Dirigida por Bong Joon-ho. Moho Films y Opus Picture. Corea, 2013. 125 minutos
Uno de los grandes éxitos del verano de Netflix ha sido la serie Snowpiercer. Sin embargo, muchas olvidan que ésta no es más que una adaptación de la película coreana (aunque rodada en inglés, al contar con un reparto internacional) de 2013 dirigida por Bong Joon-ho (ganador del Óscar por la genial Parásitos) y que, a su vez, está basada en la novela gráfica Le Transperceneige.
La premisa de esta película es que un fallido experimento para solucionar el problema del calentamiento global ha congelado el planeta entero. Los únicos supervivientes fueron las personas que lograron subirse, en el último momento, a bordo del ‘Snowpiercer’ (“Rompenieves”), un tren autosostenible que da vueltos al mundo impulsado por un motor de movimiento eterno ideado por un misterioso empresario-millonario-filántropo ascendido a casi deidad llamado Wilford (nombre curiosamente parecido al de Henry Ford, el desarrollador de la producción en cadena). El tren está dividido en clases sociales en función del lugar del tren al que se subieron: quienes se encuentran al inicio del tren, en primera clase, viven una vida acomodada y con privilegios; atrás del todo, en tercera, se encuentra la clase obrera y pobre, que sobrevive en un vagón oscuro y sucio a base de comer una plasta indeterminada de porquería (un símil de la comida basura) y debe trabajar para mantener la cómoda vida de los pasajeros de primera, a quienes nunca ven en persona.
Tras unos años dando vueltas al globo, hartas de su situación indigna, las pasajeras de la cola deciden organizar una revolución social para hacerse con el control de la máquina. Eso sí, sin detener el motor, o de lo contrario morirán (una metáfora de los medios de producción que garantizan la vida). Poco a poco van avanzando por el tren, pasando al principio por el vagón de la prisión (donde se encierra a quien cuestiona el orden social), luego el del agua, a continuación el de la escuela y así sucesivamente. Según progresan por el tren, los revolucionarios van descubriendo nuevas maravillas (un vagón discoteca, un vagón acuario en el que se hace sushi, etc), las cuales les hacen ser cada vez más conscientes de la situación de miseria en la que vivían y del absoluto despilfarro y egoísmo que reina en la cabecera del tren. El avance de vagón en vagón, que únicamente se logra mediante el enfrentamiento ultraviolento con quienes se resisten al mismo, es una metáfora poco sutil de la adquisición de la conciencia obrera y de la lucha de clases.
La película no es para todos los públicos. No a todo el mundo le gusta la ciencia-ficción post-apocalíptica, la violencia exacerbada y la curiosa simbología coreana que en Occidente se nos escapa. Pero como retrato de una sociedad autoritaria, dividida en clases, en la que las más altas harán lo que sea por proteger sus privilegios y en la que sus fuerzas y cuerpos de seguridad defenderán aquello a lo que tampoco tienen acceso, no tiene precio.