territorio en disputa. El centro de atención de los sindicatos son las instituciones y las empresas, por eso normalmente acaban reproduciendo sus formas de organización (jerárquicas), y sus maneras de relacionarse con la afiliación (sindicato-institución y sindicato-empresa de servicios).
– La luchas comunitarias de barrio
Las luchas vecinales y barriales, tienen también una larga tradición de experiencias de las que se puede aprender. A diferencia del sindicalismo, estas sí que se arraigan en el territorio, en la vida cotidiana del vecindario. Cuando estas luchas se centran en defender los medios para el sostenimiento de vidas dignas (vivienda, suministros básicos, etc.), tienen mucha capacidad para influir en la vida del barrio. En estos casos, pueden transformar la desconfianza entre vecin@s y la sumisión al Poder, en formas de relación solidarias y una mayor capacidad de resistencia frente a los abusos institucionales o del mercado.
El ámbito vecinal permite un mayor protagonismo de sectores tradicionalmente ignorados por el sindicalismo, como el de los cuidados o la población gitana o la migrante. Las luchas basadas en el territorio abren la posibilidad de crear —y reforzar— relaciones de apoyo mutuo entre gentes diversas que coexisten a diario. A veces, estas luchas, ayudan a ganar cierta autonomía respecto a las imposiciones capitalistas, sea esta material o de pensamiento colectivo. En algunos momentos, las luchas vecinales han conseguido imponer sus ritmos a las instituciones y a los sectores empresariales. En esos momentos es posible frenar agresiones concretas como los planes urbanísticos, los procesos de elitización y turistificación, los desahucios, etc.
Sin embargo, el concepto de comunidad barrial dice poco, solo describe una colectividad con algún tipo de compromiso acordado. Puede referirse también a una zona geográfica, a una cultura o identidad, a una forma de relacionarse, etc. A menudo tiende a asociarse la comunidad con una imagen idealizada de la convivencia, sin embargo hay comunidades jerárquicas, elitistas, racistas y, en general, poco deseables. Esta jerarquización puede dar pie a la cooptación institucional de los miembros más activos de la comunidad. La idealización de locomunitario, lleva a veces a una forma de voluntarismo mágico que pretende construir comunidad ignorando las relaciones de poder y explotación que se dan a nivel de barrio. Para aglutinar a gente diversa, a veces se recurre a la idea homogeneizadora de ciudadanía. Esta etiqueta, aparentemente neutra, debilita lo comunitario, porque asigna todo el protagonismo a las instituciones, de las cuales el ciudadano es solo un súbdito.
Normalmente lo comunitario coexiste pacíficamente con la explotación y la dominación capitalista. El riesgo de fomentar vínculos comunitarios sin poner en cuestión las formas de relación capitalista, hace que muchos proyectos de barrio acaben convertidos en prolongaciones de las concejalías de servicios sociales. Si se asume el papel de mediación en el barrio, se suele acabar trabajando al servicio de la pacificación y del control social, y se acaba contribuyendo a la privatización de los malestares. Si se aspira realmente a transformar la vida en un barrio, conviene que ser parte implicada y no mediadores, tratar de desestabilizar la normalidad y politizar los agobios compartidos.
– El anticapitalismo
Hay sindicatos y organizaciones de barrio que en su práctica rompen con la lógica capitalista, también los hay que no. Hay también sectores anticapitalistas que son críticos con las dinámicas sindicales, y con las asociaciones de barrio, incluso participando en ellas. Por eso el anticapitalismo es otro punto de referencia necesario en este mapa.
Los planteamientos anticapitalistas tratan de conectar los malestares de la población con razones estructurales, con el sistema Capitalista. Para ello se enfrentan a las dinámicas del mercado y a las institucionales. La perspectiva anticapitalista en la lucha por la vivienda, ayuda a entenderla como una parte importante de una lucha mas amplia, una que implica todos los ámbitos de la vida; individuales y colectivos. Por eso la tradición anticapitalista puede servir para sintonizar luchas aparentemente desconectadas, y para proponer otras formas de hacer y pensar.
La experiencia acumulada de la lucha contra el Capitalismo sirve para ver más allá de las reivindicaciones y concesiones concretas. Además, ayuda a contextualizar las realidades de cada barrio en una perspectiva más amplia, que incluye la ciudad, la región, etc. Esta tradición enseña que solo desestabilizando el modelo social vigente, e impulsando formas de relación solidarias entre la población más perjudicada por el Capitalismo, es posible transformar realmente nuestro entorno.
Sin embargo, los sectores que se reclaman del anticapitalismo no viven en un mundo aparte. En estos entornos a menudo se reproducen dinámicas propias del Capitalismo (relaciones de poder, elitismo, instrumentalización de la población, etc.). La etiqueta de anticapitalista a veces oculta un vacío que solo se rellena con eslóganes huecos, o con una ideología desconectada de lo cotidiano. Otras veces esta etiqueta se convierte en un elemento identitario, que fomenta el sectarismo y la competencia entre colectivos por apropiarse en exclusiva de lo anticapitalista. Estas dinámicas pueden desembocar en un repliegue de estos colectivos sobre sí mismos, y en prácticas exclusivamente autoreferenciales.
Los sectores que se reclaman anticapitalistas, a menudo abusan de los discursos épicos, condimentados con un marketing como de videojuegos y un ciberactivismo compulsivo. Esta inflación comunicativa contrasta, muchas veces, con un práctica escasa, dependiente de la prensa y e incapaz de incomodar a sus adversarios.
Resumiendo, la lucha por la vivienda hereda de las luchas laborales, comunitarias y anticapitalistas, recursos muy ricos que se deben aprovechar. Al mismo tiempo, convendría descartar todo aquello que suponga un obstáculo para la intervención y la transformación social. Para aprender de estas experiencias hay que hacer una revisión crítica de las mismas, no tiene sentido idealizarlas sin más. Si queremos aprovechar todos nuestros recursos hay que exponer abiertamente las diferencias, dialogar de forma sincera y, hasta donde sea posible, llegar a acuerdos claros.
4. Las comunidades de lucha
La puesta en común de las distintas sensibilidades que habitan el movimiento de lucha por la vivienda, puede ayudar a crear y fortalecer comunidades de lucha, entendidas estas como: conjuntos de personas y grupos mas o menos definidos que, en relación con una lucha, comparten en lo esencial un relato común sobre la misma; sus estrategias y métodos son iguales, complementarios o al menos compatibles, y mantienen ciertos lazos de solidaridad y apoyo mutuo, que actúan bajo las premisas del apoyo mutuo, la solidaridad, la acción directa y la horizontalidad.
Una comunidad de lucha sería entonces un espacio de encuentro colectivo, que trata de defender los medios para el sostenimiento de la vida, y en el que aunque haya diferencias y tensiones, se trata de impulsar la cooperación y la movilización. Este tipo de comunidad tendría como objetivo principal oponerse a las agresiones e imposiciones que vienen de parte del Capital —y de las instituciones—. Otro objetivo importante sería impulsar dinámicas de apoyo mutuo, que ayudasen a ganar autonomía material junto a la creación de una perspectiva propia.
5. La relación con las instituciones
El movimiento de lucha por la vivienda dedica muchas energías a reivindicar y hacer peticiones a las instituciones. A veces parece que esa sea su actividad principal. Esto parece comprensible si tenemos en cuenta que son ellas las que crean las leyes que rigen el negocio inmobiliario, y también, las que luego las aplican en forma de desahucios, subvenciones, etc. Pero las instituciones no son estructuras neutras. Por muchas razones, su principal dedicación es asegurar la paz social y la estabilidad, para garantizar la continuidad del negocio capitalista. Las instituciones como estructura, independientemente de quien las gestione, tienen como prioridad mantener el estado de las cosas tal y como está. La forma en que lo hacen varía de unos gestores a otros, pero su función esencial es esa.
Hay varias razones por las cuales una institución puede ceder ante una movilización. Normalmente suele hacerlo para evitar perder legitimidad como ente mediador; tratar de pacificar una situación que se ha vuelto inestable; o reducir la presión que se ejerce sobre quienes la gestionan. El problema es que cuando prestamos demasiada atención a las instituciones, acabamos teniendo que adaptarnos a sus ritmos, y esto debilita nuestra capacidad para fortalecer las comunidades de lucha, que necesitan tiempos diferentes. Así que, aunque se pretenda influir sobre las leyes y su aplicación, lo más importante es ser capaces de crear comunidades de lucha fuertes y plurales.
La única fuerza real del movimiento por la vivienda es la lucha a pie de calle, sea contra los desahucios o la turistificación, tomando edificios o creando redes de solidaridad. Cuando los esfuerzos se dirigen a crear mesas de negociación o vínculos estables con la administración, la calle se vacía y la comunidad de lucha se debilita.
Otro riesgo de orientarse demasiado hacia las instituciones, es acabar convirtiendo a quienes participan en la lucha por la vivienda en agentes mediadores. Cuando esto ocurre, la lucha se transforma en una especie de voluntariado social. Entonces, aquel movimiento que pretendía desestabilizar un modelo social injusto, para así poder transformarlo, se convierte en un agente estabilizador, que ayuda a gestionar los aspectos mediáticamente mas escandalosos de un problema que se mantiene, pero individualizándolos e invisibilizándolos. Esta es una dinámica autodestructiva.
En general, las instituciones son más fuertes y están más legitimadas, cuanto más débiles son los vínculos entre las personas. Esto no es casual, porque las administraciones son sustitutos y sucedáneos de los vínculos sociales reales. En el mismo sentido, la lógica institucional tiende a favorecer el aislamiento, porque se relaciona con la población de manera individualizada. Tener a la administración como centro de nuestra actividad es contraproducente, sobretodo si lo que queremos es fortalecer los vínculos comunitarios, la solidaridad y la capacidad de movilización. Nuestra fuerza está en transformar las relaciones entre las personas, no en fortalecer la dependencia respecto a la administración.
Cuando el centro de la atención de un movimiento son las instituciones o las empresas, y sus objetivos no van mas allá, suele pasar que acaba por adoptar algunas de sus dinámicas. Estas dinámicas no son neutras, y por eso tienden a reproducir dentro del movimiento las lógicas de dominación estatal y capitalista.
6. La verticalización
Cualquier movimiento de protesta, por muy horizontal que se pretenda, reproduce en su interior relaciones de poder, pero hay elementos que contribuyen claramente a reforzar esta jerarquización.
Uno de estos elementos es la adopción de los ritmos propios de la administración o de los medios de comunicación. Cuando pasa esto, los espacios de coordinación viven en un estado de urgencia permanente para responder a las demandas de politic@s y periodistas. Entonces, en nombre de la eficacia se justifica la toma de decisiones que no pasan por la base. Una organización horizontal, para ser realmente autónoma en su funcionamiento y decisiones, necesita sus propios tiempos. Adoptar ritmos alienantes convierte los espacios de coordinación en espacios de poder y control.
Otro de estos elementos es la incorporación de formas de organización que vienen de la empresa o la administración. Algunas de las más habituales son: las técnicas de gestión de procesos y de calidad, y los modelos de democracia participativa basados en tecnologías de la comunicación. Estas técnicas no son neutras, y por eso tienden a sustituir el debate real por una serie de preguntas cerradas en un marco delimitado de antemano. En general, adoptar estas dinámicas reduce la deliberación colectiva a un sucedáneo, fomenta el conformismo y el acaparamiento de poder por militantes centrales y especialistas.
Cuando la separación entre participantes periféricos y militantes centrales se enquista, el movimiento que se pretendía horizontal acaba reproduciendo en su interior relaciones propias del Capitalismo. Así la persona que participa en el nivel de la base puede acabar convirtiéndose en una especie de usuaria, cliente o voluntaria, de una organización gestionada por un grupo de militantes centrales, que son quienes realmente deciden. Esta verticalización facilita el control de la lucha por parte de las instituciones.
La crisis del 2008 dio un nuevo impulso al espacio de lucha por la vivienda, pero al poco se hicieron visibles también otras iniciativas que trataban de contener la movilización. Hay muchos sectores políticos, económicos y mediáticos, interesados en debilitar las movilizaciones en defensa de la vivienda digna. Las iniciativas de contención son variadas; hay algunas de las que se habla más y otras menos. Las que impulsa la administración son especialmente destructivas y conviene tenerlas presentes.
7. La gobernanza
La gobernanza son una serie de prácticas desplegadas por las instituciones para contener la conflictividad social y debilitar las dinámicas propias de las comunidades de lucha. La gobernanza es también un escudo institucional que se despliega en formas variadas. En su versión blanda, incluye iniciativas que van de la seducción a la cooptación, pasando por la participación ciudadana en su versión dura, estas van de la marginación a la criminalización.
– La trampa de la participación ciudadana
La participación ciudadana surge como un mecanismo de defensa de las instituciones, ante su crisis de legitimidad. Estas iniciativas toman impulso en los años 80, en el momento en que el desprecio por las instituciones deja de ser algo pasajero, para hacerse estructural. La participación ciudadana se desarrolla sobretodo a nivel local; su objetivo es debilitar la autonomía de las protestas y canalizar el descontento por vías institucionales, donde se vuelve manejable por la administración.
En lo social, la participación ciudadana trata de reforzar la figura del ciudadano individual, disolviendo lo colectivo. Al mismo tiempo pretende legitimar políticamente a las administraciones y sus gestores. Además, la participación ciudadana busca modernizar la administración y afinar el control social, usando para ello elementos externos —a un precio barato—.
Cuando la lucha por la vivienda toma fuerza, suelen aparecer invitaciones a mesas de diálogo, foros permanentes, encuestas deliberativas, presupuestos participativos, etc. Estos procesos son variados, unos más transparentes que otros, pero todos tienen el objetivo de convertir a la administración en el centro de toda forma de colectividad. La administración usa la participación ciudadana para tratar de tutelar lo social. Esto hay que tenerlo en cuenta a la hora de definir qué tipo de relación queremos tener con las instituciones.
– La cooptación
La cooptación es otro mecanismo de defensa institucional. Consiste en captar para la administración a personas, grupos, o sectores de la población que participan en protestas, con la intención de lavar su imagen para volver a legitimar las instituciones. Hay muchas formas de cooptación: las hay más sutiles (como el reconocimiento de la labor social, dotar de protagonismo en medios oficiales o la creación de comisiones conjuntas); también están las formales (como fichar a las caras mas visibles para algún cargo); y están las informales (con subvenciones, enchufes o colocación en puestos oficiales).
Al igual que la participación ciudadana, la cooptación busca contener la conflictividad. También pretende reducir la autonomía de la protesta, o si esto no es posible, dividirla. La mejor manera de contrarrestar los efectos de la cooptación es hacerla visible, estar alerta y hablar sobre sus efectos.
– La criminalización
Si la protesta se vuelve incómoda y no se consigue reconducir a los cauces institucionales, la administración recurre a la criminalización. Esta tiene sus grados también: se pueden usar los medios de comunicación para tratar de dividir a quienes participan entre razonables y exaltad@s; a veces se acusa a quienes ocupan una vivienda o protestan en la calle de ser privilegiados o egoístas; y a menudo se recurre a la intimidación o la represión policial directa.
El principal objetivo de la criminalización es dividir y dispersar la protesta. También busca desconectar unas protestas de otras, para evitar los gestos de solidaridad. Un posible recrudecimiento del conflicto por la vivienda, seguramente haga aumentar los casos de criminalización. Conviene tener esto en cuenta a la hora de debatir estrategias y mecanismos de autodefensa.
8. La invitación
Reflexionar sobre el escenario de la lucha por la vivienda, y señalar los obstáculos a los que se enfrenta, es solo un primer paso. Si queremos que nuestra práctica se adapte a los cambios que se dan a nuestro alrededor, y pretendemos afinar nuestra práctica diaria, deberíamos impulsar procesos de debate respetuosos pero claros. En ellos es importante hablar de métodos y estrategias, pero también de horizontes de lucha, porque hay caminos que inevitablemente nos llevan a callejones sin salida y otros que, en cambio, fortalecen nuestra autonomía.
Daniel, de Orriols en Bloc (Valencia)