Cansadas de ver la criminalización y deshumanización con la que los medios de comunicación tratan a los miles de menores extranjeros que han llegado al Estado español huyendo de su país de origen por pobreza, guerra, falta de oportunidades o precarización, desde el colectivo Distrito 14 han iniciado una campaña para dar la voz a estos chavales.
Durante el mes de marzo, en el barrio de Moratalaz, han repartido panfletos con sus testimonios por institutos y centros de formación profesional y han buzoneado para que las vecinas tengan otras visiones alejadas de los discursos racistas, que según nos cuentan han tenido muy buena aceptación.
Sumándonos a su proyecto os dejamos las historias que nuestros nuevos vecinos nos quieren contar
“Desde los 10 años llevo intentando venir a España para trabajar y ayudar a mi familia. Mi viaje empezó en Ceuta, debajo de un autobús. Cuando venía en autobús, muriéndome de calor y envuelto en el sonido de los motores, lo único en lo que podía pensar era en llegar a España a la hora de la puesta de sol, cuando refresca, y que estuviera lloviendo. He visto de todo en esos 7 años en Marruecos, pero cuando llegué a España todo era peor aún. Los chicos como yo no somos bien recibidos y preferiría volver a Marruecos y vender sardinas. Echo mucho de menos a mi madre”. Tazi, 17 años.
“Salí de Castillejo (Marruecos) en patera en enero de 2019. Tardé veinte horas en llegar a Algeciras. La policía me llevó al centro del SAMUR, donde estuve cuatro días. Después me cambiaron a otro centro, “El Vasco”, en Pelayo. Tras un mes y medio allí, me escapé. Me encontré con unos chicos que me pagaron un billete en dirección a Madrid; aquí tenía muchos amigos en el centro de Hortaleza. Unas personas de Madrid avisaron a la policía al verme, me detuvieron y me trajeron a la cárcel en la que estoy ahora.” Mohammed, 16 años.
“Son cosas que jamás pensé que podría llegar a vivir. Mi padre nos abandonó hace muchos años a mi madre, mis hermanos y a mí. Mi madre luchó, trabajó, para que pudiésemos vivir y por eso le quiero devolver, aunque sea un cuarto de lo que ha hecho por nosotros. Ella es una gran mujer y se merece tener un buen hijo. […] Tuvimos que dormir en un portal, y la policía pasaba pero no nos hacía ningún caso. Decidimos hacer tonterías para que nos cogiera y nos llevase a algún centro, como entrar al Mercadona y sacar algo a la fuerza. Pero eso tampoco funcionó. Les pedimos a gritos que llamasen a la policía, pero no nos hacían caso.” Alaoui, 17 años.
“Era el mayor de mi familia y de alguna manera me sentía responsable. Tengo cuatro hermanos pequeños más estudiando. Mi padre no podía con esta carga. […] En ese momento perdí la esperanza, tiré la toalla, esperaba que un gran tiburón me comiera en algún momento. Justo aparecieron los Guardacostas. […] Nunca pensé que podría robar, pero estaba obligado a conseguir dinero para poder coger un billete e irme. No estaba en mis planes pero llegué a Madrid y allí me llevaron a Hortaleza. Dormía en los pasillos, ni siquiera tenía una cama. Me trasladaron a Casa de Campo, y cuando llegué me di cuenta de que en España no iba a encontrar nada de lo que pensaba.” Bennani, 18 años.
“Cuando una persona migrante se encuentra indocumentada, las cosas se vuelven mucho más difíciles: vives en la clandestinidad, con temor a que la policía te pida los papeles. Resulta prácticamente imposible encontrar un trabajo que no sea precario. Si uno de nosotros se halla en situación irregular, es enviado a los CIE (centros de internamiento de extranjeros), que son como cárceles en muy malas condiciones. […] Venimos a ganarnos la vida y, generalmente, realizamos trabajos que los españoles no quieren. A menudo, la policía nos detiene por las calles para pedirnos la documentación, aunque no estemos haciendo nada en particular, como si fuéramos delincuentes. Pero puedo afirmar que los migrantes africanos venimos llenos de sueños, ilusiones y, sobre todo, en busca de una vida mejor.” Jimmy, 22 años.
“[…] Al tercer día, uno de los chicos, Ibrahim, dijo que no podía más. Tuvimos que enterrarle en la arena y seguir el camino. No lo olvidaré nunca. […] Intenté cruzar tres veces a Melilla. La primera vez que llegué a la valla, se me cayó el alma a los pies. Había una doble valla de 6 metros, con pinchos y alambres, para impedir que vengan los pobres. […] Vengo de un país en el que todos – todos – los días salen maderas, petróleos y recursos en dirección a Europa, sin ningún tipo de control. Después de vivir este viaje y atravesar tantas barreras, me di cuenta de que las mercancías eran más importantes que yo.” Sani, 28 años.
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Las personas que vienen de lejos no deberían estar condenadas a ser ilegales.
Yo soy usuario de Salud Mental, y he visto como mis derechos han retrocedido.
Sé que no puede ser comparable una cosa con la otra. Pero mi marginación es mayor.
No me aceptan unos, no me aceptan otros.
Y yo lucho. Lucho por los derechos de los demás. Y no me quieren.
No voy a reducir todo a un solo principio, y menos con menores. Pero os voy a dar a reflexionar como muchos de esos menores acabarán siendo usuarios de Salud Mental. Los marginados de los marginados.
Füá Kálènâ püí. Mälësá.
Piedra Angular
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