The Wire

HBO, 2002-2008; Creado por David Simon; 60 horas

Es difícil explicar exactamente qué es The Wire. ¿Es una serie de maderos/as? No exactamente, aunque hay muchos/as maderos/as. ¿Es una serie sobre drogas? No, aunque éstas juegan un papel fundamental. Esta serie no versa sobre sus personajes (el policía mujeriego y medio alcohólico Jimmy McNulty, el rey de la droga Avon Barksdale y su magnético socio Stringer Bell o el aspirante a alcalde Tommy Carcetti), ni es una serie sobre crimen y castigo, política, raza, la vida de la clase obrera, el machismo, la hetero y homosexualidad o los dramas de instituto, a pesar de que todos estos elementos aparezcan en ella. Es una serie que versa sobre una ciudad – en este caso Baltimore – de principios del siglo XXI.

The Wire refleja los aspectos y el funcionamiento de las distintas partes de la ciudad. La urbe es una red y todos/as sus habitantes se encuentran en un punto u otro de ella, conectados/as entre sí directa o indirectamente. Para poder apreciar sus complejidades, esta serie televisiva exige sumergirse de una manera que el medio no exigía desde hacía ya mucho tiempo. La velocidad interna de esta obra es similar a la de una novela. Lo que interesa es diseccionar las entrañas de Baltimore a la vez que ocurre lo mismo con las de los/as propios/as personajes, todo ello mediante brillantes diálogos que muestran la neurosis humana y una excelente fotografía. Y es precisamente este ritmo narrativo el que permite penetrar en el interior de la policía, delincuentes, yonquis, políticos/as y trabajadores/as, sin que su aplastante realismo sea jamás sacrificado en aras del espectáculo.

La primera temporada de The Wire es una denuncia seca y deliberada de la prohibición de las drogas en EEUU y el fracaso de la denominada Guerra contra las Drogas, que se ha transmutado en una brutal represión a las clases más desfavorecidas. Y todo ello sin dejar de mostrar los devastadores efectos que tienen la heroína y la cocaína sobre las personas. El mercado de drogas es el paraíso del capitalismo salvaje, un mercado que se rige al 100% por la ley de la oferta y la demanda, sin injerencia alguna del Estado (salvo contadas intervenciones, siendo la más sonada la de cuando algunos/as políticos/as deciden meter mano en el asunto y aceptar generosas “donaciones” para su campaña electoral).

La segunda temporada es un réquiem por la muerte del trabajo en Occidente y la traición a la clase obrera, ejemplificado por el declive de los – corruptísimos – sindicatos portuarios de la ciudad. Miles de trabajadores/as – negros, de origen polaco, italiano, etc. – se están quedando sin empleo y luchan por conservar lo poco que les queda, que sigue escapándose de sus manos, mientras recuerdan con nostalgia tiempos pasados que, a pesar de ser pésimos, parecen idílicos en el presente.

La tercera temporada es una reflexión sobre nuestra cultura política y la imposibilidad de su reforma, dada la calcificada oligarquía, las frasecitas con gancho, el circo, los intereses personales y el beneficio puro y duro que son la esencia de la democracia misma.

Hecha la presentación del ayuntamiento, ya está puesto el escenario para que se pueda contemplar el lamentable estado de la educación pública durante la época en la que el presidente George W. Bush promulgó la ley de No Child Left Behind (“que no se quede ningún niño atrás”) y, por extensión, del ideal norteamericano de la igualdad de oportunidades en la cuarta temporada de la serie.

Por último, la quinta temporada, que pone fin a la serie, aborda el papel de los medios de comunicación y su relación con el poder, sin dejar de reflexionar por qué existen todos estos mundos que han aparecido en capítulos anteriores que no deberían existir.

En conclusión, The Wire proporciona una visión verdaderamente panorámica y una inteligente crítica casi foucaultiana de las instituciones, que emerge la narración en una enredada maraña de burocracia y confusión de rivalidades personales y jerarquías, a pesar de que el sistema se nos vende como si fuera una máquina social coherente con valores e ideologías compartidas.

No hay victorias en The Wire. La vida sigue, no hay un punto y final, un momento en el que todo acaba para bien. Sí que es cierto que algunos/as personajes acaban en una posición mejor que la que se encontraban en un inicio, pero no supone una sorpresa ya que – y no estropeamos el final para nadie al revelar esto – los/as que ganan son los/as de siempre, los que empezaron la partida con ventaja: los/as ricos/as y poderosos/as, la clase política, quienes desde los nuevos edificios construidos en Locust Point, donde antes había un almacén de grano que proporcionaba miles de empleos a astilleros/as que en el presente se encuentran paro, contemplan la ciudad de Baltimore desde una perspectiva bien distinta a la de los/as pobres, que lo hacen desde las esquinas de unos barrios degradados y segregados racialmente.

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