Desde hace meses, un grupo de menores duermen en un parque de Hortaleza ante la indiferencia general. Estas son las palabras escritas en caliente de un vecino del barrio,
Llegas a casa. Calientas el tupper de las lentejas que preparaste ayer. Y te sientas a escribir. Pero no es fácil poner cierto orden al ciclón de sentimientos y pensamientos. Por un lado, miras a tu alrededor, un pequeño piso compartido, un plato de comida caliente, y un nórdico en el que resguardarse estas noches de invierno, todo lujos comparado con la realidad con la que nos estamos estrellando cada día desde hace unas semanas en el barrio. Entras en calor con las primeras cucharadas, pues tienes los huesos helados, y piensas que tan sólo has pasado una hora en ese ya maldito parque, pero que los chavales se van a tirar toda la noche. Esta mañana leías en el wasap cómo ayer entre las 12 y la 1 de la madrugada, los munipas montaron un despliegue de película en el Claruja, una noche de lluvia infinita, y los malos corriendo porra en mano detrás de los chavales. Se llevan a dos, obligan a otro a recoger todo lo que pueda porque los servicios de limpieza ya están ahí, otro día más, para llevarse las mantas y ropa de abrigo que conseguimos recopilar. Se suceden los comentarios de indignación y los insultos en el móvil, pero por debajo una sensación compartida, la impresión de no saber qué hacer, de caminar sin rumbo. Hoy, después de la asamblea, nos acercamos un pequeño grupo con un compañero también marroquí.
Llevamos semanas bajando pero es difícil establecer un vínculo más estrecho, la maldita barrera del idioma. Entre otras cosas. Se entienden, no sólo por compartir una lengua, se entienden algo más allá. Uno de los chavales tiene un chichón gigante bajo el gorro, y las muñecas marcadas. Alrededor del parque hay dos centros. Quiere estar en uno, pero en el otro no, no quiere estar con los seguratas de ese centro. Pero le quieren mandar al otro, y se niega, y pasa lo que pasa. Lo que no debería pasar nunca. Y menos con un chaval de 13 años. Así un día sí y otro casi que también. El chaval acumula tres partes de lesiones. No quiere dormir en la calle, pero no quiere entrar en ese centro. Otros prefieren dormir en el parque. ¿Nadie se pregunta qué está pasando para que prefieran dormir en la calle? El problema es muy complejo, no tenemos soluciones. Nos hemos dado un hostión con nuestra debilidad. Por un lado, ver cómo vecinas tan dispares arriman el hombro dedicando tanto tiempo y esfuerzo, te reconforta entre tanta miseria social. Bajar un termo gigante de colacao, recopilar guantes y gorros entre amigos, comprar unos zumos en el chino, organizar los puntos de recogida de mantas en los locales vecinales del barrio, etc., se ha convertido en parte de la rutina de muchas vecinas.
Pero el no poder encarar el problema de una forma total, o el no tener claro qué camino seguir, demuestra que estamos muy lejos de tener en el barrio el tejido asociativo que deseamos. Esta noche seguirán los chavales y probablemente queden muchas noches por delante. Porque al final, a nadie les importan. Son las piezas que sobran. Y el espejo para descubrir el racismo latente o más subterráneo que se esconde entre nosotras. ¿Qué hubiera pasado si fueran una docena de menores españoles los que llevaran tres meses en la calle? Respondo yo mismo, que esta me la sé, que nunca hubiéramos llegado a los tres meses. Por meternos un poco en materia más formal, la tutela de los chavales corresponde a la Comunidad de Madrid, que no hacen ningún esfuerzo por comprender una realidad más compleja que a la que están acostumbradas. No puedes poner a unos tíos de Prosegur como responsables de que los chavales se vayan a la cama. No puedes encerrar en un cuarto llamado la sala de reflexión, a un chaval que lo que menos necesita es estar encerrado en esas condiciones. No puedes obviar que algunos de ellos tienen un problema de drogodependencia, lo que implica que tienes una realidad que necesita ser abordada de una forma diferente y cuidadosa. No puedes ser el trabajador de uno de los centros y no pasarte ni una vez por el parque a ver a los chavales, ¿qué clase de sangre corre por las venas de los que trabajan allí?
Pero el Ayunta no se escapa. El bendito Ayuntamiento del Cambio. Cuando generas unas expectativas tan altas, el ostión duele mucho más. Y el silencio por parte de las personas con las que antes compartíamos y seguimos compartiendo asambleas y cervezas, no ayuda a cerrar las grietas que entre unas y otras se van formando. Ya son cuatro o cinco, no recuerdo exactamente, las personas sancionadas por “obstaculizar” la labor policial, concretamente la de los munipas, o lo que viene siendo en realidad, por preguntarles qué coño están haciendo, por qué se enfadan, golpean y gritan a un chaval que no entiende su lengua, o por qué prenden fuego a un colchón y lo dejan ahí tirado, ¿en serio necesitan sacar su hombría, dejar claro que mandan ellos, ante chavales adolescentes? ¿Y los servicios de limpieza? ¿Cuántas mantas habrán tirado? Anda que no habrá zonas en el barrio que llevan sin limpiar semanas, pero ese parque se ha convertido en una prioridad. ¿Por qué no nos explican qué está pasando?
Y el maldito tema de los robos. Los ha habido en el barrio, no se puede negar. Y me da rabia por las personas mayores que han caído al suelo tras un tirón. Y no queremos que vuelva a pasar. Pero nos indigna que todo el debate gire en torno a esto. Los malditos grupos de Facebook del barrio y sus debates. Que si ya no se puede salir a la calle, que están sembrando el terror, que habría que organizar patrullas ciudadanas. Sabes que todo es de boquilla. Pero tras la lógica de ese sentimiento compartido se esconden los Trumps y Lepens latiendo, esperando su momento. Pero además, esto vende periódicos. Y los chavales no habrán visto a muchos trabajadores sociales por el parque. Pero periodistas, todos los que quieras. Un periódico tituló, al principio de todo: “Oleada de robos en Hortaleza”. Para luego hablar sólo de tres tirones. Cámaras, becarias comiéndose el “marrón”, y hasta el payaso del Pera haciendo un espectáculo de la miseria de los chavales. Explotando los instintos más bajos de un barrio que camina sin rumbo. Como todos. Nos quedan muchos días como los últimos. Y cada día que pasa nos enerva más la indiferencia general. Los chavales son difíciles. Pero eso lo único que justifica es que el esfuerzo por afrontar esta realidad debe ser el doble o el triple o el que sea necesario. Pero nunca aceptaremos el no asumirla.
Un segurata nos decía ayer cuando acompañábamos a un chaval que quería entrar en el centro: mételo en tu casa 5 minutos a ver si lo aguantas. No puedes entrar en la lógica del enfrentamiento con chavales. No hace falta haber estudiado en Somosaguas para saberlo. No sé qué más decir. Seguramente volverá a salir el tema por estas páginas. Si no aquí, esto pasará en otras ciudades.
Os recomiendo que andéis pendientes del blog de Julio Rubio (juliorubiogomez.wordpress.com). O que paséis por el parque. Todas recordamos la primera vez que bajamos y la sensación posterior en casa. Para terminar solo una advertencia. Necesitamos caminar más con las tripas y el corazón.
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