Estamos en 1975, en Angola. Luanda, su capital, es una ciudad en descomposición. Se vacía por momentos, de forma totalmente caótica. La mayor parte de los cerca de medio millón de habitantes europeos (principalmente portugueses) de Angola abandonarán el país en unos pocos meses. Todos huyen, dejando atrás sus vidas y sus sueños. Mientras la urbe languidece, dos nuevos, y temporales, asentamientos crecen dentro del mismo Luanda. Por un lado, un destartalado campamento se yergue junto al aeropuerto, por donde van desfilando los exiliados provenientes del resto del país. Por otro, el puerto se llena de miles de cajas donde se guardan las pocas (o muchas) posesiones de los exiliados. Con el paso de los días, ambos campamentos irán desapareciendo, y personas y mercancías abandonarán, en gran medida para siempre, África. Unos volverán a la metrópoli, otros buscarán una nueva vida en Brasil. La independencia de Angola llega con gran estrépito.
La guerra por la descolonización del país se alarga ya más de una década; Angola sigue los pasos del resto de África. Diferentes grupos guerrilleros plantan batalla a lo largo del inmenso y poco densamente poblado territorio angoleño. Una guerra nueva, pero que enraíza perfectamente con la historia reciente de estas tierras. Desde la gran época de los navegantes portugueses, desde que a finales del siglo XV los navíos de Diogo Cão llegaran a la desembocadura del río Congo, la guerra y la muerte no han dado tregua a los angoleños. Durante siglos, Angola fue la inacabable fuente de mano de obra que permitió florecer la rica industria de la caña de azúcar y del algodón en América. Entre cuatro y cinco millones de personas fueron arrancadas de estas tierras para trabajar como esclavos en las plantaciones americanas. Angola, madre de esclavos, parte primigenia del árbol genealógico de tantos cubanos, brasileños o dominicanos. Muerte y guerra, guerra y muerte.
Pero el verdadero punto de no retorno en este conflicto por la descolonización lo marcó el cambio de paso de la metrópoli. Un año antes de la despoblación a marchas forzadas de Luanda, una importante crisis en Portugal dio al traste con una de las más longevas dictaduras europeas, la del Estado Novo. Pronunciamientos militares, huelgas, manifestaciones callejeras, ocupaciones de tierras… Portugal ardía, la revolución parecía posible. Se abría una ventana de esperanza en la Península Ibérica. Lo que pudo ser, los 70, lo que nunca llegó a ser. El mantenimiento de las colonias llevaba años lastrando la economía y la sociedad portuguesas, conflictos en Cabo Verde, Angola o Mozambique que engullían presupuestos y vidas como en un pozo sin fondo. La situación en las colonias fue, por tanto, un acicate importante en la mecha que prendió en Portugal, y su autodeterminación se acabó convirtiendo en una realidad. Se marcó una fecha para la independencia de Angola, el 11 de noviembre de 1975. A partir de este momento, comenzó una nueva carrera fratricida en el país africano. El gobierno del nuevo Estado estaba en juego.
Volvemos de nuevo a Luanda, a la Luanda cuyo centro se queda sin habitantes, a la Luanda que adolece de personal de limpieza, médicos, bomberos o policía, a la ciudad que día sí y día no sufre restricciones de luz o agua; a la Luanda en descomposición. Una nueva batalla se ha abierto, el poder está en juego y quien controle Luanda el día marcado, controlará el nuevo gobierno. La partida se juega a dos bandas, el izquierdista MPLA por un lado, y la unión tácita del FNLA y UNITA por otro. A estas alturas del verano, el MPLA controla Luanda y otras importantes localidades como Benguela o Luango, pero en general esta es una guerra difusa, sin frentes claros, con grupos de guerrilleros que van y vienen, conquistando y perdiendo municipios, sin comunicaciones fiables. Pequeños checkpoints pueblan carreteras poco transitadas y todo está por resolver. Pero la época no perdona, y rápidamente el conflicto se internacionaliza. Mientras que la CIA arma al FNLA y a UNITA, que a su vez reciben el apoyo sobre el terreno del ejército de la racista Sudáfrica, la Cuba de Castro toma partido por el MPLA. El tablero se amplía y el número de piezas en juego también.
Y es en este caos confuso donde se sitúa Ryszard Kapuscinski, periodista polaco, corresponsal de su país en medio mundo. Llega a Luanda tres meses antes del día D, y de su mano iremos recorriendo estas tierras y esta guerra. Sus pasos, su soledad, sus miedos y sus compañías quedarán reflejadas en uno de sus mejores libros, Un día más con vida. Ahora, más de cuarenta años después, este libro sirve de guía a un híbrido entre película de animación y documental del mismo título, un nuevo observatorio de esta confusa realidad de 1975, pero con un ojo puesto en la actualidad. La independencia de Angola llegó el día señalado, pero la guerra se alargó casi treinta años. Un conflicto larvado que nuca llegaba a su fin. Ahora la guerra parece haber terminado, pero la miseria persiste. Muerte y guerra, guerra y muerte. Nada sobrevive, ni las personas ni las ideas. Sólo nos queda recordar las palabras pronunciadas por el periodista y militante del MPLA Artur Queiroz al final de Un día más con vida:
“Aquella batalla que llevó a nuestro país a la independencia, la ganamos. Pero por el camino quedaron arrasados todos mis ideales. Yo soy el gran perdedor. ¿Dónde está la sociedad igualitaria? ¿Dónde están mis hermanos sin hambre? ¿Y el socialismo? ¿Y la revolución?”
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Un día más con vida (reportaje periodístico). Autor: Ryszard Kapuscinski. Editorial Anagrama. Barcelona 2003. 182 páginas
Un día más con vida (película-documental de animación). Directores: Raúl de la Fuente y Damian Nenow. 2018. 82 minutos
Portugal: ¿una revolución imposible? Phil Mailer. Editorial Klinamen. Madrid, diciembre 2015. 442 páginas