Vergüenza. O más bien, la falta de ella. Eso es lo primero que se me viene a la cabeza según voy leyendo más y más información sobre el derrumbe del vertedero de Zaldibar. Y a la vergüenza le acompaña el despropósito, la desfachatez y la falta de empatía. Eso es lo que destila por los cuatro costados la gestión de esta catástrofe, tanto humana como natural. Puede parecer algo exagerada esta visión, qué se le va a hacer, es lo que siento.
Pero bueno, antes de seguir valorando este desastre, lo mejor es hacer un repaso a los hechos, aunque sea de forma somera. El pasado jueves 6 de febrero, a media tarde, saltaba la noticia, se había producido el derrumbe de parte del vertedero de la localidad vizcaína (a pocos kilómetros de Gipuzkoa) de Zaldibar. El corrimiento de tierras en la ladera del monte donde se ubica el vertedero provocó una enorme caída de escombros, que llegaron a cortar la autopista A-8 a su paso por la zona. Dos trabajadores del vertedero quedaron sepultados. Hasta ahí las primeras informaciones. A partir de este momento, se iniciaron los trabajos de salvamentos, divididos en dos áreas de actuación, en la zona del vertedero, en la parte alta de la ladera, y en la autopista, ladera abajo. Tras varias horas de trabajo, apareció un técnico de Osalan, el Instituto Vasco de Seguridad y Salud Laboral, y aquí llega el bombazo: entre los materiales que aloja el vertedero, hay importantes cantidades de amianto (16.148 toneladas, lo que representa en torno al 0,57% del total de los residuos del mismo). Hasta ese momento, nadie, ni empresa ni gobierno vasco habían avisado de esta situación. Como si no lo supieran. Inmediatamente se detuvieron los trabajos de salvamento, de cara a dotar a todo el personal del material de protección necesario para trabajar expuestos a este tipo de producto. Esa misma noche se reiniciarían los trabajos de desescombrado de la autopista, pero no los de la parte alta de la ladera. Al día siguiente, la autopista estaba a pleno funcionamiento, las mercancías (humanas y no humanas) podían seguir fluyendo. Sin embargo, el rescate de los dos trabajadores se detuvo durante 14 horas, y, al reiniciarse, se desató un incendio en la parte alta del vertedero. En esos momentos se conoció que el vertedero de Zaldibar también contiene restos de bifelinos policlorados (PCB) y, seguramente, de lindano. Zaldibar se convertía de esta forma en una preciosa incineradora al aire libre, sin filtros ni nada.
Por si omitir el tema del amianto durante tantas horas no fuera suficiente, la actuación del gobierno vasco en la gestión posterior del desastre ha sido esperpéntica. Los diferentes consejeros del PNV y el PSE se han dedicado a echar balones fuera, dar información con cuentagotas y tarde, minimizar en todo momento la gravedad de la situación y, ante todo, menospreciar a los dos trabajadores desaparecidos. En esta carrera hacia el abismo, cabe destacar cómo, una semana después del derrumbe, tras negar en varias ocasiones que existiera riesgo ambiental para la población de los municipios circundantes (unas 50.000 personas), y ante la suspensión del partido de fútbol de primera división que tenía que jugarse a pocos kilómetros del lugar entre el Eibar y la Real, finalmente se comunica a los habitantes de la zona que cierren las ventanas de sus casas y eviten realizar actividades físicas al aire libre. Una semana después…
Uno de los trabajadores muertos alertó, sin éxito, de la aparición de grietas, solicitando que se frenara la entrada de escombros, que había aumentado en un 40% en los dos últimos años. Share on XAl final, toda esta situación deriva, como ya se ha comentado, en un desastre natural y humano. Dos trabajadores sepultados, lo que elevaría a 13 los siniestros mortales en el tajo en Euskadi en lo que va de año. 13, que se dice pronto. La empresa gestora del vertedero, Verter Recycling 2002, había recibido en la inspección del pasado mes de junio de 2019 la puntuación más baja posible, debido a graves irregularidades. Algo que, sin embargo, no derivó en ningún tipo de sanción para la misma. Antes de eso, ya se habían producido corrimientos de tierras en 2016, algo que quedó traspapelado en los informes de prevención de años posteriores. Y para más inri, días antes del siniestro, uno de los trabajadores muertos alertó, sin éxito, de la aparición de grietas, solicitando que se frenara la entrada de escombros, que había aumentado en un 40% en los dos últimos años. Al final, la gestión de todo este caso ha sido bastante opaca, tanto por el lado de la administración como por el de la empresa privada. Pero cabría preguntarse por el modelo en sí de gestión de residuos, un modelo basado en la creación de beneficios económicos, en el que una empresa recibe diferentes sumas de dinero en función del residuo acumulado, más cuanto más peligroso es, y que genera casos como el de Zaldibar. Un vertedero alojado en la ladera de una montaña, con pendientes que superan los 45º y obligan a la construcción de diques de contención, un vertedero que almacenaba el 22% de los residuos de toda la comunidad autónoma y que se planteó con una vida útil de 35 años y en 10 estaba a punto de colmarse. Un lugar en el que no se tenía muy claro dónde estaba el amianto, a pesar de que debería estar almacenado en celdas estancas. Un modelo, como es lógico, poco sostenible, que no tiene muy en cuenta sus efectos ecológicos sobre el terreno, una forma de esconder nuestra mierda de forma poco segura. Una mierda que por otro lado no paramos de generar, a marchas forzadas, pues tampoco nos planteamos la necesidad de un cambio productivo.