Sobre ríos, crecidas e inundaciones

Las intensas y persistentes lluvias y nevadas caídas a lo largo de la Cuenca del río Ebro en el último mes de febrero produjeron un gran aumento de los caudales, una crecida que generó importantes inundaciones en el tramo medio del río, especialmente en las provincias de Navarra y Zaragoza. Este tema ha sido protagonista en los principales medios de comunicación durante el mes pasado, tanto por la importancia de los daños causados como por la polémica que surge entorno a la prevención y gestión de estos fenómenos.

Desde Todo por Hacer creemos que aunque el temporal haya dado paso a la calma estos hechos merecen una reflexión más allá del momento, acerca de cuáles son las causas de estas catástrofes y a qué responden realmente las medidas que se toman por parte del gobierno para solucionarlas o prevenirlas.

Antes de comenzar, repasemos cuáles han sido estas medidas. A principios de marzo el gobierno aprobaba un real decreto ley de ayudas para paliar los efectos del temporal en diversas provincias, destinando nada menos que 105 millones de euros, entre los que se cuentan 24,4 millones destinados a la “limpieza” del cauce del Ebro, es decir, a dragar el cauce extrayendo toneladas de gravas y sedimentos acumulados en el fondo con el fin de aumentar su profundidad. El decreto establece además que las obras de reparación o instalaciones que se ejecuten por un procedimiento de urgencia quedarán exentas de evaluación de impacto ambiental. Por otra parte, el 9 de marzo fue emitida una Orden del Gobierno de Aragón por la que se suspendía temporalmente la protección ambiental que recoge el Plan de Ordenación de Recursos Naturales del Ebro y se modificaban los límites de los espacios protegidos por la Red Natura 2000.

inundacion ebro

Son ríos, no canales

Los ríos no son simples corrientes de agua, sino ecosistemas complejos y dinámicos en permanente cambio. Los sedimentos, los seres vivos, las riberas y las llanuras de inundación son parte del río, y conforman un sistema del cual las crecidas e inundaciones son parte de forma natural e inevitable, y aportan además numerosos beneficios tanto para el medio natural como para el humano: son el mecanismo del río para limpiar su propio cauce, favorecen la recarga de acuíferos, fertilizan tierras de cultivo, favorecen el control de especies invasoras o de poblaciones excesivas como determinadas algas, aportan arenas y sedimentos a playas y deltas, etc.

Cuando se produce una crecida, la corriente de agua desborda el cauce menor e invade la llanura de inundación, si puede. Si no puede porque se han construido motas (barreras en los márgenes, construidas para impedir las inundaciones), la corriente va cogiendo más y más velocidad y fuerza y al mismo tiempo va inyectándose en el acuífero bajo el cauce. Este acuífero se va llenando y el agua sale a superficie incluso en zonas muy alejadas del cauce, por eso la inundación acaba siendo tan extensa. Por otra parte, la fuerza del río a veces acaba rompiendo las motas por algún punto imprevisible e inundando zonas con mucha más fuerza de la que lo haría si no existieran dichas barreras.

Llegados a este punto vemos dos cuestiones fundamentales: 1) que las inundaciones son inevitables, pero su virulencia es en parte favorecida por las estructuras humanas construidas precisamente para evitarlas; y 2) que el río no se desborda, simplemente ocupa cada cierto tiempo un espacio que le corresponde, la llanura de inundación, y que los daños se producen porque dicha llanura ha sido ocupada cada vez en mayor medida en las últimas décadas, aumentando la exposición y la vulnerabilidad de personas y bienes económicos, en cierta medida debido a la confianza de la gente en las estructuras de contención construidas en el río.

El remedio peor que la enfermedad

La solución propuesta ha terminado siendo en esta y muchas otras ocasiones el dragado del río: eliminación de gravas y sedimentos del fondo para aumentar el caudal que puede albergar el cauce. Esta medida, tremendamente cara, se ha comprobado inútil en multitud de experiencias anteriores. El propio Ebro fue dragado en 2010 y 2013 delante de los pueblos y sin embargo en la crecida de este año el río seguía igual. Esto es así porque, por un lado, la capacidad que se consigue es despreciable, y por otro, la propia dinámica del río va rellenando la “zanja” excavada con sedimentos en muy poco tiempo.

El problema es que además de inútil y cara, es una medida enormemente perjudicial para el río como ecosistema, destruyendo hábitats y eliminando vegetación y los propios sedimentos, claves para el ecosistema fluvial y, sobre todo, el dragado puede producir lo que se denomina erosión remontante (el río va excavando aguas arriba), con el riesgo de descalzar y colapsar orillas y estructuras asentadas sobre las mismas, como puentes, escolleras, etc.

¿Por qué entonces se sigue optando por esta medida? Tristemente, gran parte de las poblaciones y sectores afectados por las inundaciones siguen defendiendo y reclamando esta “limpieza” del río, ante el desconocimiento de la evidencia científica y de las alternativas existentes. Y aunque esto en otras cuestiones o en otros momentos pudiera no importarle lo más mínimo al gobierno, resulta que nos encontramos a dos meses de las elecciones autonómicas, lo que significa que el criterio de actuación no va a ser nunca la efectividad o la viabilidad económica, sino lo contentos/as que vayan a quedarse a corto plazo los/as votantes en potencia.

Las alternativas ignoradas

Desde la comunidad científica y las organizaciones ecologistas se han defendido estos argumentos a través de distintas notas de prensa y comunicados que no han sido demasiado difundidos en los principales medios de comunicación[1]. En ellos, además de coincidir en la crítica a la gestión que el gobierno hace de estos fenómenos, defienden que existen alternativas reales que de hecho funcionan en aquellos lugares donde se han implementado (especialmente Estados Unidos, Reino Unido y otros países europeos, pero también en algunos ríos en Navarra y en la cuenca del Duero). Dichas alternativas pasan sencillamente por devolver al río su espacio natural en la medida de lo posible, es decir, imitar al río en sus sistemas de autorregulación que le permiten reducir su energía y laminar las avenidas evitando daños mayores. Retirando las motas y barreras en algunas zonas (aquellas donde no haya núcleos poblacionales cercanos sino terrenos agrarios u otros usos), se reduce enormemente el impacto en las otras.

A pesar de lo poco “popular” que pueden resultar estas medidas entre los/as agricultores/as u otros sectores afectados, las demandas de los mismos quizás podrían cambiar el foco actual de “atacar al río” y encaminarse a exigir al Estado los beneficios o compensaciones que consideraran necesarias: nuevos terrenos más alejados del río, aseguramiento frente a inundaciones, compra, rebajas fiscales, etc.

Quizás si este tema fuera difundido más allá de las imágenes morbosas del momento y de la lamentable riña entre políticos/as por ver quién se hace la foto antes, se haría más difícil convertir a los ríos en otro medio más para conseguir un puñado de votos.

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[1] Destacamos para mayor información sobre el tema, la entrevista en la revis­ta Ulûm a Alfredo Ollero, profesor de la Universidad de Zaragoza y presidente del Centro Ibérico de Restauración Fluvial (en www.ulum.es), y el manifiesto “Por unas medidas sostenibles y eficaces al riesgo de inundaciones” firmado por más de cuarenta universidades, centros de investigación, organizaciones ambien­talistas y personas del ámbito académico y ecologista (se puede encontrar en www.ecologistasenaccion.org/article29687.html)

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