La mañana del 7 de octubre, un sábado, comenzó con un ataque de Hamas contra algunos asentamientos israelíes cercanos a la Franja de Gaza. Los milicianos, que lanzaron 7.000 cohetes y realizaron incursiones por tierra, secuestraron civiles y mataron a cientos de personas en el 50º aniversario de la Guerra del Yom Kippur. Esto generó una contundente respuesta del gobierno del Estado hebreo, que ha declaró el estado de guerra.
El mismo sábado Benjamin Netanyahu ordenó una intensa campaña de bombardeos, haciendo minutos antes un llamamiento a que la población civil palestina abandonara Gaza. Acto seguido, empezó a derribar torres (incluso algunos que albergan familias y sedes de medios de comunicación) por toda la franja. Esta cínica advertencia fue respondida por Francesca Albanese, la relatora especial de Naciones Unidas para el conflicto palestino-israelí, quien tuiteó “Espera, ¿Israel va a levantar el bloqueo que lleva 16 años implementando? De lo contrario, esto no es más que un chiste: los palestinos de Gaza no tienen dónde irse”. Y es que Gaza lleva bloqueado por Israel desde que en 2007 ganó las elecciones Hamas, convirtiéndose en la cárcel al aire libre más grande de la tierra.
Además de los bombardeos, Israel cortó la luz en los asentamientos palestinos de Gaza y bloqueó el acceso a alimentos, ayuda humanitaria y gas. Todo ello contrario al Convenio de Ginebra. El lunes 9 de octubre, el Ministro de Defensa israelí llamó «animales humanos» a los palestinos y anunció que no habría compasión. La misma retórica de los «subhumanos» que usaban los nazis con los judíos.
Todo esto es un crimen de guerra más en su largo listado de violaciones de derechos humanos. Y se espera que en los próximos días se pueda producir una incursión por tierra, con unas consecuencias aún desconocidas.
“Todos iguales”, la equidistancia que ignora la opresión
Pese a los bombardeos israelíes, en los últimos días el grueso a las críticas, en la comunidad internacional, se las ha llevado Hamas (una organización, por cierto, que goza de gran importancia en la comunidad palestina porque durante décadas Israel se dedicó a eliminar toda la oposición secular existente). Paradigmático fue el tuit de Pedro Sánchez: “Seguimos con consternación el ataque terrorista contra Israel y nos solidarizamos con las víctimas y sus familiares. Condenamos rotundamente el terrorismo y exigimos el cese inmediato de la violencia indiscriminada contra la población civil. España mantiene su compromiso con la estabilidad regional”.
Resulta descorazonador ver que, en el mejor de los casos, autoridades internacionales han condenado los actos de violencia de ambas partes, tanto de Israel como de Hamas; en el peor de los casos, se ha justificado la larga opresión del pueblo palestino. Éste último es el caso de la ultraderechista Nikki Haley, embajadora de EEUU ante la ONU con Trump y candidata a presidenta de EEUU por su mismo partido, quien compareció ante medios y pidió a Netanyahu que «destruyera a los palestinos«.
La respuesta de las instituciones europeas fue igual de decepcionante: condenaron el ataque de Hamas, reconocieron el derecho de Israel a defenderse y anunciaron el bloqueo de la ayuda humanitaria a Palestina.
Esta postura equidistante, que equipara a opresores y oprimidos, no hace más que favorecer a la parte más poderosa y violadora de derechos humanos: el Estado de Israel. Y es que ningún análisis del ataque de Hamas del pasado 7 de octubre se debería realizar sin contextualizar, no ya los últimos 75 años de colonialismo y racismo, sino incluso los eventos de los últimos meses.
En primer lugar, debemos subrayar que, legalmente, los palestinos son ciudadanos de segunda en Israel y que la desigualdad entre ambos pueblos es estructural y prolongada. Por ejemplo, en Gaza (donde viven 2 millones de personas) el 97% del agua no es potable, el 56% de la población vive en situación de pobreza, el 64% de los jóvenes se encuentran desempleados, el 80% de sus habitantes dependen de la ayuda internacional (muy limitada por el ejército israelí), el 70% son refugiados y el 100% viven asediados.
En ese contexto de opresión sistemática, en los últimos meses la tensión ha crecido en la región. La llegada de nuevo al poder de Netanyahu – liderando el gobierno más derechista de la historia de Israel— ha significado un aumento de los pogromos y la destrucción de asentamientos palestinos. Este verano hemos visto incontables vídeos de colonos judíos atacando a civiles palestinos –entrando en sus tiendas y saqueándolas, echando cemento en sus pozos para que no puedan regar sus cosechas, derribando casas, grabando una Estrella de David en la cara a un palestino con un cuchillo, etc.– ante la impasible mirada del ejército. Algunos de estos fundamentalistas que, incluso, han atacado a turistas cristianos que acuden a visitar la Tierra Santa. Y, mientras tanto, las autoridades gubernamentales van extendiendo un discurso de odio antipalestino sin precedentes. Y no se puede ignorar que varios altos cargos del gobierno de Netanyahu han sido investigados en el pasado por los servicios secretos que ahora dirigen por delitos de odio o terrorismo y ahora promueven medidas abiertamente racistas (destacan en esta línea Itamar Ben Gvir y Bezalel Smotrich).
El Estado de Israel: un régimen de apartheid innegable en un Estado criminal
Tan fuerte está siendo el ataque a la población civil de los últimos meses por parte de colonos y autoridades, que muchos autores progresistas estadounidenses e israelíes, que hasta ahora se resistían a calificar a Israel como Estado de apartheid, ahora sí han dado el salto a hacerlo. Especialmente claro es el artículo “For decades, I defended Israel from claims of Apartheid; I no longer can”, de Benjamin Pogrund (Haarertz, 10 de agosto de 2023), que muestra cómo poco a poco la progresía occidental está aceptando lo que, hasta ahora, no conseguían interiorizar.
En idéntico sentido, este verano más de 2.000 académicos estadounidenses, palestinos e israelíes firmaron un comunicado que decía que “no puede existir democracia para los judíos de Israel mientras el pueblo palestino vive en un régimen de apartheid”. Y recalcaron que “este régimen de discriminación no empezó ahora con el gobierno ultraderechista: el supremacismo judío ha ido en aumento durante los últimos años y se consagró en 2018 con la aprobación de la Ley del Estado Nación”. Lo más llamativo es que también lo están afirmando algunas personas que hasta ahora se han definido como sionistas y se han negado a usar la etiqueta de apartheid, como los historiadores Benny Morris y Omer Bartov (este último está especializado en el Holocausto que no duda en comparar el ascenso de los fascismos en la Europa de entreguerras con la situación actual en Israel), o los periodistas Thomas Friedman y Nicholas Kristof (que reivindican que EEUU cese de brindar apoyo militar a Israel). Incluso el ex-jefe del Mossad, Tamir Pardo, también comparte estas opiniones.
Por ello, el horror de todas las acciones militares sobre la población civil de los últimos días no debe hacer perder de vista la realidad: Israel es un Estado colonial ocupante, que viola cada día el Derecho internacional y los derechos humanos y que oprime al pueblo palestino. Y era evidente que la extrema violencia aplicada por Israel sobre la población de Gaza provocaría, tarde o temprano, la respuesta de las facciones armadas palestinas. Y resulta de una hipocresía terrible que la mayor parte de la prensa describa las acciones armadas palestinas como terrorismo mientras justifica la violencia de Israel como legítima defensa.
Decía un editorial de Diario Red hace unos días (8 de octubre de 2023) que “reconocer la naturaleza criminal del colonialismo israelí, no es antisemitismo. El problema de los demócratas con Israel no tiene que ver con el judaísmo como religión o como identidad cultural de un pueblo que sufrió la persecución y exterminio. Esgrimir los crímenes históricos contra el pueblo judío como justificación de los crímenes de un Estado que se ha convertido en referencia de la ultraderecha mundial, es indecente.
También resulta indecente que ciertos medios y actores progresistas que reivindicaron con furor el derecho de Ucrania a defenderse de Rusia para atacar al pacifismo, llamen hoy terroristas a los palestinos. Los mismos que han presentado como luchadores por la libertad a los banderistas ucranianos que reivindican a los nazis, deslegitiman hoy a Hamas por ser islamistas”.
El contexto del ataque de Hamas: ofensiva al poder judicial de Netanyahu
En los últimos días, Hamas ha conseguido ver reforzado su poder tras demostrar que es capaz de recuperarse rápidamente de una derrota —en el contexto de los intercambios de ataques de 2021— y de hacer mucho daño a Israel. Lo cierto es que el momento escogido por Hamas para realizar su ataque no es casualidad, no tanto por el ya mencionado aniversario de la guerra de 1973, como por la crisis interna que impregna la política israelí debido a la reforma judicial que quiere aprobar el gobierno de Netanyahu. Esta polémica ley ha tenido como respuesta masivas protestas en la calle y se han producido huelgas de funcionarios e incluso de militares. Es decir, Hamas ha aprovechado la tensión interna israelí para poder realizar su masivo ataque.
“La intencionalidad última del asalto al poder judicial de Netanyahu es poder endurecer las restricciones sobre Gaza, privar a los palestinos de derechos más allá de la frontera y, con ello, anexionar más territorios y llevar a cabo una limpieza étnica en todo el territorio bajo control del Estado de Israel”, establece la carta firmada por múltiples académicos que hemos referenciado sobre estas líneas.
La venganza de Netanyahu
Como ya se ha destacado, Israel, al sufrir tal humillación, ha declarado que responderá de una manera contundente. En este sentido, todo apunta a que el ejército israelí realizará una operación militar terrestre de gran envergadura sobre Gaza. La seguridad nacional en Israel —un Estado y sociedad militarizados— es una cuestión de primer orden. “En Tel Aviv no pueden permitirse ser percibidos como débiles, menos aún en el contexto de la peor crisis política interna de su historia reciente”, reflexiona Pablo del Amo en Diario Red (7 de octubre de 2023). “La cuestión es saber si Israel decidirá neutralizar definitivamente a Hamas, ya que la facción palestina fue útil en el pasado para reducir la influencia de Fatah, así como para justificar su política de ocupación de Palestina y su política de nuevos asentamientos. También Tel Aviv buscará disuadir a sus enemigos ante un posible ataque por otro flanco desplegando su fuerza militar a lo largo de su frontera. Lo que parece claro es que Israel actuará con dureza y que la crisis de Palestina-Israel no acabará en el corto plazo.
Cuando un sistema internacional se resquebraja surgen grietas profundas; recientemente hemos sido testigos de la crisis en África Occidental, Nagorno Karabaj y hoy Palestina-Israel. La inestabilidad mundial se vuelve más probable mientras que el uso de la fuerza militar ya no se convierte tanto en un tabú para “resolver” las cuestiones políticas. El sistema internacional dominado por Occidente —en concreto Estados Unidos— está en crisis por el ascenso de otras potencias como Rusia y sobre todo China. En este sentido, Washington ha visto reducir su influencia relativa en detrimento de actores como Pekín mientras vemos un surgimiento de la importancia de potencias medias tales como Turquía o Irán. Un mundo más multipolar y regido por la competición entre potencias tiene como consecuencias la proliferación de mayores tensiones y conflictos armados.
En cuanto a la cuestión más puramente regional e interna, la crisis actual demuestra que el statu quo era insostenible. Los Acuerdos de Oslo se han demostrado como un fracaso ya que la solución de dos Estados ha estado lejos de llevarse a cabo. Israel ha seguido ocupando territorio de Palestina mientras ha llevado a cabo una expulsión de miles de palestinos de sus hogares favoreciendo su régimen de colonización. Los sucesivos gobiernos israelíes no han querido el establecimiento de un estado palestino autónomo, que, sumado a la represión de Tel Aviv ya comentada, ha generado un caldo de cultivo de resistencia que han recogido grupos islamistas radicales como Hamás. En cualquier caso, lo que sorprende es la intensidad de la escalada, no el estallido de unas tensiones que eran cuestión de tiempo”.
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