¡Proletarios de todos los países, uníos!
Manifiesto inaugural de la Asociación Internacional de Trabajadores. Karl Marx. Londres, 28/09/1864
En el pasado septiembre de este año se cumplía el 150 aniversario de la fundación de la Primera Internacional y nos parece oportuno resaltar determinados aspectos políticos e históricos que se dieron en torno a este fenómeno.
La Asociación Internacional de Trabajadores (AIT), también conocida como Primera Internacional, surgió esencialmente en Francia e Inglaterra, principales potencias económicas e industriales de la Europa de hace 150 años. Su caldo de cultivo fueron las revueltas e intentos de organización de la clase obrera que se vinieron dando desde los años 40 del siglo XIX. Fueron tiempos de concienciación política, tiempos en los que aparecen las primeras formas de lucha proletaria contra la clase capitalista, es decir, las primeras formas de lo que conocemos como lucha de clase, las cuales se materializarán en la aparición de las primeras agrupaciones de trabajadores (sindicatos). De esta forma surge también la conciencia de clase y el sentido de la solidaridad y apoyo mutuo entre los trabajadores como principal ataque a las formas de organización y relación capitalista. La Primera Internacional vivió catorce años (1864-1878) y entre sus fundamentos se incluyen las máximas clásicas del marxismo, expresadas en el Manifiesto Comunista:
– La emancipación de los trabajadores debe ser obra de los trabajadores mismos
– La lucha por la emancipación obrera no es la lucha por el establecimiento de nuevos privilegios de clase, sino por la total abolición del régimen de clases
– El sometimiento económico del trabajador ante aquellos que se han apropiados de los instrumentos de trabajo, esto es, de las fuentes de vida, conduce a todo tipo de servidumbre: miseria social, atrofia intelectual y dependencia política.
Sin embargo, Marx no fue el único “ideólogo”, destaca también como figura representativa el nombre de Mijaíl Bakunin. Fueron las diferentes posiciones que ambos representaban, sobre qué debía ser y cómo debía organizarse el embrionario movimiento obrero, lo que marcó el propio desarrollo de la Primera Internacional, así como también el establecimiento de las dos grandes líneas o corrientes políticas que, de aquí en adelante, marcarán la trayectoria del movimiento obrero. Dentro de estas líneas organizativas encontramos diferencias entre el centralismo y la creación de estructuras políticas dentro del marco institucional-burocrático propias de la teoría marxista, y el federalismo más cercano a la corriente anarquista, apostando por la creación de secciones autónomas y por la negación de la constitución de partidos obreros. Mientras que en el primero se pretendía la conquista del poder político, en el segundo se deseaba su destrucción
Más allá de personalismos lo que subyacía era una manera diferente de entender el internacionalismo obrero e incluso la naturaleza humana. No obstante, por debajo de estas diferencias organizativas y de finalidad resultaba la más significativa, la referida al papel de la “autoridad”, de la cual se ramificarían las demás posturas. Mientras que para Marx era una forma de eficacia social y de garantía del poder obrero; para Bakunin, era un forma de perpetuar y, al fin y al cabo, de legitimar el control sobre las personas. De esta manera, también se entiende diferente el papel otorgado a los individuos y grupos sociales como sujetos revolucionarios, mientras que la corriente marxista entiende que la acción debe de estar organizada bajo los presupuestos del materialismo dialéctico y llevada por el proletariado en su conjunto, como clase; el anarquismo defiende el papel del individuo como sujeto político y enfatiza el papel no solo de los trabajadores industriales, sino también incluye entre sus filas a los campesinos y/o personas pertenecientes a otros grupos sociales, por ejemplo el lumpenproletariado (individuos considerados de otra clase diferente e inferior al proletariado).
Otro de los puntos divergentes entre ambas tendencias es el correspondiente al denominado periodo como dictadura del proletariado. Mientras que los marxistas entienden este periodo como una vía transitoria hacia la sociedad comunista, los anarquistas o socialistas antiautoritarios rechazan dicha teoría al entender que todo tipo de Estado, inclusive el establecido y organizado por los trabajadores es un peligro para las libertades individuales, y por tanto una forma de más autoridad y dominación.
Durante este primer periodo de organización obrera, tuvo lugar la Comuna de París (1871) ocurrida tras el fracaso de las tropas napoleónicas frente a Prusia. Como consecuencia de la derrota, el emperador francés abdicó y se abrió paso la III República. Durante los primeros meses la agitación política y social que reinaba en París se materializó en una revolución y la consiguiente instauración de una Comuna Obrera. Sin embargo, tras poco más de dos meses de autogestión, las autoridades republicanas reprimieron sangrientamente a los comuneros y con ellos, a la primera tentativa de poner en práctica una sociedad liderada por la clase trabajadora. El fiasco de la Comuna de París agravó aún más los enfrentamientos en el seno de la AIT, que culminaron con la expulsión de los anarquistas de dicha organización durante el V Congreso de La Haya en 1872. Cuatro años más tarde, en julio de 1876, los propios marxistas, quienes se habían quedado con el control de la organización resuelven su disolución en Filadelfia (Estados Unidos), pero esta no se hará efectiva hasta 1878, ya que durante periodo se dieron una serie intentos por reconstituir dicha organización. Fueron tiempos convulsos, existían quienes creían que había formar una nueva Internacional y quienes afirmaban que la Primera Internacional todavía no había muerto. Igualmente, las secciones antiautoritarias retiradas en el 72 prosiguieron con su propia Internacional desde el Congreso de Saint Imer (1872) hasta el Congreso de Dante en 1877.
Quienes pretendan encontrar en este texto un manifiesto a favor de unos o de otros, se van a quedar con las ganas. Desde estas líneas no queremos entrar a defender posicionamientos férreos y sectarios en donde claramente es excluyente un planteamiento sobre el otro. Pensamos que las intrigas y los ataques son formas de actuar que distan bastante de las relaciones que queremos forjar, de tal manera que la revisión histórica y política de los hechos no debe transcurrir por estos cauces. Como personas, tenemos nuestras contradicciones y estúpido/a sería aquél /lla que defienda a ultranza doctrinas o hechos que nada tienen que ver con el contexto actual o entiendan al ser humano como algo puramente estructurado y estructural, que queda determinado por los agobiantes marcos de las corrientes filosóficas, políticas y/o académicas. Con este texto queremos apostar, una vez más, por la concienciación de clase y el importante papel que tenemos los individuos como sujetos de cambio social. Por el comunismo libertario y la revolución social.